BERLÍN / Musikfest: Simon Rattle muestra su total sintonía con la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks
Berlín. Philharmonie. 3-IX-2024. Lester Lynch, barítono. Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks. Director: Simon Rattle. Obras de Hindemith, Zemlinsky y Mahler.
Tras unas primeras jornadas del Musikfest Berlin en las que las orquestas americanas habían protagonizado su programación, contándose entre éstas las de São Paulo, Cleveland y Kansas, con la siempre poderosa Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks (BRSO) visitaba el festival la primera orquesta alemana, y lo hacía con su director titular al frente: una batuta tan vinculada a la Philharmonie como lo es Simon Rattle, donde fue director de la Orquesta Filarmónica de Berlín entre 2002 y 2018.
En sus casi dos décadas de titularidad berlinesa, abundó Rattle en programas centrados en el tan fructífero primer tercio del siglo XX en Austria y Alemania: marco geográfico y temporal que volvió a visitar en su primer concierto en el Musikfest 2024: un festival que, en su apartado orquestal, el propio Rattle clausurará con la Karajan-Akademie der Berliner Philharmoniker, en un programa dedicado a otra de sus grandes querencias en el siglo XX: Oliver Messiaen.
El primer concierto del director británico comenzó con un guiño a esa América que es uno de los temas centrales del Musikfest en 2024: una América que, en este caso, ejerce de filtro estilístico para la más canónica música alemana, pues sobre los atriles de la orquesta bávara puso Rattle el Ragtime (wohltemperiert) (1921) de Paul Hindemith, buen ejemplo de un fluido diálogo intercontinental que pocos años después se habría de truncar, y del peor modo posible.
Como no podía ser de otro modo en un hombre con tan buen sentido del humor y desparpajo como Simon Rattle, ha mandado en este Ragtime lo paródico y esa visión que Hindemith tenía en los años veinte de Bach como un precursor del jazz (como después tantos otros reafirmarían, con Uri Caine a la cabeza). No estamos, en todo caso, ante la pieza más sustancial de Hindemith, pero como diálogo entre la Fuga en Do menor BWV 847 y las nuevas músicas estadounidenses resulta una obra consecuente en esta programación del Musikfest, remarcando Rattle su lado grotesco con las trompas y su rugosidad irreverente, mientras que el buen pulso rítmico fue crucial para amalgamar una lectura tan repleta de destellos.
Guiño a América también lo fue la presencia del barítono estadounidense Lester Lynch para cantar la segunda partitura del programa: los Symphonische Gesänge, op. 20 (1929) de Alexander Zemlinsky, una página en la que Lynch ha dejado unas impresiones realmente buenas, tanto en su dicción y timbre como en su balance con la orquesta, cuestión en la que parte del mérito ha de ser atribuido a un Simon Rattle que pone un enorme mimo en hacer transparentes estas canciones y sus muchos detalles, como los dejados en Lied aus Dixieland por maderas y violas; especialmente, en su delicadísimo glissando final.
Lied der Baumwollpacker nos deja los primeros de los muchos detalles exóticos que la BRSO disemina en la percusión, con un inflamado metal que habría de sonar con un enorme poderío todo el concierto y ecos, tanto en la voz como en la orquesta, de una de las joyas del catálogo de Zemlinsky, su Lyrische Symphonie (1922-23). Pero en cuanto a delicadeza esta noche, hay que destacar en el opus 20 del compositor austriaco Totes braunes Mädel, canción en la que las cuerdas y los vientos llevan el peso del cantabile tanto como la propia voz, que se mueve por una tesitura más grave, lo que deja un bello contrapunto con el lirismo y tono agudo de unas maderas delicadísimas. Es por ello que el contraste con Übler Bursche fue total, por el modo tan frenético, juguetón y lúdico con el que Rattle hace resplandecer a su orquesta, iluminando la armonía del conjunto desde maderas y metales, mientras que a percusión y contrabajos deja un pulso rítmico que evoca la música afroamericana que tanto influyó a Zemlinsky en la composición de estos Symphonische Gesänge. La rúbrica de esta cuarta canción fue de una contundencia digna de señalar.
Erkenntnis nos muestra el espíritu más americano de esta obra, con un color en el tema inicial de oboe con violonchelos que Rattle convierte en antesala de lo que será Aaron Copland, abriendo la armonía en violas y violines de forma muy bella, como lo fue el empaste entre maderas y metales, así como la reaparición de los motivos percusivos de la segunda canción. Esa percusión, como los contrabajos y la tuba, impresionaron por su hondura en la Afrikanischer Tanz, rítmicamente tan desenfadada en manos de Rattle como cabría esperar. Por último, en Arabeske flautas y flautín nos llevan al polo armónico contrario, extremando Rattle su ambiente para reforzar una evocaciones árabes que han tenido en el primer oboe de la BRSO a todo un encantador de serpientes, culminando con la orquesta al completo el desarrollo previo tan marcado en secciones y primeros atriles que Rattle nos había dejado, muy apoyado en la enorme calidad de cada músico de la sinfónica bávara.
Pero, sin duda, el plato fuerte del concierto nos lo ofreció Gustav Mahler con su Sinfonía nº 6 en La menor (1903-05, rev. 1906-07), una obra que, en el caso de Simon Rattle y la Philharmonie berlinesa, nos retrotrae indefectiblemente a noviembre de 1987, cuando el director británico efectuó su debut al frente de la que acabaría siendo su orquesta quince años más tarde.
