BERLÍN / Musikfest: Ingo Metzmacher imparte lecciones de sabiduría y heterodoxia en las efemérides de Luigi Nono y Anton Bruckner
Berlín. Philharmonie. 30-VIII-2024. Gustav Mahler Jugendorchester. Director: Ingo Metzmacher. Obras de Wagner, Nono y Bruckner.
Tras el soberbio concierto que el 29 de agosto disfrutamos en el Musikfest de Berlín, con un inspiradísimo Riccardo Chailly al frente de la Filarmonica della Scala, un día después tuvimos otra experiencia musical realmente gozosa, con esa orquesta de jóvenes talentos que es la Gustav Mahler Jugendorchester (GMJO), comandada en esta ocasión por otro director de reconocido prestigio en el repertorio contemporáneo: el alemán Ingo Metzmacher, antiguo pianista del Ensemble Modern y una de las batutas más versátiles de nuestro tiempo, como demostró en su programa berlinés, reinventando algunos de los pilares de la tradición que en esta misma Philharmonie tuvieron en Herbert von Karajan a uno de sus más ortodoxos y conspicuos oficiantes.
Ingo Metzmacher reservó lo principal del programa para celebrar sendas efemérides festejadas en 2024por el Musikfest: el bicentenario del nacimiento de Anton Bruckner y el centenario de la venida al mundo de Luigi Nono, un compositor con el que Metzmacher tiene una especial afinidad, como demuestran sus referenciales grabaciones para EMI y Edition RZ de partituras como Canti di vita e d’amore (1962), Prometeo (1981-84, rev. 1985) o Caminantes….. Ayacucho (1986-87).
Pero antes de adentrarnos en las respectivas efemérides de Nono y Bruckner, Metzmacher puso sobre los atriles de la GMJO la música de un compositor especialmente cercano a Bruckner, hasta tal punto, que precisamente éste le dedicó la sinfonía que cerraba el programa. Por descontado, nos referimos a Richard Wagner, de quien escuchamos dos fragmentos de Parsifal (1857-82): el Vorspiel del primer acto y la Karfreitagszauber; ambos, directamente enlazados, sin pausa intermedia, con la partitura de Luigi Nono, que Metzmacher dispuso en el centro de este particular tríptico.
Conociendo a Ingo Metzmacher, era de esperar (más, tras haber leído en Scherzo a nuestro compañero Justo Romero) que su Wagner se saliese de esa ortodoxia antes señalada en el caso de Karajan (pero, también, de los Knappertsbusch, Kubelik, Solti, Barenboim, Thielemann, etc.). En una ciudad como Berlín, con lo que ello significa con respecto a Wagner y a la utilización ideológica que del compositor se realizó otrora en esta capital, Metzmacher prescinde de las evocaciones más acusadamente metafísicas (por descontado, étnicas o raciales), reforzando una fluidez que suena más a poema sinfónico y a canto a la naturaleza que a sacralidad. Así, primó un tempo ligero y la búsqueda, por parte de Metzmacher (que repetiría en todo el programa), de acompañar de la forma más clara y didáctica posible a los músicos de la GMJO, con especial atención a las entradas, los rangos dinámicos y los elementos estructurales, movilizando el director de Hannover una amplia paleta de recursos en cuanto a gestualidad.
Como antes señalamos, sin pausa intermedia Ingo Metzmacher convirtió el Vorspiel de Parsifal en el perfecto preludio para la segunda partitura del programa, obra de Luigi Nono que comparte con la música del genio alemán su búsqueda de la interioridad del sonido y su abismática densidad, en una dimensión que en A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili (1984) se acerca, igualmente, a la estela de Giacinto Scelsi y sus modulaciones microtonales sobre una sola nota.
