Vadym Makarenko: “El conservadurismo nunca es bueno”
Fue en el Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS) de 2021 la primera vez que escuché a Infermi d’Amore, un grupo novel integrado por músicos que aún no habían cumplido los treinta años. Resultó difícil no quedar impactado por el altísimo nivel que ofrecieron. La mayor parte de sus miembros habían coincidido estudiando en Suiza, en la Schola Cantorum Basiliensis, y allí se gestó el proyecto. Poco a poco, Infermi d’Amore se ha ido consolidando y ha podido, asimismo, grabar su primer CD. Se trata de un programa que contiene primeras grabaciones mundiales de Vivaldi, Veracini y Albinoni, y que confirma que estamos ante un grupo con un futuro esplendoroso. El próximo 4 de marzo, Infermi d’Amore ofrecerá en el Auditorio Nacional de Música el programa de este CD, sobre el que conversamos en esta entrevista con su director artístico, el violinista Vadym Makarenko (Korsun-Shevchenkivskiy, Ucrania, 1992).
¿Cuándo se funda Infermi d’Amore?
En 2019, un año después de acabar mis estudios en Suiza, en la Schola Cantorum Basiliensis. Yo tenía ya bastante trabajo —por ejemplo, tocaba frecuentemente con Collegium 1704, la orquesta de Vaclav Luks—, pero consideraba que un grupo propio me iba a permitir plasmar los proyectos que me rondaban en la cabeza y, además, desarrollarlos con la gente que me apetecía. Fue el momento perfecto, porque viajaba mucho, sí, pero la mitad del tiempo seguía estando en Basilea. Cuando decido dar el paso, inmediatamente pienso en la violinista Natalie Carducci y en el clavecinista Joan Boronat, entre otros. En cualquier grupo tiene que haber un líder, pero la idea inicial era que todos tuviéramos la misma importancia a la hora de decidir. Al final, el liderazgo se decidió de manera natural, porque alguien tenía que encargarse de la gestión. Seguramente me tocó a mí porque fui el que propuso el nombre de Infermi d’Amore, que al principio iba a ser algo más largo. Sin embargo, que quede claro, en el aspecto artístico seguimos sin que haya nadie que esté por encima del resto: el nuestro es un funcionamiento muy democrático en ese sentido.
¿Recuerda el primer concierto que hicieron?
Por supuesto. En el programa figuraba un concierto para cuatro violines de Valentini, un concerto armonico de Van Wassenaer y concierto para violín de Vivaldi. El grupo busca siempre una amplia paleta de colores, de tal manera que cada miembro tenga su protagonismo en las distintas obras que figuran en los programas. Es algo que se puede constatar en el disco que acabamos de publicar: en alguna soy yo el violín solista; en otra lo es Natalia Carducci y en otra, nuestro violonchelista, Bruno Hurtado. La verdad es que no tuve prisa por formar un grupo, quise esperar a que llegara el momento que consideraba propicio. Y lo mismo ha pasado con nuestra primera grabación. En mi opinión, en una primera grabación has de tener cosas interesantes que decir; de lo contrario, es mejor esperar.
Esa primera grabación, en el sello Eudora, contiene obras de Vivaldi, Veracini y Benedetto Marcello. Varias de ellas son primeras grabaciones mundiales.
En realidad, se puede decir que todas lo son. El Concierto para violín RV 182 no estaba grabado. Del Concierto para violonchelo RV 788 solo se había grabado el segundo movimiento, así que también puede considerarse una primicia. El Concierto RV 320 sí se había grabado, pero el tercer movimiento está perdido a partir del compás 94, así que ha sido reconstruido por Oliver Fourés (hay otra reconstrucción debida a Federico Maria Sardelli, pero a mí me gusta más esta). La Sinfonía RV 786, de la que únicamente se conserva la parte de la viola —el resto se debe también a Olivier—, es novedad discográfica. Luego, en el Concierto RV 263, Vivaldi descartó un movimiento a la hora de publicarlo y lo sustituyó por otro; nosotros hemos optado por el movimiento original, que seguramente Vivaldi dejó de lado porque le debió de parecer demasiado extravagante. Y, por último, del Concierto para dos violines RV 521 había dos grabaciones, pero eran con instrumentos modernos. Este último es un concierto extraordinariamente complejo. Parece que Giuliano Carmignola tuvo en su día intención de grabarlo junto a Viktoria Mullova, pero desistió, quizá porque, para conseguir que suene realmente bien, requiere mucho más esfuerzo que la mayoría de los conciertos vivaldianos. Tampoco se había grabado antes con cuatro violines la obertura de Veracini. Y, para finalizar, del concierto de Marcello había dos grabaciones, pero muy antiguas y, sinceramente, creo que bastantes flojas.
