BERLÍN / Antonello Manacorda muestra, al frente de la Mahler Chamber Orchestra, la dirección ideal en el siglo XXI
Berlín. Philharmonie. 5-IX-2024. Anna Prohaska, soprano. Mahler Chamber Orchestra. Director: Antonello Manacorda. Obras de Ives, Kloke, Mahler y Dvořák.
De la mano de Anna Prohaska, la Mahler Chamber Orchestra (MCO) y el director turinés Antonello Manacorda, el pasado 5 de septiembre asistimos en el Musikfest de Berlín a otro diálogo entre América y Europa, y por partida múltiple, pues varios de los compositores reunidos en este programa desarrollaron parte de sus carreras a ambos lados del Atlántico, incluidos Gustav Mahler y Antonín Dvořák, autor de una de las sinfonías dedicadas a América más célebres de todos los tiempos: la Sinfonía del Nuevo mundo, página que cerró este concierto y que nos demostró que, si sobre el podio se encuentra un director con la creatividad de Manacorda, hasta las piezas más trilladas del repertorio pueden sonar nuevas y volvernos a encandilar como en los mejores días.
Como fue tónica a lo largo de las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, la música europea dominaba la estética compositiva y las temporadas orquestales de los Estados Unidos, país pronto llamado a contar con una figura que encarnó de forma ya definitiva lo que podemos calificar como música norteamericana: Charles Ives, compositor de quien el Musikfest celebra los 150 años de su nacimiento y de quien Anna Prohaska interpretó siete de las 114 Songs (1922) en su concierto con la MCO.
No las escuchamos en su versión original para voz y piano, sino en una transcripción para soprano y orquesta de Eberhard Kloke, compositor nacido en Hamburgo, pero muy vinculado a Berlín, donde se formó como director y musicólogo. Encargo de los Berliner Festspiele y del Musikfest, hemos disfrutado de estas canciones en su estreno mundial con su dedicataria, Anna Prohaska, como soprano, voz que el pasado 1 de septiembre ya había interpretado 25 canciones de Charles Ives en el Musikfest, acompañada por Pierre-Laurent Aimard, pianista al que vimos en la Philharmonie para escuchar este concierto y, créanme (porque lo tenía al lado), aplaudirlo con ganas.
Como eco de aquel recital, la primera de las siete canciones, Thoreau, comienza desde el original pianístico, en manos de Majella Stockhausen, entrando Anna Prohaska ya en un registro propio de Eberhard Kloke: un parlato que sirve a la soprano austro-británica para realizar toda una enunciación de la zona de Concord que habríamos de visitar en estas canciones. Si dos días antes escuchamos en el Musikfest la música europea (Bach) filtrada por la americana (ragtime), hoy parecen haberse invertido las direccionalidades, y algo de la canción alemana de entreguerras (con los Weill y Eisler) ha dado otro color a Charles Ives. Y es que la orquestación de Eberhard Kloke no sólo trabaja con los elementos melódicos y armónicos originales, sino que, inspirado por el contenido de cada canción, construye todo un paisaje musical atento a la naturaleza, al color y al trascendentalismo estadounidense.
De entre las siete canciones, en la que más lejos llega Kloke es en Charlie Rutlage, más osada y experimental ya desde su piano de salón y los posteriores retruécanos tímbricos en la MCO, haciéndonos escuchar (en la parte central) la voz de Anna Prohaska a través de un micrófono, lo que le confiere otro color y volumen, amplificada a gran escala: procedimiento que me ha recordado al uso del megáfono realizado en la voz solista por Hans Zender en su Schuberts “Winterreise”. Eine komponierte interpretation (1993), de cuyas ideas, sin duda, ha tirado Kloke. Tras volver a un paisaje armónico netamente amable y americano, en The Cage tanto Anna Prohaska (esplendorosa en cada registro y estilo) como la MCO, Manacorda y el propio Kloke recibieron una calurosa ovación.
Siguiendo con las recomposiciones creativas, de nuevo de la mano de Eberhard Kloke vino una partitura que en su título parafrasea (y responde) a la hipnótica The Unanswered Question (1908) de Charles Ives, partitura para gran orquesta que Kloke reduce y convierte en The Answered Question op. 131 (2024), una obra igualmente compuesta por encargo de los Berliner Festspiele y del Musikfest Berlin, y que vivió su estreno mundial en este mismo concierto.
