LUGO / Pierre Hantaï homenajea a su maestro Gustav Leonhardt

Lugo. Círculo de las Artes. 25-V-2023. Pierre Hantaï, clave. Obras de Johann Sebastian Bach y Georg Friedrich Händel.
La primavera musical en la ciudad de Lugo viene marcada por dos festivales de largo recorrido que son perfectamente complementarios entre sí: el Ciclo de Música Contemporánea MIHLSons-XXI, que en 2023 ha cumplido su undécima edición, y la Semana de Música del Corpus, el festival lucense de música culta por antonomasia, que este año alcanza su medio siglo de existencia, convertido en el decano de los festivales gallegos.
Para celebrar una edición tan especial, la Semana de Música del Corpus nos invita, del 20 de mayo al 9 de junio, a ocho conciertos que abarcan desde la música renacentista a la actual, sumándose este festival al centenario Ligeti por medio de un recital de Noelia Rodiles de cuyas virtudes dejó constancia en Scherzo nuestro compañero Luis Suñén.
Dos días después de aquel concierto, el teclado volvió a ser protagonista en la Semana de Música del Corpus, retrocediendo en la historia de tal familia instrumental, pues el jueves 25 de mayo era un clave el que llegaba al Circulo de las Artes lugués: un Andreas Kilström construido a partir de un modelo de Thomas Hitchcock fechado en torno a la tercera década del siglo XVIII (el mismo periodo que abarcó este concierto); un clave dúctil, de registros bien timbrados, contrastado y de rotundos graves, que rehúye un brillo artificial, para ofrecer una naturalidad muy sutil.
Se trata de un instrumento que es propiedad de Fernando López Pan, clavecinista coruñés que presentó el concierto dejando constancia de su aquilatado conocimiento del repertorio, así como de la importancia que en la recuperación e interpretación (con criterios historicistas) de estas piezas tuvo Gustav Leonhardt, de quien López Pan fue alumno, como el propio Pierre Hantaï: protagonista de un concierto concebido como un homenaje al maestro neerlandés, al emplazarse en la primera parte del programa varias de sus transcripciones bachianas, definidas por Fernando López Pan como «verdaderas obras de arte».
Antes de adentrarnos en dichas transcripciones, Pierre Hantaï nos ofreció una selección del Klavierbüchlein für Wilhelm Friedemann Bach (c.1720-26), de Johann Sebastian Bach, demostrando en cada pieza por qué en 2019 Eduardo Torrico afirmaba en Scherzo que Hantaï es «uno de los más grandes clavecinistas de los tiempos modernos». El modo cómo construye cada pieza, su forma frasear y establecer el contrapunto muestran a un músico de una esplendorosa madurez: ésa con la que nos sorprendió en Galicia a quienes asistimos, en noviembre de 2004, a las reveladoras Goldberg-Variationen (1741) que el francés nos regaló entonces en Vigo, que confirmaban lo que ese mismo año le conocimos en su registro de las Goldberg para el sello Mirare: un acercamiento que difería ya sustancialmente de lo que fue desgranando con los años el propio Leonhardt; mostrándose Hantaï, como en este Klavierbüchlein, más atento al manejo de un color que parece llegarle por vía genética, hijo como lo es del pintor Simon Hantaï. La sabiduría alquitarada por el clavecinista galo con el paso de las décadas le permite combinar, ahora, lo lógico y lo lúdico, el rigor y la experimentación, abriendo una paleta técnica y cromática que se iría reforzando en las sucesivas partituras del programa.
En la segunda de ellas, el Prélude de la Suite en Sol menor BWV 995 (1727-31), se nos hará extraño no escuchar a un laúd, sino a un clave, en la transcripción de Gustav Leonhardt. Ahora bien, gracias a ello, lo estructural se ve muy apuntalado, clarificando sobremanera Pierre Hantaï la arquitectura de la obra por medio de una digitación portentosa y de un concepto que bebe, asimismo, del órgano bachiano, no sonando aquí tan contemplativo y pausado, sino con una libertad —especialmente, en los compases finales— que puebla de voces y volumen a su lectura, apuntando a una concepción orquestal de esta página: afirmación del aplomo contrapuntístico propio del kantor.
La pausada serenidad y el magisterio en la respiración de las resonancias reaparecen en una nueva transcripción leonhardtiana, la de Sarabande y Bourrée de la Partita para violín nº1 en Si menor BWV 1002 (1720), en cuya lectura Hantaï lleva a cabo un uso muy comedido y elegante de la ornamentación, con un sentido netamente orgánico, en el que ésta es floreciente consecuencia de cada rizoma estructural previo.