En el caso de A Carlo Scarpa, dos serán las alturas: ambas tomadas de las iniciales del nombre y del apellido del combativo arquitecto italiano en su equivalente notación musical: C (Do) y S/Es (Mi bemol). A partir de ellas, Nono estructura una partitura basada en la subdivisión del tono, con una refinadísima arquitectura microinterválica que nos conduce al límite de lo (in)audible, pues desciende hasta los dieciseisavos de tono, lo cual, en muchos instrumentos, resulta una cuestión de lo más ardua en términos de afinación, motivo por el cual la orquesta apenas toca de forma conjunta, proliferando timbres y microtonos errantes en constelaciones a la deriva que atraviesan un océano de silencio: otra forma de tragedia dell’ascolto que en A Carlo Scarpa señala caminos ya distintos de los transitados por el propio Nono en la coetánea Prometeo, cuestión que hace de A Carlo Scarpa una de las puertas al último periodo del veneciano: el que se abre, tras Prometeo, hacia obras como No hay caminos, hay que caminar… Andrej Tarkowskij (1987) o La lontananza nostalgica utopica futura (1988).
La versión de A Carlo Scarpa dirigida en Berlín por Ingo Metzmacher a la GMJO se asimila todavía, sin embargo, a la estela de Prometeo; desde luego, más que Michael Gielen en sus grabaciones de los años 1986 y 1989, más aceradas y en las que se tendía un puente directo entre el ultimísimo Nono y la etapa de los años sesenta y comienzos de los setenta del italiano, por sus más directas, agresivas y elegíacas versiones de A Carlo Scarpa. Frente a éstas (quizás imbuido por el halo de Parsifal o por las ruinas de la historia que en Berlín se diseminan), Metzmacher hace que la propia partitura se convierta en un paralelo viaje a través de los rescoldos de la tonalidad, con un canto tan frágil como emotivo en la polifonía de microtonos que desplegó (con notable afinación y cuidado en las dinámicas) la Gustav Mahler Jugendorchester.
De este modo (y, de nuevo, en línea con Prometeo) en su dirección berlinesa ha otorgado un enorme peso Ingo Metzmacher al silencio y a la sutilidad en las dinámicas, por lo que su versión resultó especialmente dilatada en lo temporal, para que cada sutileza instrumental y resonancia tuviese el tiempo suficiente para respirar y expandirse entre ese campo de ruinas que es la historia del Berlín del siglo XX, cuyas ondas expansivas tan fuertemente llegaron a Venecia y a la vida del propio Carlo Scarpa.
Los glissandi en el timbal, las fúnebres reverberaciones en la percusión metálica o el denso y gutural flatterzunge en los vientos se convierten, bajo la dirección de Ingo Metzmacher, en un cortejo fúnebre a paso lento que muestra la fragilidad tanto del propio sonido como de la condición humana, al mismo tiempo que sus infiniti possibili, cada vez que esas resonancias errantes consiguen consolidarse, establecer un puente armónico con el otro y conformar una tan efímera como resplandeciente unidad-en-la-diversidad. Como siempre en Nono, el mensaje ético y humanista no podía faltar en la interpretación de sus partituras. Ingo Metzmacher lo sabe, y por ello su versión fue tan satisfactoria como sabia, en términos artísticos y políticos.
Nuevamente sin pausa intermedia sonó la Karfreitagszauber de Parsifal, aunque aquí el contraste fue en exceso acusado en los primeros compases, notándose que a los jóvenes instrumentistas de la GMJO les costó tan abrupto cambio de ambiente y estilo. De este modo, lo que arrancó de forma algo timorata y destemplada (diría que hasta fuera de estilo), fue ganando en lógica y sentido (tanto estructural como dramatúrgico), acabando por convertirse, cual la propia Parsifal, en una evocación de la vida más allá de la muerte, tanto la de Carlo Scarpa como la de los propios Wagner y Nono, sea eso lo que fuere para cada uno; al menos, una vida que se prolonga y nos sigue interpelando en cada una de sus obras, y así fue cómo finalmente Metzmacher consolidó su lectura de la Karfreitagszauber y del tríptico wagneriano-noniano: como una celebración de la existencia, algo que reforzaron unos músicos de la GMJO cuya calidad impresiona.