Como en la orquestación de las 114 Songs, volvemos a partir del original, en la cuerda, estructurando Kloke su posible respuesta a través de dos trompetas situadas en los palcos laterales de la Philharmonie y del uso que lleva a cabo de las distintas secciones de maderas y metales de la MCO. Así, mientras que la trompeta en el palco izquierdo expone el tema original de Charles Ives, la segunda trompeta lo distorsiona: proceso que paralelamente altera el desarrollo estructural y armónico de las cuerdas, en una cíclica alternancia que, bien recupera los temas originales, bien los parafrasea, hasta que finalmente ambas trompetas propician un tutti en la orquesta a modo de coro que nos deja una posible respuesta: la del progreso como respeto a la tradición y la paralela aportación de soluciones divergentes desde un lenguaje personal.
La soberbia plantilla de la MCO se basa en una densísima cuerda perfectamente respetuosa al estatismo de un tempo que parece suspendido en un constante pianissimo que sugiere la llegada de su sonido desde otra dimensión, habiendo sonado las secciones de solistas (reunidos en grupos) realmente espléndidas, como los dejes jazzísticos que, cual permeados desde la coetánea Central Park in the Dark (1906), se hacían explícitos especialmente en los metales y en unos (toda la noche) brillantes clarinetes.
La tercera propuesta del programa nos ofreció una nueva recomposición y transcripción para voz y orquesta de cámara a cargo de Eberhard Kloke; en este caso, de siete de los Lieder und Gesänge (1880-92) de Gustav Mahler, canciones tempranas de quien, décadas más tarde, acabaría siendo titular de la Filarmónica de Nueva York.
De los Lieder und Gesänge contábamos con transcripciones para voz y orquesta como las debidas a Colin y David Matthews (1964), o a Luciano Berio (1986-87). Sesenta años después de aquellas primeras versiones orquestales, Eberhard Kloke nos ha ofrecido toda una implosión, en estas siete canciones, de las tres primeras sinfonías de Mahler, entreveradas con las melodías de los propios lieder originales, creando una multiplicidad de voces y registros que nos ha recordado a la Sinfonia (1968) de Luciano Berio (de hecho, el tema-base del propio Mahler presente en dicha partitura también se asoma al quinto de estos Sieben frühe Lieder (2024) de Kloke).
Así, en Nicht wiedersehen! es la Primera sinfonía de Mahler la que se evoca, con su Frère Jacques en canon y el episodio klezmer, que Kloke sazona con otros ecos, como los que de la Sexta sinfonía llegan con los cencerros. Tenebrista y grotesco al mismo tiempo, desde la primera canción fue evidente que la interpretación sería de verdadero lujo, mostrando a una Anna Prohaska que se antoja una voz ideal para seguir explorando este primer Mahler. En Ablösung im Sommer se combinaron los ecos de la naturaleza en la Tercera sinfonía con lo más lírico en la celesta de Majella Stockhausen y un final nuevamente expresionista en línea con el ya citado Winterreise de Zender. La Tercera sinfonía continúa insuflando melodías a Es ritten drei Reiter, con gran protagonismo de trompeta y piano, rubricados por un rotundo tutti. En Zu Straßburg auf der Schanz’ la intertextualidad llega desde el lied Der Tamboursg’sell, con gran peso de corno inglés y percusión para exponer la siniestra oscuridad del texto, fluctuando entre la ingenuidad, en la voz, y unos armónicos, en las cuerdas, que recuerdan a la Primera sinfonía, desembocando en un final de flautines paródicamente marciales.
