VIENA / Imponente Mäkelä en la ‘Tercera’ de Mahler con la Orquesta del Concertgebouw
Viena. Musikverein. 8 y 9-V-2024. Royal Concertgebouw Orchestra de Amsterdam. Coro de Mujeres del Singvereins der Gesellschahaft del Musikfreunde in Wien. Wiener Sängerknaben. Jennifer Johnston, mezzosoprano. Klaus Mäkelä, director musical. Bruckner: Sinfonía nº 5. Mahler: Sinfonía nº 3.
Después de ocho años de ausencia en el Musikverein vienés, se presentaba, el miércoles y jueves pasados, la Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam, de la mano de Klaus Mäkelä (Helsinki, 1996), su flamante director asociado, que se convertirá en titular a partir de la temporada de 2027/28, al mismo tiempo que tomará las riendas musicales de otra de las grandes orquestas del planeta: la Sinfónica de Chicago.
La carrera del joven director finlandés (28 años) es imparable. En apenas tres años, tras su paso por el Festival de Granada, donde se dio a conocer en España, como director residente en el verano de 2021, al frente de tres orquestas (entre ellas la Orquesta Ciudad de Granada), Mäkelä se ha convertido en uno de los maestros más solicitados del escalafón musical. Ya es titular de dos buenas orquestas, la Filarmónica de Oslo, desde 2020, y de la Orquesta de Paris, desde 2021. Y desde la temporada 2022/23 es el director artístico asociado de la del Concertgebouw, una de las mejores centurias sinfónicas del viejo continente.
No hay duda de que este joven maestro tiene un talento enorme, pero también un vasto conocimiento de la obra que dirige en cada momento, siempre de memoria, aunque la partitura quede abierta sobre el podio, para pasar sus páginas puntualmente sin apenas mirarla. Su gestualidad es clara, concisa y de un enorme atractivo visual. Posee un manejo perfectamente individualizado de los dos brazos, bien para marcar o subdividir el compás, con una claridad meridiana, o para matizar con ambas manos, de forma indistinta, los mil y un detalles agógicos y dinámicos que encierra la partitura. Un viejo aficionado nos decía tras uno de sus conciertos en Granada, hace tres años, que le recordaba muchísimo al joven Lorin Maazel, cuando se puso al frente la Orquesta de RTVE con apenas 25 años.
El caso es que Viena, ha convertido a Mäkelä en uno de sus directores favoritos, despertando una gran expectación y agotando las localidades en los conciertos que dirige al frente de sus diferentes orquestas. La pasada temporada ofreció la integral de las Sinfonías de Sibelius en el Konzerthaus, la misma sala donde el pasado otoño ofreció un espectacular Pájaro de fuego con la Orquesta de Paris. Ahora en mayo ha recalado en el Musikverein con el Concertgebouw y el próximo mes de junio, lo hará de nuevo en el Konzerthaus con dos nuevos conciertos al frente de la Filarmónica de Oslo. El año próximo visitará de nuevo Viena en tres ocasiones en el Musikverein, para hacer su esperado debut con la Filarmónica de Viena en diciembre (Sexta de Mahler), en febrero actuará con un programa francés con la Orquesta de París y en marzo volverá con el Concertgebouw (Verklärte Nacht y Primera de Mahler). En España a finales de junio volverá a Granada con dos nuevos programas en el Festival y al fin, en enero próximo, debutará en Madrid y Barcelona.
Centrándonos ya en los conciertos vieneses, hay que reconocer que el joven director finlandés no se achanta ante nada. Se presentó en el Musikverein con dos obras de gran envergadura: el miércoles, 8 de mayo con la difícil y complicada (de digerir) Quinta de Bruckner, y al día siguiente con la imponente Tercera de Mahler, de la que ofreció una memorable interpretación. Marc Vignal decía que este movimiento, el más largo escrito por el gran músico bohemio que “es un mundo en sí mismo”. Mahler, que fue el último que escribió cronológicamente en la génesis de la obra, lo tituló “poderoso y decisivo”. Mäkelä se lo tomó al pie de la letra, acentuando siempre los contrastes dinámicos desde la llamada inicial con un empastadísimo unísono de las ocho trompas hasta alcanzar el imponente clímax en un triunfante y delirante final en fortissimo, que nos puso los pelos de punta.
