SEVILLA / César Camarero inventa la fotonovela contemporánea
Sevilla. Espacio Turina. 27-IV-2024. Taller Sonoro. Cristian Valero, fotografías y video. Jaime Tuñón sonido y edición de video. Rocío de Frutos, fotografías y video. Manolo Caro, voz en off. César Camarero: Cómo subir una escalera sin peldaños.
El inesperado giro de guion que el compositor César Camarero (1962) lleva tiempo protagonizando es solo parangonable, si acudimos a otro integrante aproximado de su generación, con el de José Manuel López López a partir, en su caso, del Concierto para piano. Esta coproducción entre el Espacio Turina –apuntándose así otro gol en la historia de la música española presente– y la Fundación Juan March se define como ‘foto-teatro musical’. Si en su anterior artefacto escénico, Es lo contrario, estrenado en el Teatro de la Maestranza en 2021, esquivó las lindes de la ópera y del teatro musical para repensar muy libremente el arte radiofónico; en esta recién nacida obra César Camarero ha hecho de nuevo, ni más ni menos, lo que le ha dado en gana, por indefinible que sea su resultado.
Suerte de fotonovela contemporánea (tómese la definición sin ninguna intención peyorativa), Cómo subir una escalera sin peldaños es, antes que cualquier otra cosa, una obra extraña y refractaria a etiquetados. Esto, por sí mismo, ya constituye parte de su grandeza. A través de fotografías (buena parte de ellas tomadas en tiempo real) se construye un ensamblaje audiovisual sobre el que se impone una voz en off, espléndida, sin ninguna afectación teatral (debida al actor sevillano Manolo Caro) que va desgranando pistas sobre lo que parece ser un relato noir de dramaturgia eficiente y de finísimo sentido del humor. Este funciona de manera ejemplar en su concreción y también en los múltiples puntos de fuga que plantea; no da las cosas por masticadas pero no encripta más de lo necesario por lo que sí que es útil como armazón literario que se sigue con renovado interés a cada línea.
Sevilla, la ciudad, y muchos de sus lugares son mostrados en el puzle audiovisual que se propone, también las fotografías han sido tomadas con esmero, sin vocación de historieta localista. Y el propio compositor se convierte en una parte y otra en este continuo y misterioso juego de desdoblamientos y reflexiones juiciosas sobre la existencia y su fragmentariedad. El propio Camarero realiza una pequeña interpretación actoral, un guiño con su propia obra y con los oyentes/espectadores. Todo resulta de manera natural, nada resquebraja las costuras. En una pieza como esta, con tantos elementos para salir mal, para desbordarse; la contención es una de sus mayores lucideces. Todo está en su sitio, tan escrupulosamente medido como el tiempo que se toma (una hora exacta).
En medio de todo, los músicos de Taller Sonoro desgranan una partitura extensa que haría las delicias del ejemplar y muy especializado conjunto inglés Apartment House. La partitura es pura estética another timbre; a buen seguro la pequeña y deliciosa disquera de Sheffield podría querer contar en su catálogo con esta música que, anticipamos, marcharía igualmente bien como obra autónoma, sin voces (es acaso el único pero que podamos poner, la producción se engrandece cuando la dejan respira sin narración; un esmerado podado de letras agigantará el resultado).
Implicados al máximo con uno de sus compañeros de vida musical más querido, César Camarero, los integrantes de Taller Sonoro (ya el pianista Ignacio Torner, el percusionista Baldomero Llorens o el violinista Alejandro Tuñón, por citar solo a tres de ellos, no hay especiales pesos solistas, la labor es de conjunto) mantuvieron el pulso de una música río que se gusta en su continuidad, en el pulso basculante, y en su reiterada sensación de estar diciendo siempre lo mismo de forma sencillamente distinta. No es música compleja de oír, tampoco especialmente de hacer (no para unos experimentados músicos como estos) pero sí es tozudamente difícil de mantener, de no quedar licuada por todo lo que la acompaña. Una obra grande que habrá de crecer en próximas reposiciones y que, por su relativamente sencillo montaje, podría convertirse en un pequeño clásico de la música contemporánea española.
Ismael G. Cabral