BERLÍN / Musikfest: Riccardo Chailly y la Filarmonica della Scala homenajean a Wolfgang Rihm
Berlín. Philharmonie. 29-VIII-2024. Filarmonica della Scala. Director: Riccardo Chailly. Obras de Berio, Rihm y Ravel.
Organizado por los Berliner Festspiele y la Filarmónica de Berlín, el Musikfest de la capital alemana alcanza en 2024 su vigésima edición, un año más, bajo la dirección artística de Winrich Hopp y dedicado, en esta ocasión, a las Américas, aunque sus cuarenta conciertos se expandan en otras muchas direcciones artísticas y geográficas que abarcan desde las efemérides musicales que en 2024 celebramos (con especial mención para las de Charles Ives, Arnold Schoenberg, Luigi Nono y Ruth Crawford Seeger) hasta el homenaje póstumo a aquellos compositores que este año nos han dejado, como Aribert Reimann, Péter Eötvös o, más recientemente, Wolfgang Rihm.
Este último estaba ya presente en el programa que hace meses anunciaron para su concierto en el Musikfest la Filarmonica della Scala y Riccardo Chailly, director cuyos vínculos con Wolfgang Rihm se remontan a sus años como titular de la RSO Berlin, orquesta con la que estrenó Schwarzer und roter Tanz (1982-83), una partitura que volvió a programar con la Concertgebouworkest de Ámsterdam en 1986, y a la que se suman numerosos encuentros posteriores con la música de Rihm, ya fuese en su etapa al frente de la Gewandhausorchester de Leipzig, con la que estrenó Verwandlung 2 (2005), ya en el Festival de Lucerna, donde programó partituras como Verwandlung 4 (2008).
Pero antes de recordar a Rihm, el concierto se abrió con otra de las especialidades de Riccardo Chailly en el repertorio contemporáneo: Luciano Berio, de quien escuchamos una partitura poco habitual sobre los escenarios, sus Quatre dédicaces (1978-89); al menos, en su forma orquestal original, pues varias de estas piezas fueron integradas por Berio en páginas escénicas como La vera storia (1977-81) o Un re in ascolto (1979-82).
Se trata de cuatro piezas breves para gran orquesta de formación variable, cuyo orden fue finalmente dispuesto en 2008 por quien estrenó la obra en su conjunto con la Sinfónica de Chicago: Pierre Boulez. Al frente de la Filarmonica della Scala, Riccardo Chailly las secuencia en Fanfara, Entrata, Encore y Festum, dejándonos una buena muestra de que estamos ante el primero de tres los maestros de la orquestación a los que escucharíamos esta noche en Berlín (aunque no sea el mejor Berio, el de esta partitura).
Fanfara hace honor a su nombre, con el coro de metales que despliega la orquesta milanesa, apenas punteado por una sección de percusión hoy con un protagonismo propio, para dejarnos una imagen que vuelve a ser, como tantas veces en Berio, delicadamente onírica, cual paisaje contemplado en una distancia más de tiempo y dimensiones abstractas que físicas, por lo que se impone pensar en uno de los referentes literarios del compositor italiano: su compatriota Italo Calvino. Ese mismo terreno de lo onírico y lo evanescente lo lleva Chailly a una Entrata en la que parece querer desarrollar lo que en Fanfara palpitaba aún latente y pugnando por alcanzar el uso extensivo de la orquesta que aquí escuchamos a una solvente Filarmonica della Scala.
Más convincente sonaría Encore, pieza entre cuyos desarrollos rítmicos en espirales maneja Riccardo Chailly a su orquesta de forma que son los intersticios donde proliferan los detalles más atractivos y mágicos de esta (hoy) tercera pieza: primer gran ejemplo de la modernidad, el mimo y la delicadeza que Chailly ha traído a la Filarmonica della Scala. Ese sutil refinamiento caracterizó al comienzo de Festum, marcado por la levedad en las flautas y el triángulo de camino hacia un tutti convertido, en la batuta de Riccardo Chailly, en una fiesta de reminiscencias arcaicas, a un tiempo pagana y orgiástica; de ahí, que el gran fortissimo final nos haya sonado como un sacrificio ritual, traspasado el acechante proceso de construcción de toda la cuarta pieza.
Tras las Quatre dédicaces, turno fue para el homenaje a Wolfgang Rihm, de quien escuchamos una de las partituras que primero lo pusieron en el mapa de la música contemporánea, Dis-Kontur (1974, rev. 1984), obra estrenada por Michael Gielen en 1975 y en la que se explicitan las influencias de compositores como Gustav Mahler o Alban Berg, enraizándolo en la gran tradición austro-germana y apuntalando esa síntesis de Nuevo Romanticismo y modernidad que caracterizó a su estética como compositor.
Riccardo Chailly dirigió por primera vez Dis-Kontur en el año 2019, como parte del Festival de Lucerna, calificando entonces la obra de «increíble» por su combinación de energía (en su forma más visceral) y silencio (integrado como parte sustancial de la dramaturgia). Chailly concede, asimismo, una gran importancia a las indicaciones metronómicas (tan precisas) de Wolfgang Rihm, y, al igual que en sus ciclos sinfónicos de Beethoven, Brahms o Mahler hace del respeto al tempo uno de los axiomas interpretativos de sus grabaciones, en directo conserva la misma fidelidad, pues define su instinto como director como muy vinculado al ritmo y a la estructura: cuestiones clave en Dis-Kontur para controlar la torrencial explosividad de una obra que Chailly dice fue compuesta por Rihm más como oyente que como compositor.
