BAYREUTH / Hojalata más que oro

Bayreuth. Festspielhaus. 10-VIII-2022. Wagner: El oro del Rin. Egils Silins, Christa Mayer, Ólafur Sigurdarson, Arnold Bezuyen, Daniel Kirch, Elisabeth Teige, Jens-Erik Aasbø, Wilhelm Schwinghammer, Okka von der Damerau, Raimund Nolte, Attilio Glaser, Lea-Ann Dunbar, Stephanie Houtzeel, Katie Stevenson. Orquesta del Festival de Bayreuth. Director musical: Cornelius Meister. Director de escena: Valentin Schwarz.
Hojalata más que oro. Después de varios años sin Anillo del nibelungo en Bayreuth, el wagneriano recala en el Festspielhaus con hambre de Ring, dispuesto a volver a disfrutar de las maravillas de Wagner y de la acústica única de un teatro diseñado y construido por el propio compositor, que lo inauguró en 1876 con el estreno absoluto del primer ciclo completo de El anillo del nibelungo. Este nuevo y pospuesto (por la pandemia) montaje se ha estrenado finalmente con un estrepitoso fracaso. De golpe y porrazo se han roto las ilusiones de los peregrinos a la Colina Sagrada, que se han topado, ya en el comienzo del ciclo, en El oro del Rin, con un galimatías escénico que no hay por donde cogerlo. Musicalmente, tampoco la cosa dio para mucho, con un discreto reparto vocal y una dirección tediosa y apagada de Cornelius Meister.
Mal acaba lo que mal comienza. Y este comienzo del Ring no ha podido resultar más decepcionante. Valentin Schwarz, el debutante director de escena, no sabe por dónde salir de su empanada musical y da palos de ciego sin que pueda seguirse un hilo estético o conceptual mínimamente coherente. Con iletrada intrepidez, rompe con la parafernalia wagneriana -lo que no es nuevo- y con cualquier compromiso o alusión a lo que dice el libreto y se canta en escena. Hace lo que le sale de los mismísimos. “¡Aquí estamos yo y mi talento!”, parece reivindicar el valiente entrometido.
Por supuesto, no hay estacas, ni anillo, ni lanza, ni nada de nada, salvo unas resabiadas manzanas freianas en el frutero de la mesita del salón. Se supone que el oro es un niño que podría ser Hagen, o quizá la pistola que empuña Alberich y pasa de mano en mano. La niña novieta del pequeño Hagen tampoco se sabe qué diablos pinta, como toda la algarabía de niños que se suponen nibelunguitos. Los gigantes llegan y se van en un coche inmóvil. La diosa Erda es la ‘chacha’ de la casa y sale de la cocina, bandeja en mano, y no de las entrañas de la tierra; el martillazo de Donner es un golpe de golf; y el avispado Loge aparece travestido en un aplumado macarra, como Wotan, que igual parece caricaturizado como Julio Iglesias que como José Luis de Vilallonga… En fin, un disparatado cacao mental que anuncia un Anillo del nibelungo aún más fallido y desnortado que los últimos vistos en este Bayreuth tan necesitado de enmendar rumbo y retomar el vuelo.
El galimatías conceptual contrasta con la calculada perfección del movimiento escénico y la escenografía de Andrea Cozzi, caprichosa y fea con avaricia, pero deslumbrante en sus evoluciones, con efectivos cambios de escena a telón subido, de cara al público. De este modo, las cuatro escenas que conforman este ‘prólogo’ de la Tetralogía que es El oro del Rin se suceden sin solución de continuidad. Casi realismo mágico. Aun así, y pese a estos contados aciertos, mucho tendrán que cambiar las cosas en las tres jornadas que aún restan —La valquiria, Siegfried, El ocaso de los dioses— para que el dislate tome norte y sentido.
Musicalmente, Cornelius Meister (Hannover, 1980), que sustituyó en el último momento al programado Pietari Inkinen, de baja por Coronavirus, extrae poco oro del legendario foso invisible de Bayreuth. Con tiempos parsimoniosos, sin cargar las tintas ni extraer detalles interesantes de la opulenta y rica orquestación wagneriana. Menos aún establecer juegos, enlaces y guiños con la maraña de leitmotiv que entraña la partitura. Su dirección fue laxa y poco indagadora, como si el maestro Meister se conformara con que la cosa no fuera mal y punto. Pero a veces sí fue incluso muy mal. Se escucharon imprecisiones y fallos instrumentales inauditos en Bayreuth. Particularmente en una desconocida sección de metales.
Vocalmente, el reparto era igualmente discreto y errático. El contraste entre algunas voces era mínimo. Wotan (el sustituto Egils Siliris), Alberich (Ólafur Sigurdarson) y el tremendo Donner de Raimund Nolte parecían venir todos del mismo saco y color, incluso el Fafner del conocido bajo Wilhelm Schwinghammer y el abaritonado Loge del tenor Daniel Kirch se sumaban al monótono curso vocal de la representación, en la que destacar, destacar, únicamente destacaron la Fricka de la veteranísima en Bayreuth Christa Mayer, el poderoso y enamoradillo Fasolt del bajo noruego Jens-Erik Aasbø, y las tres bien conjuntas Hijas del Rin: Lea-ann Dunbar, Stephanie Houtzeel, Katie Stevenson. La soprano Elisabeth cumplió como correcta Freia, como también la mezzosoprano hamburguesa Okka von der Damerau, en su ridiculizado papel de la ‘chacha’ Erda y el tenor Attilo Glaser casi cargo de tintes belcantistas el papel de Froh.
La bronca del público al final de la representación fue tan razonable y monumental como dicen que fue en el estreno. Los cantantes se llevaron los pocos aplausos de la noche. Apenas una o dos salidas a saludar y punto final. Cayó el telón y silencio absoluto. Negros nubarrones se ciernen sobre este gris y nada original Anillo. Cuyo comienzo de hojalata, por cierto, con las imágenes de los fetos siderales, cordones umbilicales y etcétera, se parecen demasiado a las del Anillo valenciano de La Fura del Baus. Tan demasiado que casi cierra la puerta a la casualidad.
Justo Romero
(Fotos: Enrico Nawrath)
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