MADRID / Más Mahler: estupenda Séptima de Afkham con la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. 19-V-2023. Orquesta Nacional de España. Director: David Afkham. Mahler: Séptima sinfonía.
Las casualidades programadoras quieren que en este tramo final de la temporada vayamos a poder escuchar las tres últimas sinfonías de Mahler (si no incluimos en ellas la no numerada Canción de la Tierra). Acabamos de vivir una Novena memorable de la mano del inefable Currentzis y su orquesta, y justo después nos llega esta Séptima por la Nacional con su titular, David Afkham, que también pondrán en los atriles, en el último sinfónico de la temporada, a final de junio, la monumental Octava.
Dice muy bien Pablo L. Rodríguez en sus excelentes notas al programa de mano, al describir la Séptima como “la cenicienta de sus sinfonías”. Habla de su desconcertante quinto movimiento, pero cuando uno escucha la obra, como ocurre esta semana, y casi más cuando ello ocurre justo tras la desoladora Novena, la sensación es que el desconcierto, culminado en ese movimiento, impregna en cierto modo la obra entera. Mahler es “más Mahler” en los primeros cuatro movimientos, pero aún así, uno tiene la sensación de estar ante una suerte de vaivén continuo, casi se diría que de una obra que juega al amago, al “parece que voy en esta dirección, pero finalmente voy en esta otra”. Mahler amaga de entrada en un comienzo bastante oscuro a cargo de la trompa en si bemol (la tenorhorn), y el movimiento entero se mueve en un clima de oscuridad dramática que en nada hace suponer lo que espera en el Rondó final. Tampoco lo hacen las dos músicas nocturnas ni el scherzo, descrito en su día con acierto por el añorado José Luis Pérez de Arteaga como una parodia especialmente sarcástica del vals vienés.
En muchos momentos, tras lo que se escucha a lo largo de la sinfonía, pero incluso más aún si se tiene en la memoria lo vivido en la sinfonía previa (la Sexta), uno espera cualquier cosa menos la sonrisa del sorprendente final. El movimiento es decididamente jubiloso, pero a la vez es también un gran sarcasmo, con sus ramalazos, como apunta Rodríguez, a Wagner (los más evidentes de todos, en concreto a los Maestros Cantores), pero también a Mozart o hasta a Offenbach. Ese sarcasmo jubiloso y festivo del tiempo final supone la culminación del recital de amagos con un nuevo regate que evidentemente no se espera. Inesperado, y por ello, desconcertante, pero a la vez, dotado de indudable fascinación.
En ese singular movimiento de cierre, tal vez más que en los anteriores, parecen darse cita todos esos variopintos extremos que tanto gustaban a Bernstein, que los describió con elocuencia en su impagable retrato del compositor, el de su artículo en High Fidelity, en septiembre de 1967, con el título Mahler: su tiempo ha llegado. Lo resumía el director estadounidense con una frase lapidaria: “Mahler estaba dividido por la mitad, con el curioso resultado de que cualquier cualidad perceptible y definible en su música, encuentra también en ella la cualidad diametralmente opuesta.”
Quizá ese desconcierto, esa aparente “desconexión” entre sus movimientos, explique que no sea esta la más popular ni mejor aceptada de las sinfonías del bohemio. Y sin embargo, cuanto más se escucha esta sinfonía más se aprecia ese sutil tránsito desde lo que se antoja un inicio con cierto misterio, hasta un punto inquietante, hasta ese festín de exaltado sarcasmo del tiempo final.
La obra es de una dificultad temible para todas las secciones de la orquesta. Se me dirá, con razón, que todas las de Mahler lo son. Pero también es cierto que el hilo conceptual es en esta menos evidente y que, por añadidura, se toca menos que las demás, por lo que las orquestas no están tan familiarizadas con ella. Todo ello es, además, un reto para el director de turno. Pero David Afkham se mueve en este repertorio, como hemos apreciado en otras ocasiones, como pez en el agua. El titular de la Nacional tiene la idea muy clara en su cabeza, y como es bien sabido, consigue resultados especialmente brillantes de la misma, incluso con una obra tan compleja y no tan frecuentada como esta.
Afrontó el maestro de Friburgo con determinación, pero con el adecuado misterio, el tiempo inicial, abierto con un solo de la tenorhorn admirablemente ejecutado. Dibujando con la adecuada atención y flexibilidad las innumerables inflexiones de tempo prescritas por Mahler, consiguió dotar al movimiento de una gran solidez constructora, con brillantes contribuciones de cuerda (fantástico el fraseo de la cuerda y los reguladores sobre el pasaje en el que Mahler demanda “a tempo – con gran impulso”, c. 118 y siguientes), metal y maderas. Rotundo, sin concesiones, el final.
Se lucieron los dos trompas en el inicio de la primera Nachtmusik, como luego lo hicieron clarinetes y fagot, en un movimiento en el que Afkham y la Nacional acertaron a pintar esa medio sonrisa que incluye ramalazos grotescos y un evidente sabor judío. Tuvo también ese aliento fantasmal el scherzo, esa especie de sarcasmo en parte helador por ese carácter espectral, y en parte también amarga parodia del vals vienés. Personalmente, hubiera agradecido un punto más de énfasis en que, dentro del dibujo, repetido de forma obsesiva por Mahler, de corchea-semicorchea-silencio de semicorchea-blanca, el silencio hubiera quedado más resaltado. Creo que eso hubiera otorgado a esa parodia del vals una gracia rítmica más evidente, y creo también que Mahler, extremadamente puntilloso en su forma de escribir, lo hizo de esa manera justamente porque ese silencio tiene especial importancia. En todo caso, el movimiento tuvo el humor ácido que indudablemente encierra.
La segunda Nachtmusik, adecuadamente sonriente y desenfadada, hasta tierna con el aliento lírico que proporcionan la incorporación (exótica en el gran mundo sinfónico) de mandolina y guitarra, nos trajo el momento más bucólico de la obra, y el Rondó final se abrió a una alegría jubilosa y llena de un humor desinhibido, festivo y bromista, con esas citas al Wagner más proclive a la ironía. Culminada de forma brillante, arrolladora, la interpretación resultó excelente, confirmatoria de que Afkham es capaz de desentrañar con gran maestría estos entramados sinfónicos decididamente complejos, y conseguir en ellos magníficos resultados de la Nacional. Porque sobresaliente fue la prestación orquestal en todas las familias, adecuadamente reconocidas por el propio maestro al final, ante las fervorosas ovaciones de un público que reconoció con calor el valor de lo disfrutado. Lo hizo también la propia orquesta, ovacionando a su titular en justo reconocimiento a su magnífica labor. Un estupendo concierto. Lo que se dice una semana mahleriana llena de satisfacciones.
Rafael Ortega Basagoiti