Teatro Real, a toda vela

En la Entrada de Artistas, los viejos tornos han sido sustituidos por modernas barreras acristaladas. Antes de cruzar al otro lado, la voz robotizada de una pantalla de reconocimiento facial advierte al visitante sobre el correcto uso de la mascarilla. Más adentro, en el escenario y los camerinos, se han instalado lámparas de desinfección por emisión de luz ultravioleta. Arriba, los despachos de los principales departamentos han sido reubicados con criterios de eficacia y prevención de contagios. Se podría decir que, en cuestión de unos meses, muchas cosas han cambiado para que todo siga igual en el Teatro Real de Madrid, que este curso celebra una doble efeméride: cien temporadas desde su inauguración en 1850 y veinticinco desde su reapertura en 1997. Entre bastidores, los trabajadores han hecho una porra en la que gana por aplastante mayoría el ‘sí’: confían en que alguno de los telones de la programación que acaba de comenzar marcará el final de la pandemia y el comienzo de una nueva era.
La búsqueda de la excelencia sigue siendo la hoja de ruta de un teatro que el pasado mes de mayo fue bendecido en los International Opera Awards como la mejor compañía del mundo. No es un premio cualquiera, sino el reconocimiento a una labor ejemplar que venía de atrás. Durante la pandemia, el Teatro Real ha acaparado todas las miradas de la prensa internacional (Associated Press les dedicó un amplio reportaje) y ha convertido a la institución en todo un referente en la gestión del coronavirus (Roselyne Bachelot, ministra de Cultura de Francia, no dudó en elogiar “l’ouverture enviable” del Real). A pesar de que el edificio llegó a permanecer cerrado tres meses a raíz del primer confinamiento, su actividad no se vio interrumpida en ningún momento: se ofrecieron contenidos en streaming a través de la plataforma MyOperaPlayer y, tras la reapertura en julio, se presentaron varias óperas (algunas, como La traviata, en versión semiescenificada), conciertos y espectáculos de danza con relativa normalidad.
“No podíamos sentarnos a esperar a que las cosas se normalizaran por sí solas”, cuenta a Scherzo Joan Matabosch, director artístico del coliseo madrileño. “Desde el principio asumimos nuestra responsabilidad como institución cultural para contribuir a conquistar esa normalidad con iniciativas prudentes e implacables en el cumplimiento de los protocolos sanitarios, pero, al mismo tiempo, proactivas, imaginativas y ajustadas a lo que la evolución de la pandemia permitía”, explica.
No fue sencillo. Aquel fatídico viernes 13 de marzo parecía sacado del guion de la franquicia de terror hollywoodiense. “Varios miembros de la dirección del teatro nos reunimos en un despacho para seguir por televisión la comparecencia del presidente del Gobierno”, recuerda Ignacio García-Belenguer. “Al acabar, se convocó una reunión de urgencia con todos los trabajadores para informarles de la nueva situación y, puesto que nos veríamos obligados a cancelar las funciones de Aquiles en Esciros, decidimos grabar el ensayo general para poder emitirlo al menos en MyOperaPlayer”, añade. Nadie imaginaba entonces que el parón duraría más doce semanas: “Durante el confinamiento mantuve reuniones diarias vía Zoom con todos los equipos de trabajadores del teatro. Entre todos elaboramos un protocolo sanitario de aforo limitado y un plan de contingencia para la reanudación de la actividad que nos permitiera mantener nuestros compromisos con el público y los artistas”.
Cuando regresó a su despacho, a finales de mayo, se encontró por el camino con una estampa desoladora: partituras con polvo acumulado sobre los atriles, estuches de instrumentos aún abiertos y percheros por los pasillos con los últimos ajustes de vestuario. “Parecía que la vida se había parado de pronto y que la gente había dejado atrás sus cosas como quien sale un momento a tomar café. Aquella imagen inverosímil y devastadora, lejos de desmotivarnos, nos sirvió para redoblar nuestra apuesta por mantener la actividad del teatro con las limitaciones que fueran necesarias, pero siendo creativos en la búsqueda de soluciones a todos los problemas que nos fuéramos encontrando”, asevera García-Belenguer. (…)
Benjamín G. Rosado
[Imagen superior: El elenco de Un ballo in maschera incluidos Ramón Vargas y Saioa Hernández y los directores —de orquesta Nicola Luisotti y del coro Andrés Máspero— se hacen un selfi tras la función. Foto: Javier del Real / Teatro Real.]
(Comienzo del reportaje publicado en el nº 377 de Scherzo, de octubre de 2021)
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