Ahora que, si la primera parte del programa tuvo un punto álgido en cuanto a digitación y virtuosismo, éste vino dado por la transcripción de Gigue y Double de la Suite en Do menor BWV 997 (1727-31), en un trabajo de verdadera orfebrería por parte de Gustav Leonhardt que encontró en Hantaï a un clavecinista en estado de gracia el pasado 25 de mayo. Estamos, aquí, ante el músico capaz de las proezas rítmicas y de mecanismo con las que nos deslumbró en sus primeras Goldberg (Opus 111, 1992), sin renunciar un ápice a la claridad y a la microscópica disección de cada pieza: ¡formidable!
Cerró la primera parte del concierto la última transcripción debida a Gustav Leonhardt, la de la Partita para violín nº2 en Re menor BWV 1004 (1717-20). Como colección de danzas que es, Hantaï abre un mundo nuevo en cada número, algo evidente en una Allemande que colmó de espiritualidad, dotando de hondura y peso al clave. Fue la suya una interpretación despojada de retórica e impostación, de un recogimiento encomiable. La Courante sonó, en Lugo, con especial acentuación y sentido galante, muy viva y virtuosística, con su impetuoso ejercicio de horizontalidad, puntuada con pinceladas a través de las cuales Hantaï confiere color a esta danza, imprimiendo ecos italianos. En la Sarabande nos ofreció el francés toda una lección de cómo complejizar esta música, llevando el recogido trascendentalismo de la Allemande a un juego arquitectónico de ecos entre ambos teclados: todo un viaje a la obscuridad por medio del registro y del color, conservando intacta la unidad métrica y estructural.
Curiosamente, fue la Gigue con la que concluyó esta Partita nº2, en la primera parte del concierto, pues Hantaï se reservó la Chaconne para finalizar el mismo, en otra muestra de su libérrima creatividad como intérprete. Gigue, de nuevo, vivaz y virtuosística, con prodigiosos juegos de teclado en sordina opuestos a unas dinámicas tan acusadas, que Hantaï anticipa, con la proyección de su cuerpo contra el teclado, lo que será el futuro martellato en el siglo XX: tal ha sido aquí el ímpetu del francés, que vuelve a llevar al clave ideas propias del órgano, con su agrandado contrapunto y espejeos; de nuevo, armando una idea severamente arquitectónica de la estructura bachiana.
Tras afinar, el propio Hantaï, convenientemente el clave en el descanso, la segunda parte del programa comenzó con la Suite en Re menor nº3 HWV 428 (1720) de Georg Friedrich Händel, pieza no precisamente del gusto de un Gustav Leonhardt que, quizás, si se la hubiese escuchado en Lugo a su discípulo habría cambiado de opinión, pues esta lectura lucense de Pierre Hantaï siguió las arrolladoras líneas maestras de su reciente registro del año 2020 para el sello Mirare: toda un referencia en esta Suite en Re menor.
De su Präludium creo que Leonhardt hubiese sido un excelente intérprete, por su severidad y carácter de imponente anunciación, convertida por Hantaï en un ejercicio lúdico al llegar a una fuga marcada por una prístina digitación: pura transparencia en cada una de sus febriles escalas. La Allemande nos sirvió para comprobar las dispares personalidades de Händel y Bach, así como lo mucho que Hantaï ha ganado en expresividad gestual en los últimos años, que lleva a su teclado para multiplicar las inflexiones y la musicalidad del fraseo. Su Courante es firmemente unitaria en estilo, sin abrir tanta diversidad como comportan estas suites de danzas en Bach, pero ganando en un aliento, de nuevo, orquestal. El conjunto de Air y sus 5 Variations fue convertido por Hantaï en un sublime proceso de abstracción y búsqueda de las esencias del sonido, en línea con el último y críptico Bach; como bachiano ha sido el sentido tan contrapuntístico conferido por el clavecinista galo, su virtuosismo y vigoroso fraseo, de fuerte ímpetu y acentuación. En el registro agudo, Hantaï extrema sus pinceladas cromáticas, lindando lo disonante, quebrando la linealidad del discurso y construyendo la ornamentación de un modo rotundamente personal, incluyendo unos silencios de una lógica aplastante por su efecto tan estructural para construir el andamiaje del contrapunto. Las variaciones en la velocidad del fraseo (en manos de Hantaï, verdadera forma embrionaria del rubato) han contribuido a que dicho edificio contrapuntístico presente unas voces más libres e individualizadas, sin renunciar a una asombrosa precisión en el mecanismo: la misma que ha presidido el Presto conclusivo, apabullante ejercicio de celeridad sólo pausado para jugar con el eco en sordina entre ambos teclados y timbrar los colores del clave en subyugantes alternancias de registro.
