GRANADA / La ONE de Afkham explora las músicas nocturnas de Marco y Mahler
Granada. Palacio de Carlos V. 09-VII-2023. 72º Festival de Granada. Orquesta Nacional de España. David Afkham, director. Obras de Marco y Mahler.
La capacidad de Tomás Marco (1942) de acercarse a otras músicas, de citarlas o, más en su caso, reafirmarlas desde ideas estéticas propiamente suyas es de sobra conocida por parte de quien tenga, aunque sea, un conocimiento aproximado de su catálogo. Con Mahler el compositor madrileño además suma una rara competencia de evocación expresada en obras como Angelus Novus (Mahleriana I), cuyo vigor hoy –fue escrita en 1971– no ha hecho más que acrecentarse. En forma de estreno absoluto la Orquesta Nacional de España (ONE) presentó en este concierto otra adición de similar advocación: Ur-Nachtmusik (Mahleriana IV), terminada este mismo año.
En esta suerte de “música nocturna primigenia”, al decir de Marco, “como si fuera una pieza escrita antes de las de Mahler que emergerían de ella”, según se recoge en las notas al programa, la intención alegórica está aún más presente que en las piezas anteriores del ciclo. Desde el primer compás entendemos que es una creación puramente marquiana y que su sagacidad está muy por encima del cliché, del simple zurcido de ítems del músico austríaco. Hay también en esta nueva partitura una cierta socarronería, lo que tampoco es ajeno a la poética de nuestro músico; la música parece en formación, como si fuera un Mahler balbuceante que estuviera empezando a hablar. Esa sutil chanza que se expresa en motivos reiterados en los vientos y en las percusiones (con un breve pero casi solístico pasaje protagonizado por dos flautas de embolo ciertamente atractivo) resultó además de especial idoneidad si se tenía en cuenta que la obra que luego seguiría en la escucha es la Séptima Sinfonía del reverenciado. David Afkham puede llegar a Marco casi de nuevas, pero entendió la obra o, como mínimo, se la tomó en serio y le prestó la atención requerida. En la sección final se produjo un momento (que podía haberse alargado más y más) de rara intensidad sónica (para Marco, más atento a la estructura y a las consonancias que a la delectación por el sonido) en la cuerda grave, una detención brumosa e inesperada de potente impacto.
Es de justicia reconocer el buen músculo que la ONE está desarrollando con Afkham, lo que se debe también a una más que apreciable sintonía de los profesores con él. Aunque quizás esto último sea bastante accesorio, toda vez que uno de los mejores Mahler que se han hecho en España a manos de un titular sucedieron en el Maestranza hispalense, con la Sinfónica de Sevilla y un Pedro Halffter bastante ajeno a las simpatías de su equipo. Con la Séptima no hay canon, o no de forma tan clara como sí sucede con las otras. Desde luego está la genialidad de Otto Klemperer con la New Philharmonia Orchestra, pero aquella versión radicalmente morosa, tentativa y antirromántica no ha conocido epígonos dispuestos a emularla. Dado que el armazón conceptual no es tan evidente como en otras de sus Sinfonías, que Mahler está más iluminado en los primeros cuatro movimientos antes que en el desopilante quinto y que se concentran tantas y tantas cosas aquí, es oro esta partitura para que un director pruebe posibilidades.
Afkham y sus profesores probaron algunas (como ya expresó en su crítica de esta interpretación hace un par de meses Rafael Ortega Basagoiti en esta detallada crítica). Como encontrar un punto óptimo entre la flexibilidad romántica de un primer movimiento de notabilísima ambientación noctámbula y el carácter danzable y salonesco de un tercero dicho con delectación, sin prisas apreciables. En el Scherzo emparedado entre las dos Nachtmusik hubo una garra que no previmos, la cuerda se tornó cascarrabias y ese punto de vals que no acaba de implosionar fue marcado de forma avinagrada. Quizás por ese inesperado hacer, la ONE apretó el paso y dejó un recuerdo singular de un tiempo al que se llega esperando la mandolina del cuarto y las fanfarrias del quinto movimiento. No es que la Séptima fuera llevada por estos lugares de agrura, el Scherzo fue dicho así, pero luego, en el tramo final, Afkham, sabedor del buen estado de todas las secciones, busco el Mahler a la Chaikovski, fin de fiesta, una jubilosa y decibélica contribución para abrochar esta catedral sinfónica que aglutina lenguajes e ironías infinitas.
Ismael G. Cabral
(fotos: Fermín Rodríguez)