SEVILLA / Pérez es mejor que un apellido francés
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 24-I-2021. Juan Pérez Floristán, piano. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director: Juan Luis Pérez. Obras de Fernández-Barrero y Ravel.
Llegábamos a este concierto, uno de los más atractivos de la temporada en la que la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) está celebrando su 30º aniversario, con una noticia inesperada. A falta del más que probable sí del implicado, el francés Marc Soustrot podría convertirse en el próximo director artístico de la orquesta; una labor que compaginaría con el honorario, Michel Plasson. Dos nombres relevantes que, sin embargo, nos hacen pensar en anteriores desaciertos de la orquesta al nombrar a venerables batutas ya muy de vuelta de todo, las de Klaus Weise y Alain Lombard, que vinieron poco más que a tomar el sol hispalense. Ojalá, de cuajar, Soustrot nada tenga que ver con algunos de sus predecesores y venga con ganas de arremangarse (por ahora el único que lo hizo, durante sus primeros años al frente, fue Pedro Halffter, después John Axelrod dio sentido al término bluf).
Viene todo este exordio al hilo de reivindicar a alguien como Juan Luis Pérez que, de tener plenos poderes, pensamos que podría hacerlo entre decente, bien o muy bien. No solo porque, consta a quien esto firma, tendría en su ánimo cierta renovación del repertorio, también porque sabe programar y conoce la orquesta como pocos. Quizás la nueva gerencia por querer el oropel de plantar un apellido francés derrape; ojalá no y todo esto sean cavilaciones hiladas al hilo del excelente concierto (y van) que Juan Luis Pérez ha hecho con la ROSS esta semana.
Es justo reivindicarlo así, sin que ni siquiera mencionemos todavía al pianista, después de ver cómo preparó e hizo sonar la orquesta en las dos obras ravelianas. En el Concierto para la mano izquierda hubo una marcialidad casi bouleziana; con un Ravel que fue un estallido de color pero también de pura objetividad; con una rítmica incisiva, ataques secos y un cinematográfico tono burlón, casi del slapstick. El movimiento lento del Concierto en Sol mayor fue una lección de arrobo y contención; adornado por dos movimientos puro siglo XX, con avisos de jazz y esquirlas stravinskianas. La Sinfónica no hizo un Ravel de abono, hizo un Ravel a la Pérez, sobresaliente.
Sobre Juan Pérez Floristán conviene ser cautos y no afirmar (no todavía) que es el mejor pianista que ha alumbrado el Sur. Cierto que el Concierto de Chaikovski que interpretó en 2019 todavía resuena en la memoria (y en las palabras, aquí mismo volcadas). Pero esta tacada de Ravel no ha sido menor escalada. Su control, más bien, su trepidante uso de la pedalera confirió a ambas versiones un tono particular, más cortante y también volátil de lo acostumbrado. Resulta curioso comprobar cómo su entendimiento de estas piezas lo acerca más a la visión modernista de un Pierre-Laurent Aimard que a acercamientos de intérpretes generacionalmente más afines a Floristán. Fueron dos Ravel hasta cierto punto opresivos y de mesurada expresividad; de un entendimiento pleno con la batuta de su padre. Ojalá la próxima comparecencia del pianista sevillano en el Maestranza fuera con el Concierto de Ligeti que tiene en su repertorio y quisiera poder presentar con la ROSS.
En 2015 la Sinfónica maltrató el estreno absoluto de más quilates de los (escasos) que la Sinfónica ha puesto en sus atriles; Diario de a bordo, de Alberto Carretero. Y lo hizo no por incapacidad real, fue por puro desinterés y dolorosa refracción a muchas de las técnicas extendidas que la partitura planteaba a los profesores. No es una crítica achacable a todos ellos, ni mucho menos, pero quienes no se tomaron en serio su trabajo aquel día no pasaron inadvertidos. El Nocturno sinfónico de Marco Fernández-Barrero (1984) nace con la premisa de no poner las cosas difíciles a las orquestas que deben cubrir la circunstancia de tocar esta obra premiada por la AEOS. Es una opción puede que hasta inteligente. El resultado, aunque de interés y con espejeantes juegos de tensiones, no acaba levantando demasiado el vuelo. El tono pesadillesco de la música se traduce en una constante agitación del aparato sinfónico que, en algunos pasajes, recuerda a las abstracciones sostenidas de un Leif Segerstam. Pérez y la ROSS expusieron la partitura con la mayor adhesión, dándole además un papel relevante como engarce entre las dos piezas concertantes.
Ismael G. Cabral
(Foto: Guillermo Mendo)
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