SEVILLA / ‘Es lo contrario’, cuento de miedo en la oscuridad
Sevilla. Teatro de la Maestranza. 14-V-2021. Es lo contrario, obra con música y libreto de César Camarero, a partir de Los ciegos de Maurice Maeterlinck y 88 sueños, de Juan Eduardo Cirlot. Zahir Ensemble. Juan García Rodríguez, director. Ciclo Innova Ópera.
Cuenta César Camarero (Madrid, 1962) que el proyecto que acaba de estrenar, Es lo contrario, con producción del Teatro de la Maestranza (y que en unos días se verá en los madrileños Teatros del Canal), llevaba muchos años guardado en un cajón de su escritorio. Allí dormían un buen puñado de pentagramas bastante avanzados que ni siquiera ha vuelto a mirar. Porque a partir de la posibilidad de su estreno, el compositor partió de cero. No sabremos nunca qué música era aquella que pergeñó y abandonó entre una pila de papeles. Camarero ha tenido que esperar bastante más de una década para poder escribir Es lo contrario y, solo de esta forma, ha logrado trazar 60 minutos que, sin querer ser del todo apresurados en la afirmación, constituyen el punto más alto de la creación que hasta ahora ha venido alumbrando.
Es lo contrario es, vaya por delante, Camarero en estado puro. Más radical que nunca y, paradójicamente, también más accesible por la argucia de haber instalado su música en el contexto dramático prestado por el teatro estático y simbolista de Maurice Maeterlinck, Los ciegos. Es esta una música cosida mediante extensas planicies instrumentales de texturas diáfanas, sin un gran empeño tímbrico, gustándose en la parquedad de un brevísimo soliloquio del violonchelo, en las sonoridades sostenidas de tres acordeones que enrarecen el ambiente, en una percusión leve y con recursos mínimos que se repiten. Camarero aborrece los excesos instrumentales, es suficiente para entenderlo con mirar su grafía sobre las partituras, notas finísimas, repudio y destierro de los fortes. Incluso las incrustaciones electrónicas se cuentan con los dedos de una mano, como también los sonidos concretos (un niño que llora, unos cristales rotos, un perro que ladra…) empleados como asideros para la escucha.
Decir que en esta música resuena Morton Feldman resulta hasta obvio, pero el norteamericano tenía una densidad sonora más preciosista, encendida. Es lo contrario es, insistimos, la quintaesencia de la estética de Camarero. Y en este contexto sonoro, ejemplarmente puesto en pie por uno de los grupos españoles que mejor conoce su música, el Zahir Ensemble de Juan García Rodríguez, el relato de Maeterlinck es servido por las voces, grabadas en cinta, de ocho actores ciegos. Asistimos al estreno con la invitación de cubrirnos los ojos con un antifaz para potenciar el sentido de la escucha (idéntico estímulo al que el músico Francisco López lleva años exponiendo a su público) pero también el de nuestra desorientación auditiva, pues las voces llegan de unos y lados y otros. Se nos hace formar parte de ese grupo de ciegos desorientados y asustados en una isla que no conocen la manera de regresar a su albergue.
Las voces conforman una lectura teatralizada, no hay canto aquí; la pieza se inserta de esa manera en una deriva muy poco transitada, la del arte radiofónico, la del melodrama acusmático de nombres grandes como Francis Dhomont, José Iges o Michel Chion, todos ellos ligados al ámbito de la electroacústica y el arte sonoro. En ese sentido Camarero ha realizado una adición singular a un género que, habitualmente, parecía hurtado a la práctica instrumental. Tampoco está lejos su propuesta de las stories de Robert Ashley. Ojalá el madrileño volviera a incidir sobre una idea similar, agotado en buena medida el canto lírico, la creación contemporánea encuentra un excelente punto de contacto con el público mediante esta estilizada y sugerente forma de narración musicada.
En los minutos finales, sin necesidad de volver la música ilustrativa, se crea un clima verdaderamente terrorífico. “Él ve, él ve…”, insiste con desasosiego la voz de una joven referiéndose a un niño que llora y que parece estar contemplando la llegada de una presencia desconocida que asusta por igual a los ciegos y al bebé (“¡Ve, ve, ve! Es seguro que ve algo extraño (…) ¡Están aquí! ¡están en medio de nosotros!”). Sin rebajar un milímetro la altura intelectual de la música, nos quitamos el antifaz, sobrecogidos por sentirnos durante una hora parte muda de ese grupo de humanos desorientados y con la convicción de haber asistido a un estreno importante en la historia de la música española contemporánea.
Ismael G. Cabral