Lydia Tár: gloria, hybris, némesis
TÁR. Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon, Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake. Dirección y guion: Todd Field. Fotografía: Florian Hoffmeister. Música: Hildur Gudnadóttir. Año de producción: 2022. Duración: 158 minutos.
El estreno en España de TÁR ha sido el 27 de enero. Damos aquí una visión que tiene algo de crítica, pero no de crítica cinematográfica. Crítica tiene aquí un sentido estricto: los criterios, los códigos dramáticos, la lógica musical, la documentación amplia y a menudo oculta de guion y producción. A veces habrá que sugerirlo, solo. La protagonista es Lydia Tár, compositora y directora de orquesta. Y más cosas.
El primer acto plantea las bases para el conflicto, en plena apoteosis de Lydia. Una entrevista con público sirve para detallar su asombroso currículo, es la única ganadora de todo el EGOT (Emmy, Grammy, Oscar y Tony), mas también para ver su personalidad segura, dominante, con toques de arrogancia. Para la grabación de su ciclo Mahler falta tan solo la Quinta sinfonía. Lydia lleva dentro lo que podríamos considerar su hybris. La hybris de una persona cuyas cualidades artísticas son de orden superior. La hybris no es cosa de medianías, sino de los grandes. Llegar tan alto no solo despierta envidias, sino también emulaciones, como la de la malograda Krista Taylor, y un rechazo por parte de quienes pretenden tener otras estéticas e incluso otros principios, pero desde una insuficiencia profesional y artística.
Atención a una secuencia muy importante, al principio. Es la clase en la Julliard School, en un plano secuencia de diez minutos, en interior: gradas para los asistentes, escenario para el pequeño grupo musical y el podio del joven Max. A Max no le gusta Bach. Lo que ya nos predispone contra el jovenzuelo. ¿Cómo que no le gusta Bach? ¿Este tío es un imbécil? Ella trata de explicarlo, al piano, con el Clave bien temperado, que a Max le parecen puñeteras florituras. Angelito. Es siempre la pregunta lo que involucra al que escucha, dice Lydia mientras toca, y toca esa parte que puede considerarse pregunta. No me atraen los compositores blancos, hombres y cisgéneros, opone él. Lydia: frena tus ganas de sentirte ofendido; el narcisismo por las pequeñas diferencias conduce al conformismo más aburrido. Tocado. ¿Cómo crees que te van a puntuar los músicos que dirijas?, concluye Lydia. Está segura de sí misma, de su carrera, de su pasado, y acaso totalmente de su porvenir. Hundido. Max se marcha: “A fucking bitch”. Y tú no eres más que un robot, opone ella al fugitivo, tu información la sacas de las redes sociales. La puntilla.
Esta situación constituye el ápice de la hybris de Lydia. Y el espectador se dice: uf, esto no va a quedar así. Leí hace tiempo en un libro de Norman Mailer, San Jorge y el padrino, que los dos elementos esenciales para un buen patriota eran un cuerpo sano y una cabeza llena de mierda. Me adhiero, solo me hace falta ver a ciertos canallas homenajeados, y puedo arrimar el ascua maileriana a mi sardina-reseña: Max es un cuerpo sano y una cabeza llena de mierdecillas de apariencia vigente.
Lo que no obsta para que nos sintamos molestos con la actitud de Lydia, que es incluso cruel. Tiene una vida privada rica y una vida agitada, exigente, y es exigente con los demás, hasta rozar la opresión, si bien nunca gesticulante: Cate Blanchett construye el personaje de manera asombrosa y abrumadora, qué maravillosa actriz. Lydia es pareja de Sharon, concertino en Berlín, y ambas tienen una hija adoptada, mulata, a la que acosan en el colegio; Lydia amenaza feroz a la niña acosadora. Alguien se preguntaría: ¿cómo, si no? Lydia dispone de una ayudante entregada, Francesca, que en el tercer acto no soportará que no se la nombre directora asistente cuando se relega al viejo y practicón Sebastian, que tampoco lo puede soportar. Se acumulan los abandonos y las enemistades.
