SALZBURGO / Mahler, Rattle y el Rolls-Royce
Salzburgo. Grosses Festspielhaus. 31-VIII-2024. Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera. Director: Simon Rattle. Mahler: Sexta sinfonía.
Fascinó y llegó al alma la Sinfónica de la Radio de Baviera con su vibrante y perfecta Sexta sinfonía de Mahler, bajo la batuta de su titular, Simon Rattle. Fue el viernes, en el mejor concierto de clausura que podría haber soñado el Festival de Salzburgo. Desde luego, y a tenor de lo escuchado, la orquesta muniquesa nada tiene que envidiar a las otras orquestas punteras alemanas: Filarmónica de Berlín y Staatskapelle de Dresde. Tampoco a la orquesta anfitriona, la Filarmónica de Viena. Nada mejor que las palabras de quien fuera su titular, Mariss Jansons, para retratar cómo ha sonado en Salzburgo: “La Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera no solo es brillante, sino que no tiene puntos débiles. Sus músicos son increíblemente entusiastas y espontáneos, cada concierto se toca como si fuera el último. Lo dan todo, ¡más del cien por cien! Para mí, como director de orquesta, es como conducir un Rolls-Royce”.
Y así, como el mejor Rolls-Royce, pero también con el nervio de un Ferrari, sonó y se sintió en Salzburgo, con un Mahler cargado de poso, vehemencia y gloria sinfónica. Un Mahler en el que habita y late la memoria de Rafael Kubelik. Sin exageraciones, pero extremo y desgarrado, de un dramatismo trágico que duele en el alma tanto como fascina al oído. Arraigado en la tierra, pero de mirada a algún más allá. Tocado desde el alma de cada músico, que se entrega con pasión individual y colectiva a una visión que trasciende su propia perfección. Cada sección, cada profesor, es un solista, copartícipe del prodigio que hoy es una orquesta firmemente anclada en el Olimpo de las mejores. Y quizá, de entre todas sus contradas moradoras, la más vibrante y entusiasta.
Simon Rattle, su titular desde el año pasado, sabe bien de las cualidades particulares de su nuevo “Rolls-Royce”. Lo conduce a tono con sus maravillosas prestaciones. Incluso enfatizándolas aún más. De alguna manera, transmiten la impresión de que se han juntado el hambre y las ganas de comer. Como la orquesta, Rattle mantiene el pulso, el nervio y el entusiasmo de siempre. A pesar de los años, 69, y de que su gestualidad ha perdido exageración, su dirección sigue siendo palpitante, retroalimentada por el impulso formidable de una orquesta que se deja la piel en cada nota, cuya respuesta es tan inmediata como abrumadora. Un poco como ocurría con la Filarmónica de San Petersburgo y Mravinski, quien movía la falange de un dedo y temblaba toda la orquesta. En Múnich no tiembla, pero sus sinfónicos profesores se lanzan sin red y en picado a responder al más leve gesto de Rattle y la partitura.
Fue así –y acaso no podía ser de otra forma– una Sexta abrasadora, pero, al mismo tiempo, galvanizada por la tradición y el virtuosismo de unos músicos y un maestro curtidos en mil batallas musicales y no musicales. Escribió Mahler que “mi Sexta planteará problemas cuya solución no podrá ser alcanzada más que por una generación que conozca y haya asimilado verdaderamente mis cinco primeras sinfonías”. Que esos “problemas” están solucionados resultó evidente en una formación que desde su nacimiento, en 1949, ha vivido, respirado y convivido con la música de Mahler. No solo de la mano de Kubelik, sino también de otros titulares, como Maazel y Jansons, y de tantos otros grandes mahlerianos invitados.
Los tiempos, como en el ciclo legendario de Kubelik (grabado entre 1967 y 1971, y que supuso, de alguna manera, la rehabilitación en Alemania de la música del judío Mahler tras el ocaso del nazismo), son vivos, sin exageraciones métricas, y enfatizan cada detalle. Las dinámicas, extremas y contundentes, a flor de piel, en absoluto intentan templar los severos contornos de una sinfonía no vacuamente conocida como “Trágica”. Desde los primeros compases, hasta el estremecedor acorde último, Rattle y sus músicos revivieron la desesperación, incertidumbre y desazón que alienta esta sinfonía que Alma Mahler consideró como “la más personal y profética” de las nueve que concluyó su marido. Los cencerros lejanos, como evocación de lo que fue, frente a los tremendos dos “martillazos” del último movimiento (en el primero de ellos, el percusionista casi cae rodando por el impulso con que golpeó).
Un mundo y una vida que pronto, y tras el impresionante final del extenso e inquietante último movimiento, en la Séptima se tornará nocturnal incertidumbre. Rattle, estableció el Andante moderato como segundo movimiento, en lugar del Scherzo. Obviamente, el éxito, tras largos segundos de expresivo silencio, fue total. Un siglo después, el mundo, definitivamente, ha “asimilado” el sinfonismo mahleriano. Pero sus incertidumbres, desazones y temores siguen latentes como entonces. La condición humana. La vida misma. En Salzburgo, en la Franja de Gaza y hasta en Tel Aviv.
Justo Romero
(foto: SF/Marco Borrelli)
El lector curioso encontrará la crítica de la grabación de la Sexta de Mahler por Rattle aquí