BETANZOS / Magdalena Cerezo estampa ocho sellos de calidad al piano
Betanzos. Casa Núñez. 18-III-2023. Magdalena Cerezo, piano. Obras de Alberto Posadas, George Crumb, Claude Debussy, Rebecca Saunders y Jennifer Walshe.
Cada visita a Galicia de la pianista madrileña (afincada en Alemania) Magdalena Cerezo Falces se está convirtiendo en una fiesta para los amantes de la música contemporánea, tanto por la excelencia de los programas en los que ha participado como por los altísimos niveles de calidad interpretativa que nos viene regalando.
La última edición del Festival RESIS nos dejó, en la primavera de 2022, dos buenos ejemplos de sus dotes como pianista y performer, ya fuese a dúo, formando parte de LAB51, ya integrando ese esperanzador proyecto musical que es el ensemble Arxis, del que Magdalena Cerezo es pianista desde su fundación.
En esos niveles de excelencia artística y calidad interpretativa hemos de situar, de nuevo, el que ha sido el segundo recital de Magdalena Cerezo en Galicia, que tuvo lugar el pasado 18 de marzo, promovido por la Asociación Cultural AÏS, en la Casa Núñez de Betanzos, edificio modernista que en 2023 cumple cien años y en el que se ubica el Centro Internacional de la Estampa Contemporánea que el artista gallego Jesús Núñez Fernández estableció en su propia casa natal, en 1997.
Emplazamiento idóneo, por tanto, para este concierto, pues esa misma vitalidad que caracteriza a las actividades de la Fundación CIEC es la que parece haber informado al soberbio programa de Magdalena Cerezo, con un cartel de impresión cuya primera partitura fue Anklänge an “La cathédrale engloutie” (2015), del compositor pucelano Alberto Posadas, segunda pieza del ciclo Erinnerungsspuren (2014-18).
Cuando hace tres años Ismael G. Cabral me solicitó una lista con las veinte obras musicales que considerase más relevantes de este siglo —votación cuyos resultados publicó SCHERZO en 21 del XXI—, entre mis seleccionadas estaba, precisamente, Erinnerungsspuren, pues creo que estamos ante una de las creaciones para piano más importantes del tercer milenio, además de ante una de aquéllas en las que la historia más fuertemente pervive y reverbera, a través del diálogo de Alberto Posadas con seis grandes compositores de dicha tradición.
Como su título explicita, en Anklänge an “La cathédrale engloutie” el diálogo se establece con el décimo de los Préludes pour piano (1909-13) de Claude Debussy, centrándose Alberto Posadas en la percepción del espacio acústico creada en dicho preludio, como propagando el piano del compositor galo a través de un medio irreal; diría que no tanto acuático, como plasmático. Por ello, no es una pieza sencilla de interpretar, como tampoco lo es el preparar en cada instrumento todas las especificaciones que Posadas determina en su partitura, además de que a las diferentes sordinas y cuñas en el cordal se añade la profusa activación del mismo con espátula y superball, extendiendo notablemente las sonoridades y densificándolas por medio del pedal: ese piano definido en su día por Lydia Jeschke como «escultórico».
A todo ello se suman unos timbres y unas texturas que parecen las de un sonar explorando las profundidades de este tan particular espacio acústico, en busca del original debussyano, del cual emergen ecos desde el fondo de la partitura, apenas un par de notas que parecen una comunicación entre tiempos históricos: uno de los ejes conceptuales del propio concierto de Magdalena Cerezo, ya no sólo por la reiterada intertextualidad habida en(tre) las sucesivas piezas del programa, sino porque las citas de Debussy en la primera y en la última partitura, con Debussy como centro y eje del concierto, han creado toda una simetría en torno al compositor francés.
Con un piano de pequeño tamaño, que ha limitado unas reverberaciones tan importantes en Anklänge an “La cathédrale engloutie”, Magdalena Cerezo nos ha ofrecido una lectura de gran cuidado tímbrico, muy bien respirada en la relación ataque/silencio, así como en el balance entre melodías y armonías, procedentes del original debussyano, y técnicas actuales y extendidas; por más que muchas de ellas nos remitan a un repertorio ya canónico, en el que figura con nombre propio el segundo compositor cuya música escuchamos en Betanzos, el estadounidense George Crumb.