Tras tamaña exhibición händeliana, otro festín fue ofrecido por Hantaï con la Partita nº1 en Si bemol mayor BWV 825 (c. 1725) de Johann Sebastian Bach. El Praeludium sonó más seco y adusto, con un enfoque cerebral cercano al discográfico de Gustav Leonhardt (EMI, 1986). Ahora bien, a medida que se desarrolló este BWV 825, Hantaï desplegó más colores y matices rítmicos en cada danza, con una Allemande muy elegante en el fraseo, repleto de detalles y contrastes armónicos. Ese ejercicio de estilo y ritmo se mantiene en una Courante que combina una severa pulsación con una fluidez entre ambas manos que hace especialmente horizontal un discurso progresivamente elevado en el plano armónico con la resonancia, el peso y el contraste que insufla Hantaï a unos graves tan acentuados por su propio torso, volcado sobre el teclado. Mientras, en la Sarabande el clavecinista francés se repliega al susurro, desgranando esta danza con ligereza y sutilidad, así como con una luminosidad contagiosa. Los Menuets han surgido de una forma totalmente lógica desde la Sarabande, convertidos en un nuevo y pasmoso ejercicio de pulsación y métrica. Las metamorfosis tímbricas y de registros desplegadas por Hantaï con ambos teclados, espejando los temas, han sido otro de los puntos fuertes de su creación, tan bellamente colorista, mostrando texturas imposibles en un piano (lo que nos vuelve a recordar la importancia de escuchar estas piezas al clave). Ese manejo de los teclados para crear planos rítmicos, contrapuntísticos y tímbricos se prolongó en la Gigue final: prácticamente, un ejercicio de orquestación, repleto de verticalidad, estilo y poesía, convirtiendo esta danza en todo un concierto, donde la mano derecha ejerce de solista, mientras la izquierda asume el rol de bajo continuo, construyendo una polifonía y un contrapunto subyugantes cuya vitalidad es recalcada por Pierre Hantaï hasta acentuando cada frase con sus pies: audibles en el Círculo de las Artes por la total implicación del francés en cada una de estas partituras.
Como antes señalamos, la Chaconne de la Partita nº2 fue descolgada por Hantaï al final del concierto, en un guiño al origen español de esta danza, aunque a lo que nos invitó el clavecinista galo fue a toda una transformación, per aspera ad astra, desde su inicial carácter elegiaco hasta el luminoso final que construyó en Lugo. De hecho, él mismo habló de una «Chaconne-Tombeau», incidiendo en su carácter fúnebre, que llevó al plano tímbrico con un juego de registros asombroso, haciendo del clave un instrumento cuasi amplificado por sus propios recursos acústicos: verdadera genialidad de un músico con un domino perfecto del instrumento, cuyos timbres, resonancias, colores y volumen moldea a su antojo. En un nuevo ejercicio de absoluto virtuosismo y capacidad constructiva, Pierre Hantaï volvió a rescatar procedimientos propios de un órgano, así como de la amplia experiencia en dicho instrumento de su maestro Gustav Leonhardt.
Qué mejor final, por tanto, en tierras de la propia España, donde la chacona nació de entre sus danzas populares; y qué lección de vida, la ofrecida por Pierre Hantaï en Lugo, de cómo, desde el dolor, construir un nueva existencia, convirtiendo esta Chaconne prácticamente en un sumatorio de lo escuchado a lo largo del concierto: dos horas y media de grandeza interpretativa que ovacionó el publico lucense puesto en pie, lo que obligó a Pierre Hantaï a un encore quizás no previsto dentro de la lógica de su programa, con la Gigue de la Partita nº4 en Re mayor BWV 828 (1728) del propio Bach, convertida por Hantaï en una demostración de arrojo y direccionalidad, plena de movimiento y vitalidad; de forma que, si la Chaconne de la Partita nº2 nos mostraba el camino a seguir tras una luctuosa pérdida, esta Gigue lo recorre y disfruta ya plenamente, como nosotros hemos disfrutado de un recital para el recuerdo de uno de los más grandes intérpretes de repertorio barroco de nuestro tiempo (algo que nos demuestra, como ocurrió el pasado 6 de mayo en el Festival RESIS de La Coruña —entonces, con el Quatuor Diotima—, la importancia de que el gran repertorio sea escuchado en manos de sus mejores especialistas internacionales).
Paco Yáñez
(Fotos: Iván Mouronte)