Ottavio Dantone. Apogeo barroco
Ottavio Dantone (Ceriñola, 1960) cumplirá pronto veinticinco años como director de la Accademia Bizantina, a la que ha conseguido situar como una de las orquestas historicistas más importantes del mundo. Hablar con Dantone es hablar de música, pero también de otros asuntos a veces inimaginables. Por ejemplo, de su pasado como futbolista (estuvo a punto de fichar por el Milan, pero renunció a ello para ingresar en el Conservatorio de Milán). Y es hablar de ese sinfín de proyectos, a solo o con su grupo, que marcan su actividad cotidiana. Sin ir más lejos, la Accademia Bizantina acaba de lanzar su propio sello discográfico (HDB-SONUS), en el que ha grabado la ópera Rinaldo de Haendel. Dantone y su orquesta estarán el próximo mes de febrero, si el coronavirus no lo impide, en España —Madrid y León—, dentro de la programación del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). De todo ello y del confinamiento antipandemia, pasado junto a su esposa, la contralto Delphine Galou, charlamos en esta entrevista.
¿Dónde pasó el confinamiento por el coronavirus?
En la casa de campo que poseemos en Borgoña. Llegué allí el 14 de marzo desde Múnich, donde había dirigido en la Bayerische Staatsoper La Cenerentola de Rossini, con la intención de pasar un par de días, porque inmediatamente tenía que partir hacia Dresde para dirigir con la Staatskapelle Il barbiere di Siviglia, que finalmente quedó aplazado a la última semana de agosto. Pero fue justo cuando se dio la orden de que no saliera nadie de su domicilio, así que estuve en el campo más de tres meses, prácticamente sin ropa que ponerme, porque había llevado solo una bolsa de viaje. No me quejo, que quede claro, porque es un sitio precioso y hasta casi puedo decir que el mío ha sido un confinamiento de privilegio.
¿Qué es lo que ha hecho en esos tres meses?
Estudiar como un loco y, sobre todo, hacer música por el mero placer de hacerla. Tengo allí un órgano, lo que no tengo nunca es tiempo para tocarlo… Así que aproveché esos meses para para disfrutar tocándolo. Toqué mucho Bach y compuse numerosas fugas. Hice, en definitiva, lo que siempre quiero hacer y nunca puedo porque me lo impiden mis compromisos laborales. En ese aislamiento del mundo, pude analizar varias partituras en profundidad. Por ejemplo, descubrí particularidades que ni imaginaba en los concerti grossi de Haendel, que ha sido nuestra primera grabación tras el desconfinamiento. En definitiva, hice cosas que me temo que jamás podré volver a hacer en mi vida, pues confío en que no nos veamos obligados a estar confinados otra vez por culpa de una pandemia.
A finales de junio dirigió, en el Festival de Ravena, otra obra de Haendel, Il Trionfo del Tempo e del Disinganno. Fue uno de los primeros conciertos que se hicieron con público en Italia tras la crisis sanitaria.
Fue algo especial, emocionante… Primero, por todo lo que rodeaba al concierto; después, porque se trataba de Ravena —la ciudad donde tenemos nuestra sede—, en un escenario maravilloso como es la Rocca Brancaleone, al aire libre, rodeados por una muralla medieval… Utilizamos amplificación, pero muy natural, tomando como base la acústica de la Basílica de San Vital de Ravena. Hubo una gran implicación por parte de todos y creo que tardaremos tiempo en olvidar este concierto por todo lo que ocurrió.
De acuerdo con las medidas dictadas por las autoridades sanitarias, no solo había una distancia de seguridad entre los espectadores, sino también entre los integrantes de la orquesta. ¿Qué se siente al dirigir en una situación tan atípica?
Extrañeza. Pero pronto te tienes que adaptar. Quizá lo más complicado, al estar tan separados los músicos, era el retorno del sonido. Hicimos varias pruebas antes del concierto para superar ese hándicap, pero no resultó fácil tocar en esas condiciones.
Pues no parece que ese distanciamiento vaya a eliminarse pronto.
Me temo que por lo menos hasta final de año va a ser así. Es fundamental que nos habituemos a este problema de sonido lo antes posible, porque no tiene ningún sentido que nos quejemos de cosas que no se pueden remediar. Imagino que, a medida que vayamos haciendo conciertos, la extrañeza será menor. Vamos a tardar en recuperar la normalidad, eso está claro, pero en Italia hay un refrán que, cuando se trata de afrontar problemas, es bastante apropiado a estas circunstancias: “La musica, lo spetaccolo deve andare avanti”.
Lo que se ha podido constatar en estos meses de enclaustramiento forzoso es que la gente ha tenido una inimaginable hambre de música.
Absolutamente. Lo hemos podido comprobar gracias a todas esas actividades musicales que se han desarrollado a través del streaming. Mucha gente que se ha dado cuenta de que la música no es solo diversión, sino también alimento para el espíritu. En cambio, esta forzosa separación del público ha servido para hacernos oír. Lo digo por propia experiencia, por las actividades que Accademia Bizantina ha realizado a través de Internet. Hemos descubierto todos —y espero que en ese “todos” estén también las instituciones— lo realmente importante que es la música para el ser humano, para la sociedad… Más que la música, la cultura. Prescindir de la cultura en tiempos de crisis es un error espantoso y confío en que las autoridades políticas hayan sido capaces de darse cuenta de ello. (…)
Eduardo Torrico
[Foto: Giulia Papetti]
(Comienzo de la entrevista publicada en el nº 365 de SCHERZO, de septiembre de 2020)