Para un trabajo de estas características imagino que habrá sido fundamental contar con la colaboración de Olivier Fourés, acaso el mayor especialista en la música de Vivaldi.
Tengo mucha confianza con Olivier, más allá de que él lleve años colaborando con Amandine Beyer, Giuliano Carmignola y otros grandes violinistas. Él mismo, además de musicólogo y bailarín clásico, es violinista. Tiene una sensibilidad especial para esta música y su ayuda ha sido decisiva en este proyecto. Pienso que Olivier también acabó confiando en mí, porque la idea inicial no era incluir tantas obras inéditas. Sin embargo, poco a poco, nos fue pasando material que nunca se había grabado y que él ya tenía editado. Hay muchas formas de abordar esta música, pero creo que el estilo que más se acerca al auténtico Vivaldi es el de Olivier, pues lleva muchos años trabajando en ella. Casi podríamos decir que es Olivier Fourés el alter ego de Antonio Vivaldi. Luego, tiene otra cosa muy buena como asesor musical: siempre busca tus límites y gracias a ello logra sacar lo mejor del intérprete, aunque a veces te haga sufrir para que conseguirlo.
¿Por qué decide grabar con Eudora, que es un sello que apenas cuenta en su catálogo con grabaciones de música antigua? Imagino que para un grupo novel como el suyo no ha debido de ser fácil encontrar un sello discográfico.
No, no se crea. Teníamos posibles salidas con sellos importantes, como Harmonia Mundi, en el que graban Amandine Beyer y su grupo, Gli Incogniti, con los que colaboro habitualmente. Un CD sirve, claro, como tarjeta de presentación, pero el objetivo de este proyecto no era darnos a conocer, ni siquiera vender muchos discos, sino quedar realmente satisfechos con el resultado final. Prefiero que no lo compre nadie y estar contento con el trabajo realizado a que lo compre mucha gente y yo no me identifique con lo que se escucha en el CD. Creo que Gonzalo Noqué, responsable de Eudora e ingeniero de sonido en esta grabación, también ha quedado feliz con el resultado.
Infermi d’Amori es un grupo internacional, pero con fuerte presencia española.
Sí, además de los antes mencionados Joan Boronat y Bruno Hurtado, en esta grabación está el contrabajista Ismael Campanero y la violinista Miriam Hontana, que no han estado jamás en la Schola Cantorum Basiliensis. Yo mismo, aunque haya nacido en Ucrania y mi nacionalidad sea la ucraniana, tengo un vínculo muy fuerte con España, porque aquí he encontrado mi lugar. Este es el sitio en el que quiero vivir, no hay ningún otro país que me atraiga como me atrae España. ¡No sé por qué! Bueno, sí que lo sé: por la calidad de vida, por la gente… Hay algo especial aquí. Cada grupo tiene su trayectoria y, aunque la nuestra sea corta, a veces por el camino te encuentras con auténticas sorpresas. Ese ha sido el caso de Ismael Campanero, un descubrimiento asombroso para mí: quedé ‘flipado’ la primera vez que lo escuché tocar. En cualquier caso, es un grupo abierto, de tal forma que siempre puede entrar gente nueva.
¿Es una impresión mía o el Barroco que se está haciendo en España —sobre todo, por parte de grupos jóvenes— es de lo mejorcito que hay? Por supuesto, junto a lo que se hace en Francia y en Italia.
