Schubert y la sífilis: ¿verdad, mito o simplemente duda?
“La duda existe en función del conocimiento, y la escasez de conocimiento no despierta dudas”
E.M. Cybulska
Año 1823: Schubert cae enfermo de consideración. La primera evidencia que tenemos viene de una carta (28 de febrero) en la que él mismo declara que su estado de salud aún no le permite salir de casa. Ese mismo año es hospitalizado durante un tiempo no determinado y, aunque más adelante declara haber mejorado, expresa también su duda de que pueda llegar a recuperar la salud. En 1907 llega la primera publicación del musicólogo Otto Erich Deutsch en la que se recoge la sífilis como la enfermedad que afectó al músico en 1823. Desde entonces, una serie de autores, desde Schweisheimer (1921, con cierta cautela) hasta Kerner (1963), Fröhlich (1978), Hetenyi (1986) y O’Shea (1997) entre otros, han asumido tal diagnóstico como seguro, aunque es cierto que llama la atención la escasa presencia de revisiones estrictamente médicas del asunto.
En 1980, otro musicólogo, Eric Sams, publicó un concienzudo trabajo (The musical times Jan. 1980: 15-22) en el que repasaba la evidencia disponible a favor del diagnóstico. Su caso suena convincente, aunque él mismo reconoce que ha habido quien pone una nota de cautela argumentando, no sin razón, que la sífilis es solo una posibilidad entre otras. Ocurre con Schubert, como con tantos personajes célebres en los que a su cadáver no se le realizó necropsia (no el caso, ya descrito en estas páginas, de Beethoven, porque en su caso tenemos una necropsia muy bien documentada): no disponemos de cualquier posible evidencia post-mortem. La propia naturaleza de la enfermedad, con estigma de vergüenza, ha servido como argumento para justificar la falta de información, lo que por ende apoyaría la idea de que la enfermedad “no nombrada” en su momento era la sífilis. En su biografía de Schubert (1958), Maurice Brown apuntaba a que “la total ausencia de referencias coetáneas al asunto, aunque la enfermedad era bien conocida por todos sus amigos, sugiere que se han destruido documentos”.
No puede descartarse, por supuesto, que tal sea el caso. Y es indudable que el estigma de la enfermedad en esa época era bien conocido. Es igualmente cierto que los comentarios de los cercanos a Schubert, recogidos por el precitado Deutsch, eran unánimes. Pero… como también reconoce Sams, unánimes no necesariamente implica que fueran fiables. En el trabajo precitado, Sams reconoce la controversia, pero algunos de sus argumentos se antojan cogidos por los pelos desde el punto de vista médico. Por ejemplo, menciona que la primera manifestación de la sífilis, poco después de la infección, es la aparición de un chancro genital (que puede describirse como una lesión ulcerosa) con inflamación de ganglios en la ingle. Pero, en ausencia de nada que describa que Schubert tuvo tales síntomas y signos, Sams se agarra a un argumento un tanto peregrino: “a quienes sufrieran esta lesión se les aconsejaría permanecer en casa”. Y como Schubert declaró que no podía salir de casa… Naturalmente, lo que Sams no menciona es que ese “no salir de casa” podría deberse a la sífilis o a un montón de cosas más.
Y ahí residen buena parte de las dudas sobre la solidez con que puede afirmarse que la enfermedad aparecida en 1823 fuera realmente sífilis. La Dra. Eva M Cybulska, que ha escrito con anterioridad interesantes trabajos sobre las enfermedades de figuras tan destacadas como Chaikovski, Nietzsche o Mahler, publicó hace apenas cinco años un interesante artículo titulado The Myth of Schubert’s Syphilis: A Critical Approach (Music & Medicine, 2019; Volume 11 (1): 44 – 47). Y en él se analizan con detalle buena parte de los argumentos que se han expresado a favor de la sífilis. La psiquiatra polaca es contundente ya desde el resumen inicial del artículo: “[Este artículo] es un examen crítico del diagnóstico de sífilis realizado a Schubert, diagnóstico para el que nunca ha habido ninguna evidencia médica. Estamos ante la conjetura de un historiador del arte [se refiere a Deutsch] de principios del siglo XX, que ha sido después repetida acríticamente por biógrafos y comentaristas posteriores. Este artículo pretende cuestionarla desde un punto de vista epistemológico. En el momento de la muerte de Schubert, no sólo no existían pruebas para detectar esta enfermedad, sino que incluso su agente patógeno, el Treponema Pallidum, aún no se había aislado. Los signos y síntomas inespecíficos y multisistémicos del compositor son compatibles con muchas enfermedades que aún no habían sido identificadas en su época.”
