La ¿odiosa? Lydia Tár
Rodeada de una expectación casi tan grande como la polémica despertada en ciertos círculos, el próximo viernes, 27 de enero, llega a los cines españoles la película Tár, escrita y dirigida por Todd Field, protagonizada por Cate Blanchett (que ya ha obtenido el Globo de Oro por su actuación en el filme y que muy bien podría recibir también el Oscar: la película acaba de recibir las nominaciones por mejor actriz, mejor guion, mejor película, mejor montaje, mejor fotografía y mejor director) y estrenada en el Festival de Venecia en septiembre de 2022. Tár es una película de intensa carga dramática y psicológica, que desde su mismo nacimiento está resultando controvertida. ¿Por qué?
Durante un tiempo, en una hábil maniobra de estrategia comercial, se ha jugado con una confusión entre realidad y ficción. Lydia Tár (Blanchett) es un personaje ficticio. Y no un personaje cualquiera, sino una estrella femenina de la dirección orquestal que tras haber llegado a la Filarmónica de Nueva York, alcanza el podio quizá más deseado por cualquier director del planeta: el de la Filarmónica de Berlín. Naturalmente, es la primera mujer en conseguir tal logro.
Que el espectador no especialmente introducido en el mundo de la música clásica pueda quedar confundido (nuevo componente de esa intencionada y muy bien diseñada borrosidad entre realidad y ficción) inicialmente es hasta normal, porque el relato, más allá de ser inventado, es verosímil, y encima, como veremos, podría guardar algún paralelismo con la biografía de cierta directora real.
La película se inicia con una entrevista en la que el periodista del New Yorker Adam Gopnik (que se interpreta a sí mismo) le hace a Tár, intercalada con fogonazos de una página de Wikipedia dedicada a la directora (página hoy dedicada a la película, pero que durante un breve periodo de tiempo existió como algo ‘real’, dedicada a la supuesta directora). Para más lío, DG anunció el lanzamiento de un disco con música de Hildur Guðnadóttir, Mahler y Elgar, con tres orquestas (Dresdner Philharmonie, London Contemporary Orchestra y London Symphony Orchestra), y con dos nombres: Cate Blanchett (se supone que la directora) y Sophie Kauer. Para enredar la cosa más aún, Kauer, la actriz británica que encarna a la violonchelista favorecida de manera descarada por Tár, que busca su favor sexual, resulta ser violonchelista en la vida real, de forma que resulta más que convincente en su desempeño de la parte musical de su papel.
Tiempo habrá para hablar de la película tras su estreno español, pero para abrir boca digamos que Tár resulta ser una directora de gran talento, con una personalidad abigarrada, manipuladora y acosadora, por un lado, y vulnerable, insegura y hasta frágil por el otro. Blanchet está, eso sí lo podemos anticipar, soberbia. Su encarnación de una persona en el podio es de las mejores que he visto. Cierto, en ocasiones su gesto es muy teatral, y si se pone uno muy tiquismiquis es obvio que no está dirigiendo ella (Leonard Slatkin reconoce ambas cosas en un comentario recogido en su web) pero indudablemente sabe lo que está haciendo (como buena profesional, se ha molestado en tomar sus clases al respecto). Y sobre todo consigue un retrato formidable, perfecto, de un personaje que en buena medida se acaba atragantando pese a los momentos en que hasta puede inspirar cierta compasión.
Decíamos que parte de la polémica se deriva de la conexión que el personaje podría guardar con alguna directora real, o al menos con ciertos detalles de la misma. En efecto, el crítico del New York Times, Zachary Woolfe, declaró que el personaje estaba basado en la directora Marin Alsop (Nueva York, 1956), probablemente la figura femenina más relevante en un mundo tradicionalmente dominado por los hombres, y sujeto ella misma de un documental reciente. Lo argumentó en algunos paralelismos: Tár, como Alsop, figura como protegida de Bernstein y, como la neoyorquina, es lesbiana y tiene una hija con su pareja que es músico de orquesta. Tár, como Alsop, aparece como profesora en un gran conservatorio americano y desarrolla una beca para jóvenes directoras.
Tales paralelismos, más que aludir a alguien concreto como Alsop, pueden haber sido relativamente intencionados con el fin de llamar la atención (de nuevo la estrategia comercial al escaparate), algo que sin duda han conseguido. Y Alsop ha puesto su granito de arena, probablemente sin quererlo: ha salido a la palestra con manifestaciones rotundas, diciendo que se siente “ofendida como mujer, como directora y como lesbiana”, porque es evidente que la figura de Tár no es una de esas que despierta encantos inmediatos. Puede ser comprensible su disgusto ante esa borrosidad entre realidad y ficción antes comentada.
