MADRID / Nadine Sierra y Pretty Yende: dos voces en las alturas
Teatro Real, 25-4-2024. Obras de Rossini, Bellini, Verdi, Gounod, Delibes, Chapí, Giménez, Velázquez y Bernstein. Nadine Sierra y Pretty Yende, sopranos. Orqueste del Teatro. Director: Pablo Mielgo.
Disfrutable desde casi todos los puntos de vista este variado recital protagonizado por dos de las voces de soprano más afamadas de nuestros días. Nadine Sierra (Florida, 1988) es una lírico-ligera, bastante más lo primero que lo segundo (en pocos años será una lírica pura), de gran extensión, con un sonido homogéneo a lo largo de dos octavas y media, de timbre soleado y radiante, hábil para la matización. Maneja una amplísima gama de colores en virtud de una increíble administración de aire, que controla con una seguridad pasmosa gracias a una técnica muy depurada.
Hizo una estupenda creación del final del primer acto de La traviata de Verdi, regulando la emisión de forma milagrosa y muy expresiva en È strano y lanzándose sin paracaídas a la endiablada coloratura de Sempre libera, con todas las acciacature en su sitio, enfrentándose muy valientemente a los sobreagudos (Do y Re bemol 5) del recitativo, donde caló ligerísimamente. Aunque el Mi bemol 5 (no escrito) del final salió redondo y en su sitio. Recreó luego con donosura y elegancia, a flor de labio, Ah! Je veux vivre de Romeo y Julieta de Gounod. En la segunda parte, dedicada a la zarzuela y la canción, hizo maravillas, muchas de su cosecha, en Me llaman la primorosa de El barbero de Sevilla de Giménez y envolvió muy libremente en un mar de sensualidad Bésame mucho de Consuelo Velázquez.
Yende (Mikondo, Sudáfrica, 1985) posee un timbre menos claro, dotado de una atractiva y suave penumbra. Es también soprano lírico-ligera, pero más cerca de lo segundo que de lo primero. Tiene también una considerable amplitud. Su canto es generoso, aunque no tan perfecto ni tan ajustado y preciso como el de su compañera. Es asimismo fácil en las piruetas vocales en las que se maneja con menos seguridad, pero consigue una rara perfección en los trinos, precisos, exactos, finos, musicales. Dijo con naturalidad y justa expresión el recitativo, el aria Ah! Non credea mirarti y la fulgurante caballeta Ah! Non giunge de final de La sonnambula de Bellini.
La aplaudimos también en el aria de la muñeca de Los cuentos de Hoffmann de Offenbach, con sobreagudos y roulades muy conseguidos. Racial, aunque fuera de estilo -algo que parece lógico teniendo en cuenta también sus dificultades son el idioma, que no tiene Sierra- en los dos fragmentos de La Tempranica de Giménez, Sierras de Granada, en la que se pide una voz de más envergadura, y La tarántula, que requiere una voz más ligera y volandera. Se lució en el aria de The Enchantress de Herbert. Hay que agradecer a las dos dives que, con sus dificultades, quisieran que nuestro género lírico estuviera presente.
Las dos cantantes unieron sus fuerzas en varios números: Mira, Oh Norma, de Norma de Bellini -en donde la segunda voz era la suya, la de una soprano, y no, como la tradición, y por distintas razones, ha impuesto, la de una mezzo-, Sous le dôme épais de Lakmé de Delibes, I feel pretty de West Side Story (arreglada para las dos voces) y , ante las grandes ovaciones, un amplio bis en el que se agruparon sin solución de continuidad músicas de distintas fuentes de comedia musical o cine norteamericano. Yende también hizo de tenor en el canto fuera de escena de Alfredo de La traviata durante la interpretación de Sempre libera.
Las acompañó con soltura y general aplicación la Orquesta Sinfónica titular del Teatro dirigida por el resuelto, cadencioso y animado Pablo Mielgo, que supo imprimir con su limpio gesto sin batuta impulso y donosura a la función, con significativas morcillas actorales desde el podio, en directa complicidad con las dos sopranos. La interpretación de la obertura de El barbero de Sevilla no tuvo la ligereza y espumosidad esperada. Mejor la del Preludio de El tambor de granaderos de Chapí, que sonó con empaque y reciedumbre. A la obertura de Candide de Bernstein la faltó electricidad dentro de una exposición más que plausible. Pero Mielgo fue en todo momento un muy atento y entusiasta colaborador. Programa de mano muy pobre.
Arturo Reverter
Foto: Javier del Real