Fueron 36 minutos largos (que pasaron muy rápido) de fuertes contrastes de la orquesta con unas estridentes fanfarrias de las trompetas y contundentes intervenciones de los trombones. El joven finlandés apostó por unos fortísimos sobrecogedores, ofrecidos con una contundencia sonora difícilmente igualable y acentuando los ritmos de marcha de las cuerdas con una precisión increíble. Acentuó las partes grotescas del segundo movimiento y bailó con inteligente manejo del rubato los ritmos ternarios danzables en las cuerdas de los ländler vieneses de los dos movimientos siguientes, que aquí cumplen la función de Scherzo. Mäkelä sacó petróleo de su orquesta, ya de por sí magnífica, en todas y cada una de sus secciones. Pero el maestro finlandés no sólo se apoyó con acierto en el excelente sonido de su orquesta en los movimientos intermedios, sino que también lo hizo en los dos corales con la espléndida mezzosoprano Jennifer Johnston que entonó con un timbre cálido el estremecedor “O Mensch” de Nietzsche. Las damas del Singverein de Viena y los niños cantores de Viena complementaron unos conjuntos de gran nivel, que no siempre podemos disfrutar.
Pero fue en el hermosísimo Adagio conclusivo en re mayor, expuesto con una claridad increíble de texturas, donde orquesta y maestro consiguieron los mejores momentos con una impresionante tensión dramática, unos pianísimos casi imperceptibles en las cuerdas y una claridad de texturas admirable en las maderas. Todo ello fue llevado con un tempo más pausado de lo habitual (como toda la sinfonía) que superó ampliamente los 100 minutos de duración.
La Quinta de Bruckner es igualmente una sinfonía colosal y todo un ejemplo de escritura contrapuntística, que exige una orquesta de primera con unos excelentes solistas de viento y metal. Se trata de una de las sinfonías menos programadas del compositor y también de las más difíciles de escuchar para el público. No es frecuente que la aborde cualquier director, por ello resulta sorprendente que la haya elegido Mäkelä para emprender su senda bruckneriana. Lo mismo que hará Kirill Petrenko, pues será la primera sinfonía de Bruckner que dirija con la Filarmónica de Berlín en la inauguración de la próxima temporada en la Philharmonie, aunque antes la rodará en junio con la Gustav Mahler Jugendorchester en una gira europea que incluye San Sebastián, Oviedo y el Festival de Granada.
Mäkelä realizó un serio trabajo constructivo en esta compleja obra bruckneriana, pero no alcanzó los óptimos resultados de la Tercera mahleriana (sin duda más fácil). Impecable la extensa introducción lenta en el inicio del movimiento, donde ya se pueden encontrar los diversos elementos temáticos que aparecerán repetidamente en los siguientes movimientos. En general, estuvieron muy bien construidas las gradaciones en el vasto primer movimiento a partir de los trémolos en piano de las cuerdas, frecuentemente arpegiadas, hasta coronar la ascensión de toda la orquesta, para alcanzar los ensordecedores tutti en fortísimo, servidos por unos metales redondos, empastados y de sonoridades ocres de gran belleza. La primera trompa, la inglesa Katy Wooley, procedente de la Philharmonia londinense, que se acaba de incorporar recientemente a la orquesta, lideró un grupo de trompas (ocho) de ensueño e hizo una autentica exhibición en cada una de sus diferentes intervenciones, (que son muchas) con pianissimi y pianos muy complicados de conseguir y mantener hasta los impactantes forte-fortissimo . Los contrastes que consiguió Mäkelä, a lo largo del extenso desarrollo del primer movimiento, siempre acentuando las bruscas transiciones entre los acordes fortissimos en séptima disminuida del metal y otros fragmentos temáticos más cantábiles en pianissimo de las cuerdas y maderas, fueron realmente sorprendentes. En el Adagio indicado como “muy lento” en la partitura, el director finlandés extrajo de las sensacionales y afinadísimas cuerdas del Concertgebouw una sonoridad densa y serena, donde se refleja más que en ningún otro Adagio de Bruckner las angustias y contradicciones de ese ferviente católico que fue nuestro músico. El Scherzo, llevado con mando y mucho ímpetu, tuvo el contraste necesario con el bucólico trío, donde la trompa solista volvió a hacer otra exhibición musical del instrumento. El Finale fue, en opinión del firmante, el menos logrado de toda la obra: algunos pasajes estuvieron un poco deslavazados aunque se consiguieron momentos estupendos a partir de la doble fuga que conduce a toda la orquesta hasta la imponente coda conclusiva que corona la obra con una apoteosis sonora de unos metales en estado de gracia (trompetas y trombones) que abordan el coral final con una potencia y robustez impresionantes.
A Mäkelä le espera un envidiable futuro y estamos seguros que nos ofrecerá grandes versiones de las sinfonías de Bruckner, porque las de Mahler ya son una realidad. Lo pudimos comprobar en la esta imponente Tercera vienesa y antes, el pasado año, en una electrizante Segunda en la Philharmonie de París. Ahora nos queda ver qué pasa con la Cuarta en Granada (29 de junio) y con la Primera y la Octava en Ámsterdam (mayo de 2025).
Manuel Navarro
(fotos: Amar Mehmedinovic [1, 2] y Julia Wesely [3])