Sin embargo, se antoja poco afortunada lo que sigue a esa manifestación de ofensa, cuando declara a The Sunday Times, que “hay tantos hombres -hombres reales y documentados- en los que podría haberse basado esta película y, en cambio, se pone a una mujer en el papel protagonista con todos los atributos [narcisista, abusadora, acosadora] de esos hombres que han encarnado el mito del director. Eso me parece antifemenino. Asumir que las mujeres se comportarán de forma idéntica a los hombres o se volverán histéricas, locas, dementes es perpetuar algo que ya hemos visto tantas veces en el cine”.
Sería aventurado decir que los modos autocráticos en el podio han desaparecido por completo. Lo han hecho, sin duda, al menos en una gran proporción, los exabruptos vociferados y las humillaciones públicas. Pero el ejercicio, muchas veces sibilino, de la autoridad, persiste. Eso de “a ese no me lo vuelva a poner usted en el siguiente concierto”, que contaban era la forma en que algún conocido director se quitaba de en medio a músicos que no le gustaban. Más sutil y menos escandaloso, pero no menos rotundo que el “está despedido” que Reiner o Szell practicaban tan a menudo.
Siendo por tanto cierto que hay muchos hombres reales y documentados (más vociferantes en el pasado, más taimados en la actualidad) que encarnan lo peor de los modos autocráticos y abusivos sobre el podio, cabría recordar a la maestra Alsop que no hay monopolio alguno sobre la cuestión, y que nada impide por ello creer que pudiera existir una directora que se comportara de esta guisa. No creo que la película pretenda hacer creer a la gente que todas las directoras son así. Sería tan disparatado como pensar que todos los directores actúan inspirando terrores como los que encarnaban Toscanini, Reiner o Szell. Y también tan disparatado como pensar que todas las directoras son personas encantadoras y amigables sin asomo de doblez alguna.
Quizá debiera quejarse Alsop a su colega Nathalie Stutzmann, que fue una de las asesoras de la película, o recordar que esta no es ni la primera película sobre una directora (véase La directora de orquesta, película de 2019 dirigida por Maria Peters), ni la primera sobre el gremio de directores en general (Desde Ensayo de orquesta de Fellini, 1979, a El director de orquesta de Andrzej Wajda, 1980, o Cita con Venus, de István Szabó, 1991) que a menudo no quedan retratados de manera precisamente positiva. Y eso por no hablar de series que van desde Mozart en la jungla a Philharmonia, y sin incluir personajes patéticos como el director de orquesta que aparece en la película protagonizada por Tom Hanks, Esta casa es una ruina. Y la cosa va a seguir, porque se avecina una película biográfica sobre Lenny Bernstein (eso que ahora llaman un biopic, qué empeño en inventarse palabros para renombrar cosas que ya tienen nombre) protagonizada por Bradley Cooper.
¿Opiniones? Para todos los gustos. El mencionado Slatkin dice que la considera posiblemente la película más rigurosa sobre la industria musical que se haya hecho hasta ahora. Lebrecht, desde su blog, parafrasea a Otto Klemperer (en una de sus malévolas afirmaciones sobre un colega) diciendo que Tár “no es una película mala, sino muy mala”. Y siguiendo en lo que parece un ataque decidido, el crítico británico ha apuntado después a que el equipo de producción ha intentado hacer lobby con una serie de músicos bien conocidos para que vieran la película y accedieran a apoyarla como parte de la campaña previa a los Oscar. Algunos, dice Lebrecht, rechazaron la invitación para ver la película, y otros la vieron, pero rechazaron autorizar la cita de sus opiniones.
De todas formas, Hollywood es Hollywood. Lo era ya en los años 30, cuando cierto Enrique Jardiel Poncela viajó allí y tuvo una relación bastante tormentosa con la Fox. La ácida (y a menudo tronchante) crítica de Jardiel sobre el mundo de Hollywood está bien recogida en su comedia El amor solo dura 2000 metros. Y en ella se recoge también la habilidad de Hollywood para construir presuntas realidades que duran lo justo y necesario para la promoción de una película y luego se disuelven como lo que son: historias desechables.
Pero por muy conveniente que la borrosidad entre realidad y ficción haya resultado desde el punto de vista comercial, borrosidad a la que reacciones como la de Alsop también contribuyen, conviene no olvidarlo: estamos ante una película. O sea, ficción. Eso sí, digna de verse. Aunque sólo sea por la memorable actuación de Blanchett, que logra que Lydia Tár resulte… bastante odiosa, la verdad.
Rafael Ortega Basagoiti
(Fotos: Focus Features)
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