MADRID / ‘Maestros cantores’ para el recuerdo
Madrid. Teatro Real. 24.IV.2024. Richard Wagner: Los maestros cantores de Núremberg. Gerald Finley (Hans Sachs), Jongmin Park (Veit Pogner), Leigh Melrose (Sixtus Beckmesser), Tomislav Mužek (Walther von Stolzing), Nicole Chevalier (Eva), Sebastian Kohlhepp (David), Anna Lapkovskaja (Magdalene), José Antonio López (Fritz Kothner), Paul Schweinester (Kunz Vogelgesang), Barnaby Rea (Konrad Nachtigal), Albert Casals (Balthasar Zorn), Kyle van Schoonhoven (Ulrich Eisslinger), Jorge Rodríguez Norton (Augustin Moser), Bjørn Waag (Hermann Ortel), Valeriano Lanchas (Hans Schwarz), Frederic Jost (Hans Foltz), Alexander Tsymbalyuk (Sereno). Dirección de escena y vestuario: Laurent Pelly. Escenografía: Caroline Ginet. Iluminación: Urs Schönebaum. Coro y orquesta titulares del Teatro Real. Director del coro: José Luis Basso. Director musical: Pablo Heras-Casado.
Los maestros cantores de Núremberg, la única comedia entre las obras del canon wagneriano, ha tardado nada menos que veintitrés años en regresar al escenario del Teatro Real. Concretamente desde que los conjuntos de la Staatsoper Unter den Linden, a las órdenes de Daniel Barenboim, la representaran en junio de 2001 en los añorados Festivales de Verano del Real. Y lo han hecho a lo grande, con producción propia (coproducción con las óperas de Copenhague y Brno), los cuerpos estables del teatro y un director español, en una clara demostración de que, cuando se hacen bien las cosas, el todo puede ser mucho mayor (mejor) que la suma de las partes.
El régisseur francés Laurent Pelly no había montado antes ningún título de Wagner, si bien había demostrado sobradamente su clase en el terreno de la comedia (La hija del regimiento, El turco en Italia o ¡Viva la mamma! se han podido ver en el coliseo madrileño). Aunque con Pelly no cabe esperar –afortunadamente– una escena fea o en las antípodas de la música, qué haría con Maestros cantores era una incógnita, y ha resultado ser una revelación. La corporación de maestros cantores, ancianos frágiles, algunos con problemas de movilidad, vestidos con levitas polvorientas, cuya presencia ceremonial en los actos extremos presenta Pelly dentro de un enorme marco, como si posaran para un cuadro de Fantin-Latour, es todo un hallazgo de eficaz comicidad. Es admirable que, siendo todos personajes secundarios, los maestros se nos presentan con personalidad propia e individualizada a través de sus gestos y actitudes, detalle que incluso reflejan los peinados, en otro guiño a Fantin-Latour (Homenaje a Delacroix). Es todo un alarde de la espléndida dirección de actores. El peso de la comedia recae en el extraordinario trabajo actoral de Leigh Melrose, un soberbio Beckmesser con notables influencias del cine mudo, cuyos andares y el ridículo rictus (parece calcado del Jerry Lewis de El profesor chiflado) mueven a la carcajada. El Núremberg de cartón, frágil, y los aprendices que parecen colegiales traviesos y curiosos contribuyen al ambiente jovial de la propuesta. En el aspecto visual, la producción depara momentos bellísimos, como el final del segundo acto. Y no puede evitar caer en el tenebrismo durante la segunda mitad de la arenga final de Sachs (*).
En el foso, el granadino Pablo Heras-Casado firma el que creo es su mejor Wagner en el Teatro Real hasta la fecha, muestra de su crecimiento artístico y familiaridad con el repertorio, algo a lo que no es ajeno su exitoso bautismo en el Festival de Bayreuth el verano pasado. En su primera aproximación a una obra tan compleja, Heras-Casado parece haber encontrado el tono idóneo, además en total sintonía con la propuesta escénica. Ya en la solemne y enérgica Obertura se escucharon con gran claridad las diferentes voces superpuestas en contrapunto. En algunos momentos podría ser más incisivo (sforzandi en el acompañamiento a “Am stillen Herd”), dramático (preludio del tercer acto) o poético (final nocturno del segundo acto); hay alguna escena, principalmente en el segundo acto, en la que la música no acierta a apostillar el texto –algo tan wagneriano–, sólo acompaña discretamente. Pero casi siempre fluye con naturalidad y con el carácter apropiado a cada momento. Director y orquesta –estupenda la respuesta de la Sinfónica de Madrid salvo deslices muy puntuales, normal en obra tan larga y exigente– han realizado un esfuerzo formidable, y eso se nota. La concertación es excelente, y en la dificilísima escena de la pradera todo está perfectamente ensamblado. Hubo escenas mágicas, especialmente en el tercer acto, musicalmente el más conseguido, como la tercera (“Ein Werbelied! Von Sachs!”), de irresistible comicidad –la música lo dice todo– o la finísima Danza de los aprendices.
