MARID / Trío Ravel: música de cámara de gran calidad con estreno incluido
Madrid. Ateneo de Madrid. 27-I-2024. Trío Ravel. Obras de Gabriel Fauré, José Luis Greco y Franz Schubert.
El Trío Ravel está formado por tres grandes intérpretes: la violinista czestochovana Dobrochna Banaszkiewicz, la violonchelista belgradense Suzana Stefanović y el pianista madrileño Héctor J. Sánchez. A la violinista y a la violonchelista, quien firma estas líneas las había escuchado la noche anterior en la espectacular interpretación que la Orquesta y Coro RTVE hizo de la Novena de Beethoven —diez minutos de aplausos— (léase aquí: https://scherzo.es/madrid-ocrtve-la-novena-de-beethoven-con-un-coro-y-una-orquesta-espectaculares/ ). No es la primera vez que uno escribe en Scherzo sobre este fantástico trío. Hace algo más de un año, hicieron una estupenda interpretación de Tomás Bretón y Dora Pejačević (léase aquí: https://scherzo.es/madrid-trio-ravel-breton-y-pejacevic-juntos-y-de-que-manera/) en el Teatro Monumental. Anoche, en el Ateneo de Madrid, dentro del ciclo Grandes Intérpretes que organiza la Fundación Più Mosso, el Trío Ravel ofreció un magnífico recital, de muchísima calidad musical e interpretativa, con obras de tres compositores bien distintos, dos muertos —Gabriel Fauré y Franz Schubert— y uno vivo —José Luis Greco—, de quien se estrenó una obra.
El recital comenzó con unas palabras de Héctor J. Sánchez para explicar la génesis de las obras que se iban a interpretar. En la primera parte, el Trío en Re menor, op.120 de Fauré y el Trío con piano n.º 3 de Greco; en la segunda, el monumental Trío n.º 2 en Mi bemol mayor, D.929 de Schubert. Un emparedado musical hecho con sendas rebanadas de Fauré y Schubert, dos compositores consagrados, y relleno de un jugosísimo Greco, a la altura de las circunstancias. Tanto Fauré como Schubert compusieron estos tríos muy poco antes de fallecer, lo cual le sirvió a Héctor J. Sánchez para bromear diciendo que esperaba que José Luis Greco no muriese después del estreno de su trío.
El Trío en Re menor, op. 120 está dividido en tres movimientos: I. Allegro, ma non troppo, II. Andantino y III Allegro vivo. Fauré compuso primero el Andantino, núcleo emocional alrededor del que orbitan los otros dos que escribió más tarde. Le llevó casi un año y medio hacerlo, porque estaba enfermo y débil —estaba también sordo y casi ciego—, pero lo hizo con elegancia y genialidad, con economía de notas, al modo mozartiano. La interpretación del Trío Ravel fue bellísima. Músicos muy compenetrados: diálogos entre el violín y el violonchelo con un acompañamiento pianístico exquisito. Los tres músicos en un viaje armónico constante y fluido a lo largo de unos movimientos muy concentrados. Efectivamente, el Trío Ravel bordó musicalmente el Andantino, expresando toda esa carga emocional que Fauré vertió en esa música maravillosa, consciente de que no le quedaba mucho de vida. Fauré terminó de escribir el trío en febrero de 1923; murió un año y medio más tarde.
Nacido en Nueva York, pero afincado en Madrid desde 1994, José Luis Greco es un compositor ecléctico: lo mismo le da al jazz, que al rock que a la música clásica. Greco compuso el Trío para piano n.º 3 en 2020, en plena pandemia; lo tituló El milésimo segundo cuento de Scherezade. Han tenido que pasar cuatro años para que este trío, que viene a durar unos diecisiete minutos —un pelín menos que el trío de Fauré—, viese la luz. Es una obra que contrasta mucho con las otras dos del programa. Este milésimo segundo cuento de Scherezade recoge influencias de muchos lugares distintos: desde la música romántica de Brahms, pasando por la música de danza —en su juventud, Greco fue bailarín— hasta llegar a la música americana, incluido el rock n’ roll. Si bien es una obra moderna, con un leguaje del siglo XXI, encaja perfectamente en el programa. De hecho, hay un hilo conductor entre las tres obras: Schubert compuso su trío casi cien años antes de que Fauré compusiera el suyo, y Greco ha escrito el suyo casi cien años después del de Fauré. Las tres obras rozan esa idea de que algo está a punto de acabar, en ellas está presente la consciencia de la muerte. El trío comienza con unos acordes percutivos del piano sobre trinos en crescendo y diminuendo del violín y el violonchelo, avanzando lo que será el resto de la obra en la que se combinan distintas sonoridades de los instrumentos de cuerda: trémolos, cuerdas pellizcadas, sordinas, ligados con glissando… La parte central del trío es también muy lírica, sobre todo una melodía que lleva el violonchelo. Es una obra que requiere gran precisión por parte de los intérpretes y el Trío Ravel elevó la obra de Greco al altar de los elegidos. La música de Greco gustó al público y también a quien suscribe esta reseña: música muy bien construida. Al final, el compositor subió al escenario para saludar.
Tras el descanso, llegó el fabuloso Trío n.º 2 en Mi bemol mayor, D.929 de Schubert, más largo que las obras de Fauré y Greco juntas. Está dividido en cuatro movimientos: I. Allegro, II. Andante con moto, III. Scherzo: Allegro moderato y IV. Allegro moderato. Muy conocida es la melodía del Andante con moto, porque aparece como banda sonora de varias películas. Es una música melancólica, de gran sensibilidad. Si el Trío Ravel ya había demostrado con creces su enorme calidad en la primera parte del concierto, en esta segunda uno no pudo más que corroborarla: son intérpretes con muchísimo oficio, de gran virtuosismo, muy curtidos en la brega de la música de cámara, con un repertorio amplísimo. Su interpretación de la obra de Schubert fue magistral, logrando que la ejecución de algunos pasajes fuera memorable. El recital no estuvo exento de una anécdota que no hace más que demostrar la calidad de los artistas. Durante la impecable interpretación del Scherzo, a la violonchelista Suzana Stefanović se le partieron las cerdas del arco —algo que uno no había visto antes en ningún concierto en directo—, con lo cual tuvieron que interrumpir el recital: Stefanović salió pitando del escenario y, enseguida, regresó con un nuevo arco, se sentó y retomaron el movimiento como si no hubiera pasado nada, exactamente con la misma calidad y energía donde lo habían dejado. Así llegaron al final del concierto que terminó con un gran aplauso del público.
Michael Thallium