Es por ello que el paso de la plasmática Anklänge an “La cathédrale engloutie”, con su estático esfumado de lo temporal a través de la redefinición del espacio, a esa otra visión del espacio (celeste) que es el Makrokosmos I (1972) de George Crumb, no podía ser más directo y acertado, con el tiempo suspendido que escuchamos en las cuatro piezas de este primer libro seleccionadas por Magdalena Cerezo. Éstas fueron The Abyss of Time (Virgo), The Spring-Fire (Aries), Dream Images (Gemini) y Spiral Galaxy (Aquarius). Piano profusamente extendido, el de Crumb, Magdalena Cerezo lo desgrana con un detalle microscópico, pero sin renunciar a su inherente lirismo y elegancia, incluidos los ecos históricos que reforzaban la estructura en palimpsesto de este programa; en el caso de Crumb, con su cita de la chopiniana Fantaisie-Impromptu op. 66 (1834) en Dream Images y su evocador Moderato cantabile emergiendo desde el silencio: una de tantas fantasmagorías acústicas como pueblan el Makrokosmos. A esos halos del tiempo se suman, en Virgo, los recitados de Magdalena Cerezo, de gran refinamiento en articulación y sentido musical en el manejo de la proyección del aire; o su contundencia en el teclado, en Aries, con un ataque del antebrazo que anticipaba la partitura de Rebecca Saunders después escuchada. Entre tales alardes de virtuosismo, dejó entrever Magdalena Cerezo una poética de resonancias orientales, en Aquarius, pieza en la que expone arpegios que recuerdan a los del koto nipón, con sus densas (como en Posadas) resonancias en el vacío: perfecta forma de evocar ese silence éternel de ces espaces infinis al que, aterrado, aludía un Blaise Pascal tomado por Crumb como referencia filosófica de este duodécimo número de un Makrokosmos que estamos deseando escuchar en su integridad a Magdalena Cerezo Falces.
Como antes señalamos, Claude Debussy ocupó el centro de este programa tan bien diseñado como especularmente simétrico, con una Cathédrale engloutie que Cerezo comprende en su sentido más visionario. Su lectura se aleja de las más poéticas y perfumadas de los Claudio Arrau o Arturo Benedetti Michelangeli, acercándose a Krystian Zimerman, por su firmeza estructural, así como a Pierre-Laurent Aimard, por su concepción del timbre y del manejo de los bloques cromáticos, llevando este décimo Prélude más a un concepto cezanniano y protocubista que a lo propiamente impresionista; por tanto, a la antesala de compositores como György Ligeti y Pierre Boulez, algo que el uso del pedal ha acentuado, tan seco, conciso y articulado.
De este modo, el rizoma histórico, a través del férreo estructuralismo bouleziano, ha encontrado su lógica floración en shadow (2013), de la británica Rebecca Saunders, una partitura que une un mecanismo virtuosístico en grado extremo, en el teclado, a un cincelado escultórico de las resonancias, en el pedal, que es directa consecuencia de Serynade (1998-2000), partitura de un compositor que tanto ha influido a Saunders como Helmut Lachenmann. Ahora bien, Magdalena Cerezo es una pianista sumamente inteligente y, ante las limitaciones en cuerpo y reverberación de su piano, no ha enfatizado tanto lo escultórico y lo tridimensional de las resonancias, por medio de los pedales de sostenuto y legato, como un ejercicio abrumador de digitación y ataque con el antebrazo, creando diferentes densidades y expansiones de la materia sonora desde su poderoso mecanismo, incidiendo, una y otra vez, en lanzarlos desde la cintura, abalanzando el cuerpo para reforzar la contundencia, con un sentido netamente teatral.
Ello confiere un gran volumen a lo que Rebecca Saunders califica, en shadow, como «nubes verticales de armónicos», marcadas por un progresivo esfumado, transformándose el color de las mismas según se gradúen los pedales de un modo que evoca tanto a la pintura de William Turner como a la de Mark Rothko. A ellos se suman los escritos de Carl Gustav Jung sobre unas sombras que, según el psicólogo suizo, sirven de marco a nuestra conciencia, con el diálogo interior que en cada uno de nosotros se establece entre lo oscuro y lo luminoso, entre lo siniestro y lo sublime. En este último sentido hemos de entender el alarde de técnica, musicalidad y virtuosismo desplegado por Magdalena Cerezo en la excelsa y dificilísima shadow.
Teniendo en cuenta la prolija red de diálogos, citas e intertextualidad que ha caracterizado al programa, el final seleccionado por Magdalena Cerezo no podía ser más consecuente, pues becher (2008), de la compositora irlandesa Jennifer Walshe, se convierte en toda una caja de Pandora o delirante rocola que, al ser abierta, hace resonar, en apenas unos compases de cada partitura, piezas que van desde Johann Sebastian Bach a la propia Walshe, pasando por Debussy, Beethoven, Satie o The Doors y Nirvana: palimptexto en múltiples capas y estilos, desaforado, humorístico y febril, que exige una flexibilidad, por parte de la pianista, de verdadero impacto, una capacidad para manejar el tempo, la digitación, las dinámicas y el estilo que, por sus requiebros, cerca tienen a la ejecutante de sufrir un esguince de-mente.
Nada de ello ha padecido Magdalena Cerezo, que rubricó con la poliédrica y divertida becher un recital para el recuerdo, o así pareció entenderlo el público reunido en la centenaria Casa Núñez, por su gran ovación final. Entre ese público se encontraba el propio Jesús Núñez, artista nacido en 1927 que, con sus conversaciones al final del concierto, aportó otra voz sustantiva a este diálogo entre tiempos históricos, pues pensemos que cuando Núñez se pintaba en una Berlín aún devastada por la guerra, allá por 1952, Wilhelm Furtwängler todavía dirigía en la capital alemana. Historia viva, la que disfrutamos el pasado 18 de marzo en Betanzos, rubricando aquello de que la vanguardia siempre es punta de lanza de una tradición a la que, indefectiblemente, pertenece, o así nos lo ha mostrado Magdalena Cerezo.
Paco Yáñez
(Fotos: Xurxo Gómez-Chao)