BERLÍN / Musikfest: De la poética de Julian Prégardien a la masividad de Charles Ives
Berlín. Philharmonie. 6-IX-2024. Julian Prégardien, tenor. Deutsches Symphonie-Orchester Berlin. Director: Kazuki Yamada. Obras de León, Ravel, Mahler, Ives y Copland.
El pasado 6 de septiembre, la Deutsches Symphonie-Orchester Berlin (DSO) nos invitó a un nuevo diálogo musical entre Europa y América; en esta ocasión, con el japonés Kazuki Yamada como director, y uniendo en un mismo concierto tanto una nueva entrega del Musikfest como el que ha sido el primer programa de la temporada 2024-2025 de la DSO, por lo que el ambiente en la sala era festivo por partida doble, contagiando esa vitalidad que en la Philharmonie se vive cada noche en el Musikfest, aunque hoy hayamos bajado un peldaño a lo más humano, tras el sublime nivel vivido un día antes de la mano de la Mahler Chamber Orchestra y Antonello Manacorda.
El diálogo entre ambos continentes comenzó con una obra de la compositora cubana Tania León, Ácana (2008). Inspirada en la poesía de Nicolás Guillén y en el árbol que da nombre a la partitura, algo de esa naturaleza se infiltra en una concepción de la orquesta caracterizada por continuos desarrollos rizomáticos, con una estructura muy orgánica en la que, pese a que instrumentos como la trompeta adquieran un gran protagonismo en su comienzo, la idea global se acerca más a la de un concierto para orquesta, por el peso tan homogéneo que distribuye León en todos los atriles y cómo éstos van brillando conjunta o alternativamente cual caleidoscopio de ritmos, colores y formas que no dejan de proliferar en la DSO ni un solo segundo.
Especialmente en su estructuración rítmica, se concitan en Ácana numerosos ecos de la música caribeña, filtrados por una estética estadounidense que tanto ha marcado a Tania León; destacadamente, en unos metales que portan reminiscencias de Aaron Copland, lo que conferiría circularidad a este tan imaginativo e intercultural programa. Es ésta una circularidad que también se da en la propia Ácana, por cuanto la partitura regresa, en su final, a la sección de trompetas, tras todo un ejercicio orquestal marcado por el virtuosismo, muy bien multiplicado por la DSO en la percusión: tan importante en los ritmos latinos que vivifican la partitura.
Con Julian Prégardien como tenor, Kazuki Yamada y la DSO abordaron las Cinq mélodies populaires grecques (1904-06) de Maurice Ravel, de forma que no han faltado geniales orquestadores en el programa de hoy. Ello se explicita en la delicadeza con la que la DSO dialoga con Prégardien, bordando un preciosismo realmente refinado en lo instrumental que casa a la perfección con la voz del tenor alemán. Todo ello se expone, en la dirección de Yamada, como un ejercicio de orfebrería orquestal, con constantes evocaciones de lo exótico tanto en las melodías de las maderas como en el ritmo, dejando como destello de mayor ímpetu tan sólo la tercera canción, Quel galant m’est comparable, en la que Prégardien tira de gallardía y se inflama ligeramente más ante una orquesta que en Ravel ha transmitido muy buena sensaciones.
Aunque de Gustav Mahler no celebremos ninguna efeméride sustancial en 2024, su música ha gozado de una notable presencia en el Musikfest, encontrándonos con las partituras del compositor bohemio por cuarto día consecutivo en la Philharmonie, tras los conciertos dirigidos por Simon Rattle, Susanna Mälkki y Antonello Manacorda.
Kazuki Yamada optó por los Lieder eines fahrenden Gesellen (1884-85), que de nuevo hemos escuchado en la voz de un Julian Prégardien de voz extremadamente delicada y sensible, capaz de penetrar en los más nimios resquicios anímicos y poéticos de cada palabra, mostrando al gran cantante que es en un repertorio tan amado (y estudiado) por Mahler como los lieder de Schubert y Schumann (compositores a los que suma una ya notable carrera en lo que a Johann Sebastian Bach se refiere). Ahora bien, diría que su voz, de puro tenor lírico, no es la más apropiada para unos Lieder eines fahrenden Gesellen en los que una cuerda de barítono resulta más adecuada, así como requieren de más presencia y desgarro (destacadamente, en el tercer lied).
Charlando días antes en Berlín con el experto en voces Robert Hartwig, éste me decía que muchas veces el problema, a la hora de afrontar un determinado repertorio, no es tanto el registro al que un cantante pueda llegar (ya sea en el agudo como en los graves), sino la tesitura natural del mismo: ese centro de gravedad que confiere la presencia y la real afinación que ha de ajustar la orquesta para poder cantar en el mismo tono e idea musical con el solista. Así, la DSO ha tenido que rebajar no sólo sus rangos dinámicos, perdiendo algo de empaque, sino la más desenfadada presencia de sus solistas para que un Prégardien tan refinado resultase completamente audible en su modulación de cada acento, en la desnudez que confiere al texto, haciendo que cada sílaba resulte una unidad musical con entidad propia y un matiz de inflexión expresiva y melódica, aunque a sus graves les falte el cuerpo necesario para que lo escuchado en la Philharmonie resultase tan redondo como vocalmente pertinente.
