BAYREUTH / Y en esto llegó Thielemann…

Bayreuth. Festspielhaus. 14-VIII-2022. Wagner: Lohengrin. Klaus Florian Vogt, Camilla Nylund, Martin Gantner, Petra Lang, Georg Zeppenfeld, Derek Welton, Michael Gniffke, Tansel Akzeybek, Raimund Nolte. Orquesta del Festival de Bayreuth. Director musical: Christian Thielemann. Director de escena: Yuval Sharon.
Hay quien todavía sostiene ese lugar común de que ‘la batuta no suena’. Pues nada mejor para borrar cualquier duda al respecto que comprobar lo que ha pasado este domingo con la llegada al foso invisible de Bayreuth de Christian Thielemann. La orquesta discreta y fallona que estos mismos días anda tocando el más pálido y cutre Anillo del Nuevo Bayreuth bajo la dirección de Cornelius Meister y Tristan und Isolde con el muniqués Markus Poschner, se transfiguró por obra y arte de Thielemann en el sobresaliente conjunto sinfónico de casi siempre. El director berlinés ha restituido en Bayreuth, de la noche a la mañana, brillo, resplandor y calidad con su conocida y onírica visión de Lohengrin.
Con Thielemann se acabaron las tonterías. La música cobra total protagonismo y se impone sobre cualquier extravagancia escénica. El montaje del estadounidense Yuval Sharon, estrenado en 2019, no es ninguna maravilla, pero en medio de las cosas que se están viendo y soportado este año en el festival wagneriano por excelencia, este retomado Lohengrin, escénicamente conservador y con un mal resuelto tercer acto, se recibe casi como una bendición. ¡Qué gusto, en estos tiempos de despiporre, escuchar una obertura o preludio a telón bajado, sin tener que soportar la tontería del modernillo de turno! Escuchar el mórbido preludio del primer acto de Lohengrin en la oscuridad y silencio únicos de Bayreuth, acompañado solo de la música maravillosa que tan maravillosamente brotaba del foso místico, y con la sutileza extrema que lo hicieron Thielemann y los recuperados profesores de la orquesta titular del festival es una de las vivencias más emotivas y estimulantes que se pueden vivir en cualquier teatro.
Fue el pórtico de una noche excepcional gracias al trabajo también fenomenal de Thielemann. La música fluía sin prisas ni lentitudes. Tal cual, como naciendo de sí misma. Grandiosa e intimista. Como los preludios del primer y tercer actos, tan extremos y tan únicos; como la vigorosa Invocación de Wotan del segundo acto o el In fernem Land con el que Lohengrin, el ‘caballero del cisne’ (o el ‘caballero de hojalata’ como le llamaba despectivamente el poco wagneriano Stravinsky), se despide del sueño del amor, en el tercer acto, ya al final de la ópera.
El director de escena Yuval Sharon se empeña en ‘azulear’ su Lohengrin, cuya no bien resuelta acción transcurre siempre pegada al guion del libreto, incluso un punto rutinariamente. La anodina escenografía —firmada al alimón por Neo Rauch y Rosa Loy— no molesta, pero se torna fea y hasta ridícula en el tercer acto. Pase, sí, el nebuloso e irrelevante campo azul del segundo acto, pero para el olvido el dormitorio de Elsa y Lohengrin, con su luminosa y tambaleante columnita de plástico que pretende ser desubicada torreta de distribución eléctrica, o la ridiculez de convertir algunos personajes en cucarachas que casi glorifican las viejas ratas de Hans Neuenfels… por no hablar de la pira en la que tan tontamente colocan a la pobre Elsa, en una escena más propia de la Azucena de Il trovatore o de la Ulrica de Un ballo in maschera que de la romántica leyenda wagneriana del Cisne.
Vocalmente, la función brilló con ardor. Sobre todo, por el veterano y bien conocido Lohengrin de Klaus Florian Vogt, que aportó su voz lírica, de timbre y colores belcantísticamente bellos, con una matización cálida y natural que jamás es empalagosa o impostada. A su lado, la finlandesa Camilla Nylund compuso una Elsa cargada de fragilidad dramática y refinamiento vocal. Estuvo en su sitio en el maravilloso dúo con Ortrud, sin dejarse arrastrar por el torrente de voz y temperamento de una Petra Lang que hace ya tiempo encontró en este rol la horma de su zapato. Su invocación de Wotan, sin ser el prodigio de la Ludwig en Viena, el 16 de mayo de 1965, estuvo pleno de consistencia vocal y fuerza dramática. Supuso, claro, uno de los grandes momentos de la noche.
El bajo Georg Zeppefeld dejó constancia de su siempre creciente Heinrich el pajarero, como también el Telramund de Martin Gantner, quien tras un balbuceante primer acto entonó el nivel durante el resto de la función. El australiano Derek Welton defendió un preciso y bien cantado Heraldo. El coro excepcional de Bayreuth dio gloria y realce a una ópera en la que cumple máximo protagonismo. Impresionante final de segundo acto, en el que Thielemann subrayó con total acierto la oportuna sonoridad del órgano. Todos cosecharon lógico y bien ganado aplauso al final, durante veinte largos minutos de aplausos y vítores. Pero el triunfador por goleada de la noche ha sido Richard Wagner, de la mano del en Bayreuth también adorado Christian Thielemann. Cada vez que aparecía en escena, el público, todo el público saltaba de sus incómodas butacas para rendir en pie entusiasta tributo al maestro que hizo sonar la batuta como nadie.
Justo Romero
(Foto: Enrico Nawrath)
Enlaces con las críticas del Festival de Bayreuth 2022:
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