De aquella primera ocasión al frente de la Filarmónica de Berlín nos quedó un registro —publicado por la propia orquesta en la serie Im Takt der Zeit— que nos informa de una cuestión fundamental a la hora de interpretar la Sexta sinfonía de Gustav Mahler: el orden de sus movimientos centrales, habiendo optado ya en 1987 Simon Rattle por la secuencia Andante moderato – Scherzo, un orden que, asimismo, repitió en su última grabación de la sinfonía con la Symphonieorchester des Bayerischen Rundfunks (BR-Klassik) y que vuelve a tomar, como es lógico (atendiendo a tal secuencia histórica), en su concierto en el Musikfest 2024.
En Berlín nos hemos encontrado con un Simon Rattle más homogéneo en la dirección de lo que el británico acostumbra en Mahler, compositor en cuyas sinfonías es frecuente escucharle un manejo del rubato y las fluctuaciones dinámicas que, por ser generoso, diría un tanto caprichoso. Lo que hay que reconocerle es coherencia en la aplicación de dichos recursos expresivos, valga una comparación de las duraciones del mencionado debut al frente de la Filarmónica de Berlín, de su última grabación de la Sexta con la BRSO y del concierto del pasado 3 de septiembre en la Philharmonie; respectivamente: Allegro energico: 23:17, 24:17, 23:24; Andante moderato: 15:09, 15:08, 15:15; Scherzo: 12:24, 12:53, 12:49; Finale: 28:37, 29:44, 29:52.
El comienzo del Allegro energico fue expuesto por Rattle con vehemencia, en una línea bernsteiniana, lanzado al abismo de la tragedia que esta sinfonía encierra, con solos realmente logrados a lo largo de todo el movimiento en concertino, primer trompa, celesta y percusión que difícil pueden hacer que se conciba esta partitura, por monumental que sea su plantilla, como una sinfonía masiva, poniendo Rattle el énfasis que ya hemos destacado estos días en el Musikfest, a raíz de otras interpretaciones, en la construcción sinfónica desde un pensamiento camerístico. Remitiéndome a la crítica de nuestro compañero Justo Romero sobre la Sexta de Mahler por Rattle y la BRSO en Salzburgo, diría que en Berlín el Rolls Royce de la orquesta bávara fue llevado por autopista, sin pararse demasiado en requiebros o cambios de marcha, sino atendiendo a la comodidad de lo ya conocido en Rattle, por lo que se ciñó de forma bastante estricta a sus rutinas, sin aportar nuevas ideas. Lo más destacado en el primer movimiento, además de su ímpetu, fueron los compases previos a la marcha final, ralentizados por Rattle para construir un ambiente tan lúgubre y siniestro como tímbricamente atractivo, digno del Schoenberg tensamente expresionista
Como antes señalamos, sería el Andante moderato el segundo movimiento, opción que, personalmente, no me gusta en absoluto, pues le resta a la entrada del último movimiento mucho del tremendo contraste que el Finale supone cuando lo precede el Andante. Si en el primer movimiento me había convencido más el final del mismo que el comienzo; en este segundo ha sido a la inversa, pues de sonido primoroso hemos de calificar el comienzo del Andante, con una cuerda sedosa que no escatima un ápice en su capacidad para mostrar el contrapunto entre las secciones, así como la belleza de las intervenciones de oboe y corno inglés (de nuevo, prima un respeto total a las primeras voces en cada tema, a las que Rattle concede un realzado protagonismo). Es ello muestra de la sintonía de orquesta y director: algo evidente en el arranque del primer clímax, especialmente en los acentos de las flautas, cuya forma de medir parece un calco de la batuta y del gesto del propio director. Otra cosa fue la resolución de dicho clímax; en mi opinión, un tanto prosaico y rutinario, como lo sería el segundo, en el que Rattle atendió de tal manera a las cuerdas (tras un nuevo rallentando soberbiamente construido desde los contrabajos), que en metales y percusión (incluso, en los cencerros), la cosa quedó en mera excursión por la cumbre de una montaña, y no tanto en ese cénit que es de la vida del héroe de la sinfonía. Digamos que, sin la intensa expresividad sí desplegada en paralelo por las cuerdas, la resolución de la verticalidad orquestal resulta un tanto inconexa, dejándose simplemente llevar en los compases finales.
Más logrados (los movimientos mejor interpretados de la sinfonía) fueron el Scherzo y el Finale, a pesar de la falta de contraste en el cambio de movimiento, enlazado sin pausa intermedia. Sublime, el modo en que Rattle disemina ecos de Richard Wagner en lo más sombrío, así como de los juegos infantiles en los dos temas del Scherzo que va alternando desde el baile y la progresiva extinción, en un vaticinio del golpeo del Finale. Antes del primer golpe de martillo (contenido, aún no definitivo y no tan resonante como lo sería el segundo), escuchamos otro rallentando antinatural que desdibuja la tensión del gran crescendo: incomprensible, haciendo que el clímax haya sonado desabrido, pues desarticula su normal desarrollo. Mejor fueron las cosas en el segundo golpe de martillo, seguido de un coro de metales terriblemente aguerrido y sombrío.
Todo el recorrido final vuelve a portar ecos de Götterdämmerung (1848-74), casi deconstruyendo su marcha fúnebre de un modo muy lento e hipercromático, con trombones y tuba que parecen bramar desde la mismísima pira. Obsesivo como lo es Rattle para estas cuestiones, a los últimos compases aplica una lógica sintética que nos deja una secuencia de contrabajos, fagot y clarinete bajo irreprochable, antes de abatir la sinfonía con un golpe tan contundente como inmisericorde. La enorme ovación de la Philharmonie, con buena parte del público puesto en pie, mostró que Simon Rattle sigue contando con el cariño de los berlineses.
Paco Yáñez
(fotos: Musikfest Berlin)