Desde su comienzo en el timbal, Selbstgefühl evoca a esa maravilla que es el In ruhig fliessender Bewegung de la Segunda sinfonía y, por tanto, el collage alla Berio, que Kloke va alternando con ecos de Kurt Weill, basculando entre el candor y lo diabólico. Ich ging mit Lust durch einen grünen Wald comienza con Prohaska en solitario, a cuyo canto se suma el La en armónicos de la Primera sinfonía, sobre el que sigue cantando la soprano con un estilo que evoca a la música judía: nueva almazuela de temas de la Titán que reaparecen continuamente en distintos registros y pasajes hasta su elocuente silencio final. Cerró estos Sieben frühe Lieder la séptima canción, Das Mägdelein trat aus dem Fischerhaus, más evocadora, amable y ligera, en la que Kloke procede a una suerte de síntesis y recapitulación de los diversos ambientes expuestos en su tan creativa y, en el fondo, ivesiana concepción de este arreglo, por cuanto, como el propio Ives, procede a una constante amalgama de temas, armonías, citas y ritmos que confieren una enorme vitalidad e interés al ciclo; máxime, si es interpretado con tanto encanto como lo hizo Anna Prohaska, arropada por una orquesta de solistas y la dirección de una batuta tan perfeccionista, innovadora y sólida como la de Antonello Manacorda (cofundador, con Claudio Abbado, de la propia MCO).
Como al comienzo de esta crítica avanzamos, cerró el concierto la Sinfonía nº9 en Mi menor op. 95 “Del Nuevo Mundo” (1893), obra de Antonín Dvořák en la que complejo es, a estas alturas, decir algo nuevo, tras lo desgranado por directores como Kiril Kondrashin, Václav Neumann, Rafael Kubelík u otros ilustres dvorakianos. Pues bien, Antonello Manacorda ha demostrado, al frente de la MCO, que es capaz de ofrecernos un Dvořák como uno, al menos, nunca había escuchado (ni en vivo ni en disco) con tal intensidad y profusión de matices; cierto es que apoyándose en una orquesta en estado de gracia y en la que su reducida plantilla hace que cada atril se convierta en una voz propia de perfección técnica encomiable (incluidos los siete españoles hoy en su orgánico), rubricando una lectura caracterizada por su tratamiento camerístico, la constante inventiva en el fraseo, la modulación dinámica y, en general, todo cuanto es seña de identidad en una de las batutas más vigorosas y detallistas del presente, como nos muestra el trabajo de Manacorda al frente de la Kammerakademie Potsdam.
Imbuido del estilo de los formidables grupos de música antigua italianos y de la forma de dirigir de los Giovanni Antonini o Fabio Biondi, Antonello Manacorda lejos está de aplicar tempi acelerados y ataques acerados de forma constante, siendo tanto la introducción al Adagio como el Largo (en su conjunto) los mejores ejemplos, por cómo los ha paladeado: de forma tan lenta como preciosista y cantabile, sublimes. Tal como Manacorda plantea la sinfonía, con sus contrastes tan extremos y una tensión musical que no decae ni un segundo, esas islas de paz adquieren mayor serenidad y capacidad contemplativa, si se alternan con los compases más aguerridos e incisivos, en los que el director turinés no escatima volumen y fuerza, mostrando en el podio una inagotable paleta gestual que porta ecos de Toscanini (con el que comparte esa tendencia a aligerar el tempo y dotarlo de una contundencia inapelable).
Se nos antoja, por tanto, que hay detrás un trabajo de ensayos dedicado y en detalle, para llegar a logros como las partes más camerísticas del Largo en las cuerdas, con la calidad de un (buen) cuarteto, o el inicial solo de corno inglés: instrumento soberbio en todo el concierto, como reconoció el público con su arrebatado aplauso. Por descontado, Scherzo y Allegro con fuoco sonaron como un ímpetu arrollador, a tumba abierta y llegando, en el Scherzo, al límite en cuanto a velocidad, pero sin perder en definición en el fraseo ni en claridad estructural, dejando deliciosos juegos contrapuntísticos en los que cada voz adquiere vitalidad y muy heterogéneos matices que contagian su entusiasmo. Con un cuarto movimiento colosal, tan orgánico como vibrantemente coronado por los trombones, concluyó una versión que, créanme, uno volvería a escuchar embelesado (a pesar de tratarse de una sinfonía tan sobada en las salas de conciertos) nada más concluir la intensísima ovación recibida por la MCO y Antonello Manacorda: un director que se antoja ideal para el siglo XXI con programas como el escuchado en la Philharmonie, en los que se aportan nuevas ideas artísticas y una creativa reinvención de la tradición; todo ello, con una dirección ejemplar y una total complicidad de una Mahler Chamber Orchestra sublime, poniendo este derroche de virtuosismo y calidad en lo más alto del Musikfest 2024.
Paco Yáñez
(fotos: Mahler Chamber Orchestra – Fabian Schellhorn)