Tras haber disfrutado de tan original propuesta, cerró el concierto una partitura de lo más consecuente en lo que a la secuencia de obras en programa se refiere, pues en paralelo a la larga gestación del festival escénico sacro que es Parsifal creaba Anton Bruckner su Sinfonía nº3 en Re menor (1873-89), página en la que el compositor de Ansfelden alcanzó su madurez sinfónica, a pesar de que el trazo estilístico que recorre el catálogo de Bruckner sea tan sólido como monolítico, prácticamente desde la “Studiensymphonie” en Fa menor (1863) hasta la colosal Novena sinfonía (1891-96).
Ingo Metzmacher se decantó por la versión original de esta Tercera sinfonía (la que el propio Bruckner envió a Wagner), una realización, desde luego, mucho más abrupta que la versión de 1889: la que, en edición de Leopold Nowak, grabó Herbert von Karajan en la propia Philharmonie en septiembre de 1980.
Nada tiene que ver con aquella grabación lo dirigido en el Musikfest por Metzmacher, en un nuevo ejercicio de heterodoxia que reinventó por completo la Tercera sinfonía de Bruckner, sin omitir su más entrecortada, reiterativa y arduamente contrapuntística construcción: cuestiones que no se lo ponen fácil a los jóvenes músicos de la GMJO, pues la tectónica de placas bruckneriana se hace más difícil de hilvanar en esta versión de 1873 que en la más fluida y melódica edición de Leopold Nowak del año 1959.
Esto resulta especialmente evidente en los movimientos primero y cuarto, en los que Metzmacher realiza construcciones del edificio orquestal realmente sorprendentes por su atento detalle a cada atril, cual si concibiera la obra pensando en un órgano y en la polifonía entramada por cada uno de sus tubos como arte de un todo. Si tal planteamiento llegó al extremo en el Finale, en el inicial Gemäßigt, mehr bewegt, misterioso lo que sobrecogió fueron las casi explícitas evocaciones de lo más denso y mágico de lo wagneriano, reforzando la lógica interna del programa.
Obviamente, para los más tradicionalistas en lo que a Bruckner se refiere, ésta de Ingo Metzmacher resultará, de nuevo, una dirección en exceso moderna y analítica, pero cuando tal profusión de esmero en los detalles, de tensión en el contrapunto, de cíclica reiteración en las repeticiones y de aparente desarticulación del desarrollo motívico se organiza y refulge como un solo organismo, todo ese planteamiento adquiere una lógica aplastante que nos muestra las primeras y más extremas ideas del compositor para esta sinfonía, que Metzmacher respeta sin suavizarlas ni edulcorarlas en absoluto, ni en un Adagio de soberbias cuerdas (toda la noche lo han estado), ni en un Scherzo de juguetonas y bailables maderas; mereciendo una mención propia los trombones de la GMJO, de sonido tan poderoso como empastado y sólido en sus coros en el Finale.
Y es que, como Teodor Currentzis en su reciente acercamiento al compositor austriaco, la interpretación de las sinfonías de Anton Bruckner comienza a mostrarnos en el siglo XXI nuevas formas de comprender su arquitectura y significado, más atento (como en el Wagner de Ingo Metzmacher) a su dimensión humana (incluidas las muchas tensiones y peculiaridades de Bruckner) que al trascendentalismo religioso. Que en este mismo siglo de narcisismo ególatra, instagramadas y demás tiktokeces una orquesta de jóvenes músicos lo haya comprendido de forma tan delicada y sobresaliente, conjugando estilo y una definición técnica irreprochable, es como para congratularse y ser un poco más optimistas con el futuro.
Paco Yáñez
(fotos: Musikfest Berlin – Fabian Schellhorn)