De lo que no cabe duda, es de que disfrutamos de una versión de estos Lieder eines fahrenden Gesellen absolutamente personal y distinta de cualquier otra: cuestión que, per se, tiene el mayor interés en una partitura con un recorrido interpretativo tan sólido y prolijo. Quizás el paso del tiempo vaya confiriendo a Julian Prégardien un mayor poso y gravedad en su instrumento, y entonces, sí, podamos hablar de versiones tan perfectas como su Dichterliebe schumanniano para el sello Alpha (2018).
Tras el intermedio, con Charles Ives y sus colosales Three Places in New England (1903-14, rev. 1929-35) regresamos a América, en una nueva entrega de la celebración que de los 150 años del compositor de Danbury festeja en 2024 el Musikfest Berlin. Celebración, así pues, por todo lo alto, pues estos Three Places in New England son una de sus piezas más impresionantes y extremas en cuestiones tan representativas de la estética ivesiana como el collage, la paráfrasis o la multitemporalidad.
La primera de estas tres piezas sonó un tanto estática y sombría de más, algo taciturna en espíritu, cuando no lo es en absoluto, por más que se desarrolle de forma tan pausada y en un general pianissimo que, sin embargo, ha de mostrar la energía y el optimismo existencial de los trascendentalistas estadounidenses, de los que Ives podemos decir que fue su más aquilatado y tardío ejemplo en lo musical. Por descontado, no faltan asomos de belleza en la lectura de una gran orquesta, como lo es la DSO, pero se echa en falta el carácter que a esta página confieren directores como Christoph von Dohnányi, Leonard Slatkin, David Zinman o, muy destacadamente, un Michael Tilson Thomas cuyos registros para la Deutsche Grammophon (1970) y RCA (1999) me parecen el ideal.
En Putnam’s Camp, Redding, Connecticut las cosas mejoraron; especialmente, en los pasajes más tumultuosamente polirrítmicos, aunque la introducción y sus danzas sonaron algo destempladas, por más que Kazuki Yamada las bailase en el podio, pero con la misma rigidez que muestra la DSO en una música para la que nos suena un tanto cuadriculada. Lo que jamás podrá serlo es la profusión de métricas y marchas que se superponen en esa maravilla que es su clímax, alcanzado tal volumen e intensidad en manos de la DSO, que el público respondió a la pieza con aplausos y comentarios que se intuían asombrados (desde luego, si alguien no conocía Putnam’s Camp, el encontrarse con tamaña maravilla orquestal en directo, y con tal energía, debe ser una verdadera impresión, y así se vivió en la Philharmonie).
Pero lo mejor de esta interpretación berlinesa se dio en los primeros compases de The Housatonic at Stockbridge, en los que tuba y contrabajos reforzaron una sonoridad organística de tal gravedad y vibrato, que hizo retumbar a la Philharmonie, incorporando al público como parte de una misma resonancia con la orquesta. Impresionante arranque, ya más efusivo e intenso, tanto en los ecos del himno (muy logrados en los violonchelos) como, de nuevo, en los compases polirrítmicos, con un silencio tan acusado antes del final que hasta algún aplauso entusiasta se oyó en la sala. Ello rubricó una interpretación algo lastrada en estilo, pero voluntariosa y con pasajes de verdadero impacto que no hacen más que evidenciar la altura de Charles Ives y la necesidad de interpretar más su mejor música (un erial al respecto, por cierto, España).
Si Charles Ives es una de las primeras figuras de lo que hemos definido como composición genuinamente estadounidense, el neoyorquino Aaron Copland fue, sin duda, otra de ellas, ya en una segunda generación que disfrutó de una presencia global mucho mayor que la experimentada en vida por un Charles Ives de estrenos y programación, en sus primeros años, más circunscritos a los Estados Unidos.
De Aaron Copland escuchamos la suite de un ballet que celebra de forma exultante la naturaleza norteamericana, con sus colores, ritmos y fantasía: Appalachian Spring (1945). Escrita para la bailarina y coreógrafa Martha Graham, estamos ante una partitura de mucho más fácil ejecución que la anterior, por lo que las cosas mejoraron sustancialmente a nivel interpretativo, con una conjunción de primeros pasos de danza en los solistas y tutti en los compases paisajísticos, realmente logrados, y en los que hay que destacar en la DSO a sus solistas de oboe y flauta, a su primer violonchelo y, en general, a una estupenda sección de violines, de gran personalidad, técnica y color.
Entre ellos se encontraba Daniel Vlashi, joven violinista gallego que hoy forma parte (como uno de sus cuatro concertinos) de la DSO Berlin. Es el justo premio a una sobresaliente carrera que lo ha llevado a los más altos niveles orquestales de Europa, como sucede con tantos buenos instrumentistas españoles como nutren las sinfónicas del continente, mientras que no pocas orquestas de plantillas anquilosadas claman por una renovación en España para que no siga siendo tan urgente para el melómano con aspiraciones de excelencia el tener que acercarse a América o al norte de los Pirineos para disfrutar de las mejores prestaciones orquestales en directo. ¿Seguiremos permitiendo, como país, que esto siga sucediendo, con el paralelo condicionamiento que unas plantillas pseudofuncionariales y unos políticos que no imponen ni el más mínimo filtro de criterio están suponiendo para la renovación de la programación en clave de modernidad artística e interpretativa?
Paco Yáñez
(fotos: Deutsches Symphonie-Orchester Berlin – Fabian Schellhorn)