SALZBURGO / Metzmacher quiebra a Beethoven y Wagner, alza a los altares a Nono y deja tal cual a Schoenberg
Salzburgo. Felsenreitschule. 24-VIII-2024. Joven Orquesta Gustav Mahler. Dirección musical: Ingo Metzmacher. Beethoven: Obertura Coriolano. Obertura Leonora III. Schoenberg: Cinco piezas para orquesta, opus 16. Nono: A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili. Wagner: Fragmentos de Parsifal.
De la mano de Ingo Metzmacher (Hannover,1957), la Joven Orquesta Gustav Mahler ha cumplido su visita anual al Festival de Salzburgo con un programa agudamente pergeñado, cuya primera parte amalgamaba, sin solución de continuidad, músicas de Beethoven y Schoenberg, mientras que en la segunda, era el mejor Luigi Nono quien se escuchaba fusionado con y entre fragmentos de Parsifal. Metzmacher, experto programador y baluarte de contemporaneidad, hilvanó hábilmente la transición de la obertura Coriolano que abrió el programa con las Cinco piezas opus 16 de Schönberg. Un abismo enjaretado, y en cualquier caso, coronado con el abrazo del final de la última pieza del creador del dodecafonismo con la luminosa obertura Leonora III. Lo mismo ocurrió en la segunda parte, en la que lo que podía suponerse un fiasco –enmarcar y hasta fusionar en un totum revolutum la genialidad de A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili, de Nono, con la mística de Parsifal– supuso un unitario discurso sonoro de aplastante lógica musical.
Pero más allá de la ingeniosidad atrevida de un programa de tan alto riesgo –no solo por la singular estructura, sino sobre todo por las exigencias de sus contenidos– hay que destacar ante todo la gloria de escuchar a la Joven Orquesta Gustav Mahler, fundada en 1986 por el eterno Claudio Abbado, hoy dominada por goleada por músicas –también por las melenas negras de sus profesores/as, ya mayoritaria y parece que definitivamente impuestas a las rubias de antaño–, y de la que es inevitable pensar que Abbado se sentiría feliz de su existencia. También de ver cómo de bien tocaron sus herederos el sábado, en la Felsenreitschule salzburguesa, la música genial y única de su amigo y camarada Luigi Nono.
En verdad, fue en la música del veneciano, en sus apenas ocho minutos, donde radicó lo mejor del programa. En A Carlo Scarpa, architetto, ai suoi infiniti possibili (compuesta en 1984 para una enorme plantilla orquestal), Nono se inspira y vuelca las formas, ideas y afectos del arquitecto amigo, fallecido seis años antes, tempranamente, con apenas 72 años, cuando cayó rodando por una escalera durante un viaje a Japón. La fuerza joven y renovadora de Nono se alió con el impulso, ganas y talento de los músicos de la JOGM y el buen y experimentado hacer de Metzmacher para brindar una versión plena de colorido orquestal, sugerencias tímbricas y esas sutiles formas expresivas tan afines a la arquitectura indagadora y detallista de Scarpa.
Frente al impacto de Nono, las expresionistas Cinco piezas para orquesta que escribe Schoenberg en 1909, envuelto en una tremenda crisis personal y artística, se revelan como una indagación compleja, desde un cromatismo casi terminal, hacia un futuro aún incierto pese a su inexorable inminencia. El abismo entre Nono y su suegro Schoenberg es como el de Da Ponte y Hofmannsthal: el eterno dilema Norte-Sur. O viceversa. La luz cegadora del creador de Como una ola de fuerza y luz frente a la elucubración existencialista del autor de Noche transfigurada. Aunque las jóvenes músicas y músicos de la JOGM son tan mayoritariamente sureños, con dominio patente de españoles (¡quién lo iba a soñar hace solo veinte años!), unas y otros dieron vida a una versión de cuidada sustancia sinfónica, que recogió y plasmó, de la mano maestra en estas lides de Metzmacher, las extremas tensiones de una partitura que recoge al detalle el momento de fractura que atraviesa el compositor.
Lo peor del concierto fueron las quebradas y romas visiones beethovenianas y wagnerianas de un director fuera de contexto. Las oberturas Coriolano y Leonora III sonaron abruptas, exentas de sugestión dramática y ajenas a cualquier rigor estilístico. Sin batuta, Metzmacher dirige su vehemente y nervioso Beethoven como lo siente, como le sale del alma. A lo grande y a la antigua, con una plantilla en las cuerdas exagerada hasta el disparate (desde nueve contrabajos a una incontable multitud de violines, cuya sección de segundos, por cierto, estaba formada exclusivamente por músicas), y con un visceral sentido que escapa a cualquier criterio estético y convierte el decurso musical en una quebrada sucesión de impulsos y arrebatos. Beethoven es eso, claro, pero no solo.
Con este Beethoven para el olvido, casi huelga ya comentar los parsifalianos Encantamientos del Viernes Santo que cerraron el programa. Enorme desencanto (pese al precioso canto del oboe en su prodigioso tema), pero en la memoria, queda y quedará un Luigi Nono que, fue con diferencia, lo mejor del programa, y, probablemente, lo único que hubiera aplaudido de todo corazón Claudio Abbado. El público salzburgués, que, como en todos los sitios, ya aplaude todo y todo con entusiasmo contagioso, administró sus bravos y aplausos indiscriminadamente, aunque con evidente victoria, según el estúpido aplausómetro, de Beethoven y Wagner. Cosa de los tiempos y de “lo que suena”.
Justo Romero
(fotos: SF/Marco Borrelli)