En la versión de la Filarmonica della Scala, Dis-Kontur se liga de forma totalmente lógica con el aplastante final de Festum, dados los hasta cinco golpes de martillo que escuchamos en el comienzo de Dis-Kontur, en todo un eco de la Sexta sinfonía (1903-05) de Gustav Mahler (partitura que escucharemos en el Musikfest el próximo 3 de septiembre). El hecho de llegar hasta los cinco golpes añade mayor dramatismo a la obra, y aunque algunas sonrisas aparecieron en la sala al ver tan inusual instrumento sobre el escenario de la Philharmonie, pronto éstas se convirtieron en congoja, por la inclemente arremetida de la sección de percusión, cuyo sexteto despliega una polirritmia y (especialmente) unos rangos dinámicos que nos ponen en aviso de que estamos ante algo realmente serio; de nuevo, con ciertos dejes arcaicos que, en el caso de este Rihm primerizo, tienen tanto de un Iannis Xenakis como de la percusión hispanoamericana que el propio compositor habría de convertir en otro ejercicio de terror acústico en la monumental Die Eroberung von Mexico (1992).
Con tales niveles de violencia expresiva, se hace imposible, por lo que a la versión de Riccardo Chailly se refiere, no prolongar esa línea genealógico-musical y entroncar en ella a Rihm, asimismo, a través de Bernd Alois Zimmermann, sobrecogiéndonos aún más tales golpeos por la reciente noticia de la muerte de un Wolfgang Rihm al que tantas veces se escuchó en esta misma Philharmonie. Sin embargo, y a pesar de esa agresividad, Riccardo Chailly es conocedor de que la gran tradición germánica en la que Rihm se enraíza está caracterizada, desde Brahms al propio Zimmermann, por un dominio del medio orquestal de carácter camerístico, y en ello hizo hincapié en todo el desarrollo central de Dis-Kontur, cual si de una gran marcha fúnebre que fuese sumando secciones, polifonías y contrapuntos se tratase (incluida una sección de viento-madera en la que proliferan unos instrumentos de registro grave que habrían de convertirse en seña de identidad de Rihm por su manejo del timbre y el color que a éstos asociaba).
A partir del trío de arpas y martillo (tan sobrecogedor como exótico, por la sonoridad oriental que Rihm señala en las arpas y la tan distinta naturaleza dinámica en el martillo), la subsiguiente entrada de las cuerdas nos recuerda al gran compositor de cuartetos que Rihm fue, haciendo aquí de las respectivas secciones de cuerda de la Filarmonica della Scala una suerte de eco erosionado del Romanticismo alemán, antes de enfrentarnos con un final de nueva violencia extrema, rubricando una interpretación colosal premiada por el público berlinés con una de las mayores ovaciones de la noche: aplauso que, se intuye, no sólo lo fue para la gran labor de la orquesta milanesa y de un emocionado Riccardo Chailly (que elevó la partitura como homenaje a su amigo recientemente fallecido), sino al propio Rihm. Ojalá le haya llegado, como sea y donde fuere, el eco de este efusivo batir de palmas que en su honor ha sonado en Berlín.
La segunda parte del concierto fue íntegramente dedicada a Maurice Ravel, de quien escuchamos las dos primeras suites orquestales de Daphnis et Chloé (1909-12). Estamos ante otra especialidad de la casa, como demuestra la soberbia grabación del ballet al completo con la Concertgebouworkest a cargo del propio Chailly (Decca, 1995); para quien estas líneas firma, uno de los mejores registros modernos de la obra.
Cierto es que la Filarmonica della Scala no es la orquesta neerlandesa, pero en su actual sonido brillan ya algunos de los destellos de quien es no sólo su titular, sino uno de los mejores directores de las últimas décadas, Riccardo Chailly. El milanés nos dejó en el Musikfest una versión pausada y muy matizada, en la que priman el ritmo, la sensualidad y el color, con numerosas sutilezas tímbricas para mostrar tanto el paisaje como los elementos de carácter y la dramaturgia de la obra, a la que Chailly confiere un buen equilibrio entre lo teatral y lo sinfónico, destacando los pasajes de mayor delicadeza, como el Amanecer, mientras que en los de mayor orgánico y volumen, como la tumultuosa Danza general, se echa en falta algo más de empaque, aunque, en global, el refinamiento impuesto desde el podio ha contagiado de detalles a una interpretación para sentir y analizar a un mismo tiempo.
Hacía años que no escuchaba a la Filarmonica della Scala en vivo, y las sensaciones que me ha dejado (máxime, en un repertorio tan exigente) han sido muy notables, y así pareció entenderlo el público alemán, pues la prolongada y entusiasta ovación tributada tanto a la orquesta italiana como, muy especialmente, a Riccardo Chailly, hizo que éste nos ofreciera, como encore, Zarlivost, preludio original para la ópera Jenůfa (1894-1903), de Leoš Janáček, fragmento desgranado con buenas intenciones pero en el que se añora el estilo en este cuarto inmenso orquestador de la velada de maestros como Charles Mackerras, Karel Ančerl o František Jílek. Lo que sí nos vuelve a dejar la lectura de la Filarmonica della Scala con Riccardo Chailly es la sensación de que Leoš Janáček es un compositor que está llamado a crecer aún más en los escenarios operísticos y orquestales a lo largo del siglo XXI.
Paco Yáñez
(fotos: Musikfest Berlin – Giovanni Hänninen)