VIENA / Concierto de Año Nuevo 2024: la belleza que se escucha
Viena. Sala dorada del Musikverein. 1-I-2024. Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Christian Thielemann. Obras de Karl Komzák, Johann Strauss padre, Johann Strauss hijo, Eduard Strauss, Josef Strauss, Carl Michael Ziehrer, Josef Hellmesberger hijo, Anton Bruckner y Hans Christian Lumbye.
Tocó cambiar el chip para acercarse a orquesta y repertorio completamente diferentes, pero no por ello menos estimulantes, todavía bajo la impresión del imponente concierto que hemos podido presenciar en la tarde del día 31, en la plataforma digital de la Filarmónica de Berlín (y en directo en algunos cines españoles), con tremendas interpretaciones de la Obertura y Bacanal de Tannhäuser (versión de París) y el primer acto de La Valquiria, por la orquesta berlinesa bajo la dirección de su titular, Kirill Petrenko, con Vida Miknevičiūtė (Sieglinde), Jonas Kaufmann (Siegmund) y el bajo Tobias Kehrer (Hunding), fichado de urgencia para sustituir al indispuesto Georg Zeppenfeld, en un monográfico Wagner que se cerró con una arrolladora lectura del Preludio del III Acto de Lohengrin ofrecida como propina.
Hay distintas maneras de elevar el espíritu, y la refinada elegancia y jubilosa vibración de la música de los Strauss y sus contemporáneos, servida por una orquesta de lujo en un marco incomparable es, sin duda, una alternativa muy recomendable. No toda la belleza ha de ir ligada a la trascendencia o la gran forma. La música puede contener riqueza y emoción aunque su formato sea recortado y su pretensión el mero divertimento desenfadado. Y ese es, no creo que quepan muchas dudas, el caso del repertorio del evento vienés. El berlinés Christian Thielemann (1959) se subía por segunda vez al podio de año nuevo, con 15 obras, de las que nueve se estrenaban en los atriles de este evento, transmitido, según se nos informó en la locución televisiva, a 100 países.
Thielemann, ya lo hemos comentado en ocasiones anteriores, y también en su primera participación en 2019, es un director de apariencia rotunda y gestualidad que parece en muchas ocasiones un tanto robotizada y poco flexible. Los brazos se mueven a menudo como un todo, con poco juego de muñeca, y con acciones más recortadas que fluidas. La seriedad de su lenguaje facial añade a un conjunto que, en principio, puede parecer poco apropiado para la elegancia y flexibilidad que reclama este repertorio. Pero es un músico de extraordinaria categoría, y un director estupendo que, en muchas ocasiones, apenas con un leve giro de su mirada o un parco gesto de sus manos, indica con extraordinaria elocuencia toda una variedad de inflexiones, matices o líneas de expresión. No es, desde luego, amante de las bromas o los gags y, en este sentido, quienes busquen un amante de la comicidad desde el podio en este concierto buscarán en balde. Pero conoce el repertorio como la palma de su mano y su comunicación con la orquesta es perfecta. El artículo que publiqué hace unos días en Scherzo me exime de insistir sobre cada una de las obras que se interpretaron, algo que pueden encontrar aquí.
Thielemann abrió el concierto con una desenfadada, animada y festiva lectura de la Marcha para el Archiduque Albrecht de Karl Komzák, primera novedad del concierto. Hay que anotar que, aunque en días previos se había anunciado como concertino a Albena Danailova (anuncio que se reiteró en la transmisión televisiva), lo cierto es que Danailova fue la ayuda del concertino, que para la ocasión fue otro de los habituales de la formación, Rainer Honeck. Siguió el delicioso vals de Johann Strauss hijo Bombones vieneses, en el que al principio se coló inadvertidamente una pequeña parte del diálogo del locutor con el equipo de la transmisión. Thielemann ya dio en este primer vals una muestra de su labor: dirigiendo lo justo, con un gran sentido del fraseo, exquisito juego de rubato, finas inflexiones y sutil diferenciación en la sucesiva reiteración de motivos que aparecen en este repertorio. Cada retorno nunca sonaba idéntico al anterior, pero nada sonó caprichoso, en un discurso siempre sensible y dibujado con tanta firmeza como elegancia y fluidez, con transiciones magistrales.
Del mismo Strauss hijo llegó la Polca francesa “Figaro”, interpretada con refinada sonrisa, y demostrativa de que, más allá de la más severa apariencia gestual, el mensaje que nacía de las manos de Thielemann y se traducía de manera extraordinaria por los filarmónicos vieneses, era uno en el que la sonrisa, la alegría y la flexibilidad estaban en la música, no en el gesto. En esta línea, Thielemann sacó el mejor partido del vals Para todo el mundo de Josef Hellmesberger hijo, tercera novedad del concierto y pieza de estimable encanto, pero no a la altura de las mejores del género. Divertida, viva y con contagioso impulso sonó la polca rápida Sin frenos de Eduard Strauss, que coronó con optimismo la primera parte. Tal como se anunció previamente, la ORF regaló a los espectadores una bonita película musical sobre Bruckner, cuyo bicentenario se celebra en 2024. Música sinfónica, coral, de cámara y hasta de órgano, en un documental realizado con la solvencia habitual.
