SANTIAGO DE COMPOSTELA / La Real Filharmonía comienza su temporada con personalidad propia
Santiago de Compostela. Auditorio de Galicia. 5-X-2023. Alberto Rosado, piano. Real Filharmonía de Galicia. Director: Baldur Brönnimann. Obras de Saariaho, Ligeti y Rachmaninov.
Impulsada por la energía que, desde su nombramiento como director artístico y musical, parece haberle insuflado Baldur Brönnimann a la Real Filharmonía de Galicia, el pasado 5 de octubre se alzó el telón de la temporada 2023-2024 de la orquesta compostelana, con un concierto al que se llegaba confirmando las buenas expectativas que este cambio de ciclo está deparando, pues hasta la fecha se ha producido ya un incremento del 14% en el número de abonados, alcanzando uno de los mejores resultados de la RFG en su serie histórica.
Se trata de un dato muy positivo que refrenda el interés ya no sólo del público hasta ahora fidelizado, sino de un buen número de nuevos abonados entre los que, me consta, abundan compositores y músicos motivados por una concepción de la programación que empieza a mostrar criterios más europeos, artísticos y actuales, eludiendo la tautológica rutina tan enquistada en muchas de nuestras orquestas, a la par que buscando una trascendencia social que Baldur Brönnimann comprende, entre otros aspectos, como la oferta a la ciudadanía de nuevas experiencias musicales por medio de partituras que hablen al público del periodo histórico en el que los oyentes viven.
El concierto de apertura del pasado 5 de octubre fue un buen ejemplo de ello, así como de esa voluntad de acercar el repertorio contemporáneo al público, desvelando sus claves artísticas e interpretativas. Con tal objetivo, y antes de subirse al escenario, Baldur Brönnimann y Alberto Rosado pronunciaron una charla sobre las tres partituras en programa, con una especial atención para el Concierto para piano y orquesta (1985-88) de György Ligeti, cuyo centenario también la RFG ha querido celebrar. Ejemplificó Rosado al piano las influencias musicales extraeuropeas que el compositor húngaro alquitara en su partitura, así como la pervivencia de la gran tradición que en ella se reinventa. No es ello baladí, en el marco de una programación que la RFG ha tematizado en torno a las migraciones, algo de lo cual la música del propio Ligeti es una perfecta muestra, como la de Sergei Rachmaninov, sobre la cual nos habló Brönnimann, adelantando las líneas maestras que guiarían su dirección de las Danzas Sinfónicas op. 45 (1940) del compositor ruso exiliado en Norteamérica.
Pero, antes de adentrarnos en tales monumentos, abrió el concierto la música de una creadora definida por Brönnimann como una de las mejores compositoras de nuestro tiempo, Kaija Saariaho. La finlandesa iba a ocupar el puesto de primera compositora en residencia de la RFG, pero el progresivo deterioro de su salud y su posterior fallecimiento nos privaron de su presencia en Compostela, si bien el director suizo ha mantenido las partituras de Saariaho que jalonan la programación, a modo de homenaje.
La primera de ellas fue Ciel d’hiver (2013), obra que la RFG había interpretado el 15 de junio en el concierto de presentación de la actual temporada de abono, convertida entonces en un réquiem por la propia Saariaho, fallecida trece días antes. Esta segunda ejecución ha evidenciado algo fundamental para toda orquesta que quiera llegar a dominar este repertorio: la necesidad de que las partituras contemporáneas se pongan sobre los atriles en sucesivas ocasiones, para que los músicos las hagan suyas y perfeccionen sus interpretaciones, como sucede con las piezas del repertorio clásico.
Cuatro meses más tarde, la RFG muestra una mayor profundización y expresividad en Ciel d’hiver. Si en junio se había prestado una especial atención al trabajo en cuartos de tono, armónicos y glissandi de las cuerdas, con un color más nórdico y albar; en octubre la gama cromática se ha ensanchado, con una paleta más oscura y contrastante. Igualmente, maderas y metales han ganado peso, diversificando las capas armónicas y sus relieves. Obligado es citar, en Ciel d’hiver, a Haruna Takebe, pues desde el teclado ha mostrado una excelente técnica y estilo, convirtiéndose, la pianista japonesa, en un refuerzo excepcional para la RFG en el repertorio contemporáneo.
Tras el pertinente reajuste escénico, se sirvió el plato fuerte de la noche: el Concierto para piano de György Ligeti, en lo que constituyó el estreno en España de la versión orquestal, con una plantilla de cuerdas formada por 12 violines, 4 violas, 4 violonchelos (tres, en Santiago) y 3 contrabajos. Ello depara una sonoridad más poderosa e intrincada, convocando ecos de etapas pretéritas en el catálogo ligetiano (lo que refuerza el carácter de recapitulación de esta partitura), pues las redes de armónicos que se entretejen en violines y violas tienden puentes directos con la micropolifonía de los años sesenta. En contrabajos y violonchelos (dos de las mejores secciones de la RFG) ha destacado su contundencia y masividad, con unos pizzicati Bartók de impresión que acentúan los perfiles dinámicos y las capas de tensión en esta versión orquestal.
Es algo que el público ha vivido con una escucha especialmente activa, que resultaba evidente por cómo se seguía desde las butacas la evolución del Concierto para piano y el festín rítmico y tímbrico que éste depara: partitura genial que mantiene en vilo al oyente por la brillantez de cada movimiento y la concepción de la orquesta como un organismo en el que los temas no dejan de desplazarse entre los atriles, cambiando de acentos, métricas y colores. Ello es parte del concepto que Brönnimann y Rosado han desarrollado en su interpretación, desde sus respectivas experiencias en concierto y fonográficas (Rosado, en el sello NEOS; Brönnimann, en BIS —versión que incluye a Carlos Méndez, contrabajista de la RFG, en la plantilla del BIT20 Ensemble—).
