MADRID / Pierre Hantaï refulge en una madrugada bachiana
Madrid. Auditorio Nacional. 8-V-2019. XLVI Ciclo de Grandes Autores e Intérpretes de la Música de la Universidad Autónoma de Madrid. Le Concert des Nations. Director: Jordi Savall. Obras de Bach.
La cosa no empezó bien. Más de veinte minutos tuvo que esperar el público, arremolinado en las puertas, para poder acceder a la sala sinfónica del Auditorio Nacional. El concierto anterior (Hilary Hahn con la Philharmonique de Radio France) había durado más de lo previsto y, por otro lado, había que afinar el clave, lo cual lleva su tiempo. Jordi Savall se dirigió al público para pedir disculpas, aunque aclarando que el retraso no era imputable a ellos. Y comenzó a sonar la música, la Segunda suite orquestal de Bach, con Marc Hantaï —flauta travesera— como solista. Aquello no carburaba; sonaba a rutina pura, como si se tratara de un-día-más-en-la-oficina, deseando todos que llegara la hora de la salida para coger los bártulos y salir zumbando a casa. Pero concluida la suite, llegó el Concierto para clave en Re Menor BWV 1052 y, ¡oh prodigio!, se produjo el milagro, como el de coger el agua y transformarla en vino.
El taumaturgo tenía nombre propio: Pierre Hantaï, hermano del solista anterior. Hantaï, entre concierto y concierto, había dado algún retoque al clave para que estuviera perfectamente afinado y, nada más empezar a deslizarse sus dedos sobre las teclas, se creó ese clima afectivo en la sala que solo se da en las grandes ocasiones. Hantaï clavaba las notas a la velocidad del rayo como el que cose y canta, meneando su cabeza para que no quedara la más mínima duda de que estaba disfrutando más que nadie de esa obra. La orquesta se fue entonando, en un encomiable intento de ponerse al nivel del solista. Los negros nubarrones habían desaparecido y la música fluía seductoramente. Si alguien aún tenía la osadía de discutir que estábamos ante uno de los más grandes clavecinistas de los tiempos modernos, ahí estaba el propio Hantaï para desbaratar tan feble criterio. El público lo percibió así y, en cuanto finalizó el concierto, se lo premió con una ovación clamorosa.
El ambiente anodino del principio había dado paso a una atmósfera de máxima expectación. Ahora era el turno de los violines (Jakob Lehmann y David Plantier) y del Concierto BWV 1043. Había ya pasado el miércoles y nos encontrábamos en pleno jueves. ¡Es lo que pasa con estos horarios nocturnos tan típicamente españoles! Lehmann es un intérprete aún joven —nació en 1991— que tiene hambre de triunfo. Y eso siempre es bueno. Pero medirse a alguien de la talla de Plantier entraña riesgo. El alemán se prodigó en aspavientos, como sin con ellos quisiera convencernos de que atesora virtuosismo para dar y tomar. Pero el francés, sin emplear más energías de las necesarias, le ganó la partida en este peculiar duelo violinístico. La veteranía es un grado y Plantier es demasiado Plantier. Fue una bonita versión, pero ni solistas ni orquesta fueron capaces de alcanzar las cotas interpretativas del concierto precedente protagonizado por Hantaï.
La velada se cerró con otra suite orquestal, la Primera, con un cuarteto de vientos integrados por los oboístas Magdalena Karolak y Alessandro Piqué, el fagotista Josep Borràs y, de nuevo, Jerome Hantaï al traverso. ¡Qué lástima que la otra suite, la que alzó el telón, no sonara ni la mitad de bien que sonó esta! El público madrileño se había entregado a Jordi Savall y sus huestes. Y había sobrados motivos para ello.