BAYREUTH / ‘Holandés errante’: transgresión y apocalipsis
Bayreuth. Festspielhaus. 16-VIII-2022. Wagner: El holandés errante. Thomas Johannes Mayer, Elisabeth Teige, Georg Zeppenfeld, Eric Cutler, Nadine Weissmann, Attilio Glaser. Coro y Orquesta titulares del Festival de Bayreuth. Director musical: Oksana Lyniv. Director de escena: Dmitri Tcherniakov.
Hay iconografías que son consustanciales a algunos títulos operísticos. De ahí que sea difícil entender que un director de escena tan avezado como el director teatral moscovita Dmitri Tcherniakov (1970) haya renunciado, en su montaje bayreuthiano de El holandés errante, a cualquier referencia al mar y al eterno buque fantasma del desventurado holandés. El trabajo escénico —Tcherniakov firma también la escenografía— se basa en enormes casas móviles que deambulan de un lado a otro del escenario en una escena aséptica y neutra, pero con ninguna referencia específica al libreto.
Las hilanderas son aquí estudiantes de canto; la historia del Holandés condenado a surcar eternamente los mares se finiquita de un plumazo al morir este de un tiro que le asesta una aya Mary aquí casi convertida en Minnie, la muchacha del West… La ópera concluye con un espectacular incendio que arrasa con todo. Bayreuth del revés: el Anillo del nibelungo acabó sin fuego ni inmolación, pero el Holandés baja el telón con una pira que ya quisiera para sí la pobre Brunilda de este año. ¿Estamos locos?
Naturalmente, y a pesar de estas interpretaciones y derivaciones tan inapropiadas e inconvenientes, Tcherniakov destila un trabajo de fina factura dramática. A diferencia de Valentin Schwarz (el perpetrador del Ring), que no sabe qué quiere ni a dónde ir, el director de escena ruso sabe perfectamente lo que hace y lo que quiere. En él, nada es caprichoso o baladí, como tampoco lo son otros importantes trabajos wagnerianos suyos, entre ellos sus conocidas colaboraciones con Barenboim en la Staatsoper berlinesa (Tristan, Parsifal), o con Gergiev en San Petersburgo (Tristan).
El reiterativo juego de las movedizas y gigantescas casitas de muñecas acaba por cansar y aburrir. Tcherniakov trata de ser original a base de romper con todo y volver a un realismo que, a la postre, es más doméstico que mágico. El cataclismo final, con el holandés y otros muertos en el suelo, como si estuvieran en un ‘saloon’ de un ‘spaghetti western’, es, además de una transgresión gratuita del libreto, un colofón que ni conceptual ni estéticamente encaja ni con cola con todo lo precedente. Es un final inesperado y apocalíptico, logrado y bien resuelto, que cierra, en plan nibelungo, una ópera que se distingue precisamente por prolongarse sin límite, eternamente, como un paréntesis nunca cerrado.
La directora ucraniana Oksana Lyniv (1978), que ya dirigió esta misma producción el año pasado, con los parabienes de casi todos —público y crítica incluidos—, volvió a dejar entrever lagunas y carencias. Abundaron los desajustes e imprecisiones en entradas y articulaciones, con una orquesta que siempre se ha mostrado como instrumento casi perfecto. Los fortísimos fueron en ocasiones descuidados, desequilibrados y hasta a la buena de dios. Las gradaciones y reguladores dinámicos fueron administrados de modo bastante naíf, con texturas descuidadas y balances descompensados entre foso y escena. Por otra parte, Lyniv dejó desdibujados grandes episodios corales —coro de marineros, coro de la tripulación del Holandés—, que quedaron insulsos y faltos de relieve, brío y presencia. El público de Bayreuth, sin embargo, se volcó con ella cuando saludó en solitario al final de la representación. ¡Doctores tiene la iglesia!
Frente al reparto del año pasado, que contó con la Senta maravillosa de Asmik Grigorian, en esta ocasión la ‘maltratada’ novia de Erik ha sido encomendada a la soprano Elisabeth Teige, voz arrojada, de impacto y amplio fiato, que se lució en la famoso Balada y en una actuación que, sin alcanzar la excelencia de la Grigorian, derrocho cualidades y entrega. También es nuevo el Holandés de Thomas Johannes Mayer, al que le falta robustez y empaque para redondear una interpretación que, en cualquier caso, siempre fue digna, efectiva y entregada. Georg Zeppelman, con su grave registro cada vez más afianzado y poderoso, otorgó credibilidad y relieve vocal a un Daland menos codicioso y más entrañable que de costumbre. Erik, interpretado por su tocayo el tenor estadounidense Eric Cutler, se cargó de ribetes casi belcantistas en la visión más histriónico que arrebatada de Tcherniakov. Que Erik sea un maltratador en absoluto es nuevo. Cutler, con evidente profesionalidad, se identifica con el concepto del director de escena y lo sirve con irreprochable fidelidad. La voz del Timonel Attilio Glasser se sintió demasiado próxima a la de Cutler.
Justo Romero
(Fotos: Enrico-Nawrath)
Enlaces con las críticas del Festival de Bayreuth 2022:
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