Fieles a lo desgranado en la conferencia previa y a la temática que esta temporada nos ofrece la RFG (qué diferencia, el que los conciertos se enfoquen desde una óptica conceptual y artística, y no desde la mera superficialidad del dar-las-notas), Rosado y Brönnimann han enfatizado las presencias de músicas del mundo vendimiadas por el propio Ligeti a lo largo de su vida. Así, en el primer movimiento Rosado ha imprimido un sensual y muy rítmico estilo caribeño, fruto de su buen conocimiento no sólo de la música del compositor húngaro, sino de la de Roberto Sierra, discípulo en Hamburgo de Ligeti, a quien descubrió ritmos que marcaron al magiar en los ochenta. Mientras, en el cuarto movimiento Rosado articuló dejes jazzísticos, convirtiéndose su piano en una suerte de radio que sintoniza canciones de diversas procedencias; retrotrayéndose, en el quinto movimiento, a una tradición decimonónica europea a la que se da varias vueltas de tuerca a través de las superposiciones métricas.
Frente a estos aspectos más lúdicos y ecoicos, en los que la RFG ha dejado unos paisajes tímbricos que apenas le conocíamos (y que nos vuelven a demostrar que, con un trabajo concienzudo, la orquesta gallega está llamada a grandes noches en este repertorio), tanto el segundo como el tercer movimiento se han expuesto en forma de lamento por las tragedias vividas por Ligeti en el siglo XX. Sobrecogedor, el Lento e deserto, ya desde un poderoso continuo de contrabajos, sumadas las múltiples reinvenciones tímbricas de los vientos creando juegos de distancias, así como una estupenda percusión (enorme, José Vicente Faus, toda la noche) que ha doblado ritmos y fraseos de muchos otros instrumentos, confiriendo unidad a la RFG. Por su parte, el Vivace cantabile fue concebido por Rosado como una coda del segundo movimiento, mostrando una digitación portentosa: algo que llegaría al summum en su encore, con Der Zauberlehrling, décimo de los Études (1985-2001) ligetianos que el pianista salmantino ha convertido en un eco de la pianola de Conlon Nancarrow, con un staccatissimo que nos dejó impresionados, no sólo por su precisión y velocidad, sino por el swing, lo danzable y la personalidad que ha destilado. Tanto al encore como al Concierto para piano el público gallego le ha tributado una gran ovación que nos habla de la buena receptividad para la renovación del repertorio que Baldur Brönnimann está liderando, siempre que obras de esta calidad se pongan sobre los atriles y con tan alto nivel interpretativo, pues el público tiene criterio para discernirlo.
Se cerró el programa con las Danzas Sinfónicas de Sergei Rachmaninov, partitura en la que se percibe otra forma de atacar y articular en la RFG, bajo la dirección de Brönnimann, con unos fraseos muy bien definidos y acentuados con rotundidad (de nuevo, obligado mencionar a José Vicente Faus). Hay una mayor intensión en la construcción del sonido, en la forma de estratificar los relieves y hacer respirar con musicalidad a las distintas secciones de la orquesta, exponiendo aquello que se encuentra tras las notas; en este caso, la pátina de evocaciones, nostalgia e intertextualidad que Baldur Brönnimann ha querido destacar en estas Danzas, haciendo especialmente audibles las citas que Rachmaninov disemina de partituras para él tan significativas como su temprana Sinfonía nº 1 (1895) o Las Vísperas (1915).
Con un gran refinamiento en el color (imposible, no recordar a Rimski-Kórsakov; incluso, por el poderío imprimido, a Músorgski), la RFG nos ha sorprendido con disonancias y modernidades que no solemos asociar con la música de Rachmaninov, revelando perfiles más desasosegantes en línea con esa poética de lo crepuscular derivada del exilio y la añoranza de la tierra natal. Destacar, en tan vigorosa y brillante interpretación, la presencia de un nutrido grupo de jóvenes instrumentistas de la Escuela de Altos Estudios Musicales, institución compostelana estrechamente vinculada a la RFG, cuyos atriles principales han sido los profesores de muchos músicos que, formados en la EAEM, ahora integran numerosas orquestas europeas.
Uno de los objetivos de Baldur Brönnimann —asimismo, director de la EAEM— es que dicho talento revierta en Galicia, dándole mayor presencia en la RFG e invitando a sus jóvenes músicos a protagonizar conciertos de cámara a lo largo de la temporada, con piezas tan selectas como las de Robert Gerhard o Kaija Saariaho. Si tanto estos alumnos, como la propia RFG, nos ofrecen en los próximos meses noches tan vibrantes como la que disfrutamos el pasado 5 de octubre (que tuvo su epílogo con un vino en el que el público conversó con los miembros de la orquesta hasta bien entrada la noche), estamos llamados no sólo a un nuevo tiempo musical en Galicia, sino a acercarnos un poco más a lo que consideramos excelencia artística. Santiago de Compostela necesita volver a creer, como lo hizo en los años noventa, en su potencial cultural y a marcarse metas que aglutinen a su población. En Baldur Brönnimann y en la Real Filharmonía tiene la capital gallega, a día de hoy, una gran oportunidad para reinventarse de cara al futuro, uniendo tradición y modernidad, lo local con lo internacional.
Paco Yáñez
(Fotos: Real Filharmonía de Galicia)