Recoge Cybulska que los escasos síntomas y signos recogidos en documentos sobre Schubert incluyen, entre otras cosas, “una erupción transitoria no especificada en el cráneo, dolores de cabeza, malestar general, debilidad transitoria de los brazos, problemas transitorios de garganta”, todo ello con una evolución fluctuante durante los siguientes años. Apunta también a que determinadas manifestaciones cardinales de la sífilis (con el precitado chancro y la inflamación ganglionar en primer término, aunque no solo ellas) están “ausentes en las descripciones que nos han llegado de la enfermedad de Schubert”. Procede después a explicar lo que ella titula como “el crecimiento de un mito diagnóstico”. Apartado interesante porque, en efecto, parece que nadie se atrevía a poner en duda que el diagnóstico era ese, por mucho que la evidencia para el mismo fuera completamente especulativa. Como ella misma apunta, “un ejemplo de inferencia basada en lo que no se ha dicho”.
El final del artículo trae una pieza fundamental para quienes estamos familiarizados con el mundo médico: un repaso de posibles diagnósticos alternativos, eso que en medicina se denomina diagnóstico diferencial. Es muy interesante el comienzo, porque, en su día, a la sífilis se la conocía como “la gran imitadora”. Y se la conocía así justamente porque con frecuencia sus síntomas son inespecíficos y pueden ser perfectamente compatibles con los de otras enfermedades. Entre esos posibles diagnósticos diferenciales, Cybulska menciona la leucemia, la anemia, la enfermedad (tiroiditis) de Hashimoto, pero también el sarampión o la endocarditis. Enfermedades, todas ellas, descritas bastante tiempo después. También posterior fue la identificación del germen responsable de la sífilis, el Treponema Palidum, en 1905.
No duda Cybulska en afirmar que “el diagnóstico de la sífilis de Schubert fue fruto de conjeturas basadas no en la ciencia o el conocimiento clínico, sino en la necesidad de contar una historia.” Su afirmación posterior, la que encabeza este artículo es, sin duda, una invitación a la reflexión: “La duda existe en función del conocimiento, y la escasez de conocimiento no despierta dudas”.
Ante todo ello ¿podemos afirmar con rotundidad que Schubert no padeciera sífilis? Por supuesto que no. Todo lo que podemos afirmar es que algo muy serio ocurrió en la salud de Schubert en 1823. Ese ‘algo’ pudo ser sífilis o algunas otras enfermedades (antes citadas) que a buen seguro en aquella época no hubieran podido ser tratadas y eran de indudable gravedad. Y también podemos afirmar que ese ‘algo’ tuvo consecuencias evidentes en su música, cuyo carácter cambió de manera radical.
La causa última de la muerte de Schubert
En el certificado de defunción del compositor, la causa del fallecimiento recogida aparece como Nervenfieber, término que también apareció en el certificado de defunción de su madre. Por desgracia, no parece nada clara la traducción correcta de esa palabra alemana. Inicialmente se habló de tifus, y posteriormente de fiebre tifoidea (hay que aclarar que se trata de enfermedades distintas causadas por gérmenes diferentes). El musicólogo Sams, en su artículo de 1980 repetidamente citado, niega que Nervenfieber pueda referirse a ninguna de esas dos, y reitera la posibilidad de una fase terciaria de la sífilis. O’Shea, por el contrario (J R Soc Med 1997;90:291-292) defiende, con plausibles argumentos, la hipótesis de que el término se refiera a la fiebre tifoidea. Cybulska no termina de pronunciarse sobre este tema, pero sí tiende a descartar, creo que con buena razón, que la sífilis terciaria fuera la causa de la muerte, no solo porque no existía evidencia alguna de daño neurológico típico de esa fase de la enfermedad, sino por el escaso tiempo transcurrido desde el supuesto diagnóstico inicial, apenas cinco años antes. Como puede verse, tampoco está el debate en torno a este asunto de la causa última de la muerte completamente cerrado, aunque quien firma estas líneas, si tuviera que apostar, lo haría por la fiebre tifoidea.
Epílogo
Las únicas conclusiones claras de todo lo comentado son las ya apuntadas: 1) en 1823 se produjo un serio revés en la salud de Schubert, cuya causa está por aclarar; podría ser sífilis, pero podrían ser unas cuantas cosas más; 2) ese revés causó un impacto definitivo en su vida y en su música. En todo caso, lo esencial, más allá de la causa precisa, es que ese impacto es muy claro y que hay que entender la música de Schubert tras esa inflexión en el contexto de dicho revés. Ignoramos si lo que acabó cinco años después con su vida fue ese mismo trastorno o la presunta fiebre tifoidea, suponiendo que ese fuera el diagnóstico que se escondía tras el término alemán Nervenfieber. En todo caso, aclarar ese extremo parece un asunto menor. Lo más relevante son las dos conclusiones apuntadas antes, más el hecho trágico de que la muerte nos arrebató demasiado pronto a un verdadero genio de la música.
Rafael Ortega Basagoiti