Los italianos nacen con este estilo dentro, lo llevan en el ADN. Por su parte, los grupos franceses se benefician del sistema del Estado llamado Intermittence, que les permite trabajar con las espaldas cubiertas en el aspecto económico y, por tanto, elegir sin ataduras los proyectos que consideran oportunos. En Francia el nivel cultural es altísimo, no hay comparación posible con ningún otro país del mundo. Y en España se están haciendo bastante bien las cosas desde hace unos años, pero creo que todavía queda potencial por explotar. Ha habido gente joven que ha salido a estudiar fuera y que ahora tiene una formación que seguramente aquí no habría logrado tener. Es algo se está empezando a notar. Es verdad que lo que está haciendo en los países que usted menciona no tiene nada que ver con el resto, pero también hay que tener en cuenta que se trata de generaciones diferentes. Hemos de tener una cosa muy clara todos los que nos dedicamos a esto: lo que grabamos hoy, dentro de veinte años habrá quedado obsoleto. Y así tiene que ser, a mi manera de ver. Considero que lo que se hacía antes en Inglaterra, en Holanda o en Alemania no es mejor ni peor que lo que se hace ahora en Italia, Francia o España. Simplemente es diferente. Hace veinte años la gente se ponía otro tipo de camisas que hoy nadie viste ya… Cambia el estilo, es algo natural. Lo importante, en mi opinión, es que las cosas se hagan con cariño y con pasión. Pero no podemos prescindir de una parte de la historia de la música: rechazar las grabaciones que hacía Nikolaus Harnoncourt en los años 70 u 80 es tan absurdo como injusto.
Ya que menciona a Harnoncourt: en aquellos primeros pasos del historicismo musical, había gente que estaba radicalmente en contra porque lo consideraba un movimiento excesivamente dogmático. Sin embargo, ese movimiento no ha dejado de evolucionar, lo cual se ha traducido en una libertad artística de la que carecen otros sectores de la música clásica.
El conservadurismo nunca es bueno. Fíjese, yo me he formado en la Schola Cantorum Basiliensis, y le tengo un gran cariño a esa institución… pero considero que allí son demasiado conservadores. Esa no debería ser la idea, pues se trata de encontrar siempre nuevas formas, de establecer nuevos límites y, por qué no, de dejarte llevar por la intuición. Por supuesto, en la música, en el arte, hay que tener una base y hay que poseer los máximos conocimientos posibles, para poder elegir luego. Porque, si no conoces nada y decides dar un paso, lo que estás haciendo es lanzarte al vacío… Cuanta más información tengas, más libre serás para decidir luego. En cada proyecto has de tener una visión novedosa, sin que ello suponga perder la esencia.
No puedo acabar esta entrevista sin preguntarle cómo ha vivido este último año, después de la invasión de Rusia a Ucrania, su país, sabiendo que, además, parte de su familia sigue allí. ¿Se puede hacer música con normalidad viviendo en esa angustia permanente?
No quiero hablar como músico, ni siquiera como ucraniano… Solo quiero hablar como ser humano. Como ser humano que está viendo una catástrofe, una masacre, una injusticia, una barbaridad… Por supuesto que me afecta. Me afecta muchísimo, y no solo por ser Ucrania el país en el que he nacido y en el que he crecido, sino porque he comprobado que esto mismo podría ocurrir en cualquier otra parte del mundo y en cualquier momento. Para empezar, los valores que yo tenía han cambiado radicalmente. Me he dado cuenta de que, aunque parezca una obviedad, lo más valioso que tenemos es la vida. Sin la vida, no hay música, no hay discos, no hay conciertos, no hay un café como el que me estoy tomando ahora… La vida es lo único que da sentido a las cosas que hacemos cada día. La ropa que nos ponemos, los viajes que realizamos, la música que tocamos… eso solo es posible si hay vida. Para mí esta guerra ha supuesto descubrir que cualquier problema que se me pueda plantear no tiene tanta importancia como pensaba antes. Cualquier cosa material es insignificante en comparación con todo esto. Sigues haciendo tu vida y sigues haciendo música, pero te das cuenta de que la música ahora tiene un valor añadido, que es la visión de la propia vida. Ahora sé que, gracias a la música, puedo transmitir otras cosas en las que antes no reparaba, porque para mí la música tenía solo un sentido artístico. Y, al final, lo que compruebas es que la guerra es un gran negocio. Pero, ya le digo, no quiero hablar de este asunto solo porque sea ucraniano, ya que creo que afecta a toda nuestra sociedad. En cualquier caso, no puedo por menos que pensar en los músicos de Ucrania: si antes de la guerra ya tenían complicado ganarse allí el pan, imagínese ahora. Y no me refiero a hacer conciertos en teatros o en auditorios, sino a tocar en restaurantes o en fiestas, pues había muchos que vivían gracias a esa ocupación.
Eduardo Torrico
Hemos publicado la crítica del CD Lost in Venice, firmada por Javier Sarria Pueyo, aquí.