Cuidado con confundir hybris con insolencia, y menos con chulería. La hybris no está al alcance de cualquiera. Solo en la grandeza crece la hybris. Los héroes de las tragedias atenienses, llamados a morder el polvo porque los dioses sienten celos, se creían seguros por su fuerza o, no sé, por su legitimidad, por su carisma (no, no es Max Weber, vamos por otro lado). O por su sabiduría. Lydia tiene todo esto, o mucho de todo esto. La legitimidad de su conocimiento y experiencia en el mundo de la música como intérprete eminente en el podio, como autora de libros de importancia alrededor de la música y de ella misma (Tár on Tár es el libro que se trata de promocionar a lo largo del angustioso tercer acto); el carisma se gana gracias a otras legitimidades, pero no funciona con los tímidos o demasiado respetuosos. Tienen que ser muy resueltos, no dejarse llevar por la fuerza del ataque enemigo o la simpatía o la piedad por el caído. Ahora bien, la hybris vulnera a los más fuertes.
Segundo acto: la crisis, claro está. Es dilatado y es en muchos sentidos ampliación del primero. Una belleza tras otra, algún detalle sentimental. Algo importante a señalar: durante este acto ve que Francesca conserva sus correos desaconsejando que las orquestas contraten a Krista Taylor. Y falta casi una hora para que concluya el filme cuando Francesca informa a Lydia del suicidio de Krista. Es ya el tercer acto, la catástrofe, como corresponde. Llega némesis, que no es venganza, sino un doloroso principio de reequilibrio. Regresará, como maldición, la escenita de la Julliard con el guapo estudiante (afroamericano, cómo decirlo sin ofender, la imagen lo muestra sin comprometerse, porque apela a lo que conocemos, no porque sea expresiva por sí misma). Grabaciones ocultas con el móvil de uno de los estudiantes (una, tal vez), que alguno manipula con un montaje (alguna, tal vez) para inculpar a la profesora, directora prestigiosa. Si era una puta zorra, está bien que muerda el polvo, ¿no?
Lydia lleva dentro lo que podríamos considerar su hybris. La hybris de una persona cuyas cualidades artísticas son de orden superior
El suicidio de la joven Krista, a la que no vemos realmente, se apodera del tercer acto. Parece que Krista tenía puestas sus esperanzas en Lydia, acaso era una desequilibrada, y desde muy pronto leemos sus mensajes de correo en los que se queja de que nadie la admite en una orquesta, y que la responsable es Lydia. Krista es un personaje ausente cuyo fantasma será implacable en el tercer acto. La prensa amarilla Post trata de sacar tajada del suicidio. Aquello se incrementa, los jóvenes estudiantes piden justicia y culpan a Lydia. La cuestión llega demasiado lejos. Le quitan su ejemplar de la Quinta sinfonía, es evidente que la va a tocar otro director, el no muy brillante Kaplan, que la ha adulado hasta ese momento. Le dan un despacho inferior, la marginan, acumulan declaraciones sobre tratos de favor a cambio de sexo lésbico. Hasta que se hunde y se dirige al sudeste asiático a trabajar con orquestas muy distintas a BPO o NYP, a trabajar en una mesa de cantina en la calle, incluso a que le ofrezcan prostitutas jovencillas ordenadas por números. A esta manera de destruirte lo llaman ‘cancelación’. No es el ninguneo, eso es otra cosa. Cancelación igual a destrucción. Gracias a las almas nobles que, qué pena, no se molestan en distinguir ‘quién sí’ y ‘quién no’.
Se dice: ten cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir. Ese pedestal que deseaste, acaso de manera legítima, mediante tu energía en un trabajo duro y tu fuerza personal en el trato con los demás. Se podría decir: Dios te proteja (o el destino, Ananké) de la ira de quienes te van a arrojar del pedestal. La vocación de justiciero sin riesgo se ha extendido. Indignación: barra libre. “Indignaos”, gritó alguien con razón hace algo más de diez años. Mas aprovecharon para indignarse los inicuos, a veces en forma de aprendizaje juvenil. Se queja Lydia de su linchamiento: “Esos robots millennials que inventan falsedades sobre mí”. Hasta la terrible escena en que irrumpe al comienzo del concierto que tendría que haber dirigido ella y agrede a Kaplan delante de los músicos y del público. Escena patética, dolorosa.
La espléndida música incidental, al margen de la constante presencia de Mahler y otras muchas referencias, es de la violonchelista y compositora islandesa Hildur Gudnadóttir, que recibió un Óscar por su música para Joker. También Hildur, que nació en 1982, está en la cresta, y es mucho más joven que el personaje de Lydia. Cuidado, Hildur.
Santiago Martín Bermúdez
[Fotos: Focus Features]
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