La segunda parte mantuvo la línea apuntada en la primera. Variada, rica en colorido y distintos climas, la Obertura de la opereta Waldmeister de Johann Strauss II, introducida con energía por un Thielemann que construyó con acierto la animación progresiva del vals insertado. La cuerda vienesa se lució en una articulación primorosa de las no fáciles agilidades de la partitura, y fue una lástima que en una de las mínimas pausas (Thielemann las manejó de manera magistral durante todo el concierto) de la pieza surgieran algunos aplausos inoportunos. Impecable solo del concertino Honeck junto al solista de chelos, Tamás Varga, y final de la pieza con adecuada trepidación. Del mismo Strauss hijo, el Vals de Ischl, cuarta novedad y partitura póstuma, obtuvo igualmente una interpretación de deliciosa elegancia, y en la transmisión televisiva con coreografía del ballet de la Ópera Estatal vienesa, filmada en la ciudad balneario de Bad Ischl, que será capital europea de la cultura en el año que comienza. La siguiente novedad también era de Johann Strauss hijo: la Polca del ruiseñor, dibujada con grácil ligereza, fino rubato y clima sonriente y festivo. Elegante, muy bien fraseada. Igual que la sexta novedad, la amable polca mazurca El manantial de montaña de Eduard Strauss.
La Nueva Pizzicato Polca de Johann Strauss II está, sin duda, en otra liga respecto a la anterior. Y Thielemann, sin batuta, consiguió una interpretación sugerente, y sí, hasta coqueta, delicada y sutil, en la que los vieneses lucieron la extraordinaria perfección de su pizzicato. También con pizzicato, pero sin la riqueza de la anterior, transcurrió la divertida lectura, cerrada con rotundo final, de la estimable, pero poco más, Polca “Estudiantina” perteneciente al ballet La perla de Iberia de Hellmesberger, séptima novedad del día. El vals Ciudadanos vieneses, de Carl Michael Ziehrer nos devolvió al Thielemann de más fina capacidad y flexibilidad en el rubato, con una interpretación efusiva, luminosa, en la que el ballet de la ópera vienesa ofreció su segunda contribución del día, filmada en esta ocasión en el hermoso castillo de Rosenburg, en la región de Waldviertel, en la Baja Austria.
Para conectar con el bicentenario bruckneriano se reservó la penúltima novedad: la orquestación que Wolfgang Dörner realizó de la Quadrille WAB 121 del compositor de Ansfelden, originalmente escrita para piano a cuatro manos. No se mencionaron, ni aparecieron en subtítulos, las seis breves danzas que la componen (I. Pantalon – Andante con moto, II. Été – Allegretto, III. Poule – Amabile, IV. Trénis – Pathetico, V. Pastourelle – Grazioso, y VI. Finale – Poco animato) que se ejecutaron sin solución de continuidad, con absoluta solvencia. La obra, por lo demás, es más curiosa (por alejada de los grandes monumentos sinfónicos) que interesante. Un Bruckner animado, sonriente y desenfadado, pero que se antoja simplón y sin encanto llamativo. La última novedad del día era el galop Feliz año nuevo, del danés Hans Christian Lumbye, que tuvo una lectura vibrante, jubilosa y festiva. Cerró el programa oficial una deliciosa interpretación de una obra maestra del género, el vals Delirios, de Josef Strauss, que el maestro de Thielemann, Karajan, pusiera en los mismos atriles en su única comparecencia, en 1987. Maravillosa sonoridad (cómo le suenan los segundos violines a Thielemann en esta obra) y magnífica y refinada elegancia en una interpretación que marcó uno de los mejores momentos del día.
Vibrante, animada y sonriente, la primera propina, la Polca del jockey, del mismo Josef Strauss. Después de una felicitación de año nuevo breve en la que Thielemann lamentó el estado actual de cosas en cuanto a guerras e intolerancias, y en la esperanza de que la música escuchada despierte sentimientos más positivos, llegó el inevitable Danubio azul, que tuvo de la mano de Thielemann una estupenda interpretación, con personalidad, inflexiones acusadas pero medidas con exquisitez y pausas de extraordinario impacto (la introducida justo antes del final, formidable). La fiesta culminó con la Marcha Radetzky, que se ejecutó en el nuevo arreglo de la Filarmónica (el vigente desde 2020) y en el que Thielemann prácticamente se olvidó de la orquesta para dirigir, por cierto con mando tan claro y firme como impecables resultados, las palmas del respetable. Realización visual impecable, con evidente énfasis en las mujeres de la Filarmónica, como queriendo contrarrestar (en esfuerzo que se antoja baldío) el torrente de reproches que siempre llueven por las pocas que hay en la orquesta (aunque los pecados del pasado tengan complicado ser remediados de un plumazo ahora, salvo que echen a media orquesta, lo que hay que desear que no ocurra).
Hay, habrá, opiniones para todos los gustos. A quien esto firma el concierto de hoy le ha parecido de un nivel interpretativo extraordinario, más allá del interés intrínseco de todas las novedades incluidas. Creo que procede insistir en la belleza de lo que se escucha de un magnífico director, de mando sabio y firme, aunque la estética de lo que se ve en el podio no transmita la misma flexibilidad, fluidez y desparpajo. Ya dije el otro día que la Filarmónica no gusta de los experimentos. En 2025 vuelve Riccardo Muti, en la que será su séptima actuación. Algunos estarán frustrados, pero lo cierto es que la calidad de primer nivel está garantizada.
Rafael Ortega Basagoiti
(foto: Wiener Philharmoniker / Dieter Nagl)