LUGO/ Noelia Rodiles: un gran programa para una gran pianista

Lugo. Conservatorio Profesional de Música Xoán Montes. 23-V-2023. Festival de Música Cidade de Lugo. Noelia Rodiles, piano. Obras de Ligeti y Schubert.
En diciembre de 2014 se presentaba Noelia Rodiles (Oviedo, 1985) en el Ciclo de Jóvenes Intérpretes de la Fundación Scherzo. El programa era toda una declaración de intenciones: C. P. E. Bach, Gyorgy Ligeti, Francisco Cano y Franz Schubert. Nueve años después, la pianista asturiana no sólo sigue manteniendo en su repertorio Musica ricercata, con mayor razón en este año en el que celebramos el centenario del compositor húngaro, sino que su evolución como artista se manifiesta muy bien en el modo de tratar hoy esta música —que explicó al inicio breve pero inteligentemente— siempre fresca y sorprendente, por la que el tiempo pasa para bien y que necesita de alguien capaz de sacarle el máximo partido. Rodiles está técnicamente sobrada para navegar por la aparente simplicidad —que al cabo no es tal— de algunas de las piezas de la serie y no digamos por las más complejas, esas que combinan aquella apariencia con la realidad de que hace falta una mecánica muy sólida para enfrentarse a ellas. Todas, las once, recibieron el pasado martes en Lugo una lectura ejemplar, pero me gustaría señalar el control técnico y expresivo que nuestra artista convirtió en verdadera lección en la VII, con la mano izquierda implacable en esa suerte de epítome de lo que luego llamaríamos minimalismo y la derecha impecable en el Cantabile, molto legato a que se refiere su título. Habría que señalar también que ese dominio del teclado traduce lo que parece la idea de que Ligeti debe ser escuchado, en esta Musica ricercata, más ya desde su propia realidad creadora que a partir de la influencia de Bartók, presente sin duda pero superada también por mor de la ambición propia.
En la segunda parte, una de las piezas fundamentales de todo el repertorio: la Sonata D960 de Franz Schubert, un Everest al que no asciende quien quiere sino quien puede. Rodiles se ha decidido hace poco a incorporarla a sus recitales y tras la escucha no cabe sino convenir en que era el momento. Hablábamos antes de la técnica sin la que no es posible llegar a ninguna parte, pero en su Schubert esa técnica es el camino para proponer al oyente una suerte de trabajo activo conjunto. Rodiles sabe que tiene ante sí un mundo y quiere compartirlo, y para ello parece huir de cualquier visión reductora. En buena manera la sonata cierra la vida y la obra de un creador descomunal, y puede ser vista como un testamento —a los treinta y un años— o pura y simplemente como la angustia ante lo que se acaba demasiado pronto, ambigüedad irremediable, sentimientos enfrentados, desde la serenidad meditativa del arranque hasta los disfraces con que la dicha y la tristeza se presentan en el Finale, en el que aparece esa nota aislada y repetida como una señal de lo desconocido o de lo indefinible cuando ya es demasiado tarde para casi todo. Y, claro está, pasando por la hondura del Andante sostenuto o por —un detalle no menor en el conjunto— la manera de subrayar el carácter del trío del Scherzo, pocos compases, sí, pero enormemente significativos. Como encore, se nos regaló Mélodie, el arreglo de Sgambati sobre el Orfeo y Eurídice de Gluck.
Luis Suñén
(foto: Pablo Sánchez Quinteiro)