El reparto vocal funciona muy bien en una trabajada labor de conjunto. Gerald Finley (Hans Sachs) es un barítono claro, más que bajo-barítono, de volumen justo. Voz y presencia carecen del empaque, la autoridad natural que hace del zapatero-poeta una figura respetada y querida en su ciudad. Sin embargo, con su timbre grato, fraseo elegante, legato, aspecto bonachón, sobriedad en escena, y su sabia dosificación de esfuerzos –Sachs es un papel tremendamente duro–, Finley resulta muy convincente, siempre en su sitio (“Immer am Ort!”). Brilla en el “Jerum!” del segundo acto y, sobre todo, en el tercero (Monólogo de la ilusión, presentación del Quinteto o el conmovedor “Euch macht ihr’s leicht”). El debutante en el papel, Leigh Melrose, hace una creación genial del mediocre, pedante y patético marcador, Beckmesser. Un Beckmesser caricato, magnético, que, además, posee una voz estimable y caudalosa. El Stolzing de Tomislav Mužek es un tanto decepcionante. Torpe y desgarbado en escena, de buena línea y voz agradable, aunque pequeña, poco timbrada y de registro corto, en ocasiones ha de recurrir al falsete, como en la segunda escena del tercer acto. Le cuadra a la perfección su indumentaria, pantalón verde y camisa blanca vulgares, que choca con lo que se espera de “un auténtico caballero”. La Eva de la lírica Nicole Chevalier es muy acertada en lo escénico –la Eva pizpireta y juvenil–, mas no tanto en el aspecto vocal –Eva de trazo grueso, un tanto brusca y nada fina, p.ej. en el trino con que concluye su parte–. La voz de más entidad de todo el reparto es la del coreano Jongmin Park (Pogner), voluminosa, oscura, pastosa, algo dura, que Park sabe dominar para componer un orfebre matizado. La pareja cómica formada por Sebastian Kohlhepp (David) y Anna Lapkovskaja (Magdalene) es solvente. Se agradece encontrar entre los comprimarios a varios cantantes españoles, como el quisquilloso Kothner de José Antonio López, muy bien en su cometido de secretario de la corporación, a Albert Casals (Balthasar Zorn) y al bayreuthiano Jorge Rodríguez Norton (Augustin Moser). El Coro Intermezzo, titular del Teatro Real, asumió el papel protagonista del pueblo de Núremberg en escenas resueltas con gran brillantez, de las que hay que destacar el emocionante “Wach auf!”, manteniendo hasta lo indecible la segunda sílaba.
La larga velada culminó en merecido triunfo, con ruidosas ovaciones, sobre todo para Finley, Melrose, Heras-Casado y los responsables de la escena. Es el éxito del trabajo en equipo, del conjunto y del respeto a la obra. El esperado retorno de Los maestros cantores de Núremberg al Teatro Real ha sido apoteósico.
Miguel Ángel González Barrio
(*) Durante el ensayo general, se omitieron algunos versos en la traducción de los sobretítulos. En el estreno se restituyó el texto censurado, aunque no del todo: cuando Sachs canta “ya nadie sabrá lo que es alemán y auténtico”, de los sobretítulos había desaparecido misteriosamente toda alusión a lo alemán, quedando sólo lo auténtico. Si, como dice acertadamente Joan Matabosch en su estupendo texto del programa de mano, Maestros cantores “necesita también superar la sesgada —e ignorante— utilización de la obra por parte del régimen nacionalsocialista, que provocó que durante los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra Mundial fuera mirada con recelo”, no se entiende que, en 2024, tengamos que pedir disculpas por esto, o sigamos mirando con recelo algunos versos del libreto.
[Fotos: Javier del Real]