MADRID / Sobresaliente debut de Joana Mallwitz en España y en la Nacional
Madrid. Auditorio Nacional. Sala sinfónica. 19-X-2024. Concierto sinfónico 4 de la temporada de la OCNE. Directora: Joana Mallwitz. Francesco Piemontesi, piano. Prokofiev: Obertura “Guerra y paz”. Beethoven: Concierto para piano y orquesta nº 5 en mi bemol mayor op 73 “Emperador”. Hindemith: Sinfonía “Matías el pintor”. Ravel: La valse.
Se esperaba con ganas el debut de la directora germana Joana Mallwitz (Hildesheim, 1986), nombrada recientemente titular de la Orquesta del Konzerthaus de Berlín. Expectación lógica, porque la directora germana, crecida en el mundo operístico (ese ambiente antes tan tradicional en la educación de los directores, tan defendido por gente como Carlos Kleiber o Christian Thielemann, pero hoy no tan habitual origen de la formación de muchas batutas), tiene ya un curriculum importante, y cuenta con actuaciones al frente de muchas de las orquestas más punteras del planeta, incluyendo la Sinfónica de Boston, la orquesta del Concertgebouw de Amsterdam o la Filarmónica de Viena, además de algunos fosos operísticos de la mayor relevancia, como la Royal Opera de Londres, la Semperoper de Dresde o la Ópera Estatal de Baviera, además de festivales célebres como el de Salzburgo. Los interesados en bucear más en las ideas y personalidad de Mallwitz pueden indagar en la enjundiosa entrevista que concedió a Juan Lucas para Scherzo (https://scherzo.es/joana-mallwitz-la-musica-es-uno-de-los-instrumentos-mas-poderosos-para-conectar-con-la-gente/), en la que puede apreciarse que la directora que se pone al frente de la Nacional este fin de semana es una mujer con las ideas muy claras y la cabeza muy bien amueblada.
Coinciden, con pleno acierto, la directora de este concierto y la autora de las estupendas notas al programa, Sonia Gonzalo, en destacar el papel de la música que traía este bien hilado cuarto sinfónico de la OCNE (muy lógicamente encuadrado en el hilo temático “Guerra y Libertad”) tiene en tiempos de conflicto. Mallwitz, en la entrevista citada y en el propio video de presentación del concierto que puede verse en la web de la OCNE, comenta el papel central que tiene en el programa la Sinfonía “Matías el pintor” de Hindemith, como historia que plantea el papel del artista, del arte al fin, en tiempos convulsos de conflicto, de los que, por desgracia, estamos muy lejos de andar cortos en estos tiempos. Es más que ilustrativo el atinado recuerdo de Sonia Gonzalo a las palabras de Bertolt Brecht (1939): “En tiempos oscuros, / ¿cantaremos también? / Sí, también cantaremos. / Sobre los tiempos oscuros”. Poco más hay que decir, porque, en efecto, además de la obra de Hindemith, la Obertura de “Guerra y paz” de Prokofiev habla de tiempos de guerra, y la música del “Emperador” de Beethoven fue concebida en la Viena asediada por Napoleón. Mallwitz atribuye también cierto tinte político en La Valse, aunque el propio compositor, como apunta oportunamente Gonzalo, negara cualquier interpretación de ese estilo. En todo caso, es cierto que la partitura, con un final que suena casi enloquecido, fue concebida en medio de la primera conflagración mundial.
Al solista de turno, el suizo Francesco Piemontesi (Locarno, 1983), le hemos escuchado en ocasiones anteriores en otros ciclos, y a quien esto firma siempre le ha producido, tanto en vivo como en sus grabaciones, una excelente impresión. Tiene medios técnicos extraordinarios y produce un sonido de gran belleza, con un manejo impecable del pedal, una articulación de exquisita claridad y un discurso fraseado con envidiable fluidez y riqueza de expresión. Se acerca a Beethoven con un planteamiento que, como también el caso de Mallwitz, mira de reojo a rasgos propios de lo históricamente informado. Ello se aprecia en detalles como la tendencia a tempi bastante movidos o en el cuidado de no producir sonoridades que puedan asociarse, por el propio volumen, a músicas más inmersas en el romanticismo. Cuidado, en fin, de dotar a la pulsación de un peso relativamente más aligerado que en otros repertorios (escúchese, por ejemplo, a Liszt en las manos del pianista suizo).
Se puede, naturalmente, comulgar o no con tal planteamiento, porque puede defenderse que el gran cola moderno, y más en una música de vibrante poderío como la del Concierto “Emperador”, que ya desde la misma entrada inicial del solista expresa su inequívoco carácter épico, demanda una mayor expansión de ese volumen, pero en todo caso el concepto de Piemontesi tiene, sin duda, el mayor interés. Quedó ya ello en evidencia desde esa misma introducción, dibujada con decisión y adecuada dosis de libre fantasía. Mallwitz se fundió en un entendimiento que, evidentemente, funcionó de forma sobresaliente, con la idea del solista. La larga perorata orquestal que siguió tuvo así envidiable vigor y vibración, con matices de gran belleza y manejo estupendo de los reguladores desde el podio. Hemos comentado desde estas líneas que el acompañamiento de los conciertos con solista siempre es un gran reto por el poco tiempo del que se dispone para los ensayos. Hay que anotar pues, en el haber de solista y batuta, que el escuchado ayer es uno de los acompañamientos más precisos, cuidados y mejor ajustados que quien esto firma recuerda desde hace tiempo.
Piemontesi, desde una posición de manos más bien aplanada, generaba con pasmosa facilidad una articulación nítida y sin duda de notable ligereza. El sonido generado así tenía indudable redondez y belleza, aunque ya se apuntó más arriba que puede parecer corto de peso a quienes, en esta música tan temperamental, esperan un poderío más evidente. La diferenciación dinámica, la sutileza de matiz, fue, con todo, bien patente (también por parte de Mallwitz) a lo largo de todo el discurso, adecuadamente contrastados los distintos motivos y con buena trepidación en la cadencia. Precioso el inicio de la cuerda en el segundo movimiento, con cuidado matiz desde el podio, y también muy logrado pp espressivo del solista, aunque quizá su discurso hubiera podido, en este punto, tener un vuelo de efusión lírica algo más evidente. Fue quizá el Rondó el movimiento menos convincente, al menos para quien firma este comentario, porque el tempo escogido (el urtext prescribe Allegro ma non troppo) se movió en coordenadas de allegro muy vivo, sin asomo de ma non troppo. Ello condiciona que los ataques del solista en el estribillo, por la servidumbre de la velocidad escogida, pierden un punto de la deseable contundencia y claridad que la música parece demandar. No se interprete de ello que la interpretación anduvo corta de energía, porque la tuvo en buenas dosis, pero sí tal vez en un empuje rítmico que hubiera podido quedar mejor resaltado. En todo caso, interpretación globalmente sobresaliente del suizo que regaló una propina de generosa duración: el Impromptu D. 899 nº 3 de Schubert. Se dibujó este desde una idea alla breve, con un andante ligero y sonoridad de indudable levedad, con buena expresión, pero en el que se echó de menos un canto de más recreada poesía.
La de ayer fue la primera vez que el firmante veía en vivo a Joana Mallwitz, cuya larga estatura ya impresiona de entrada (no creo equivocarme mucho si digo que sobrepasa con facilidad los 1.80 m). Varias cosas causan inmediatamente una excelente impresión: tiene las partituras en la cabeza (apenas las mira, aunque las tiene en el podio), tiene la idea clarísima de lo que quiere, y la expresa con absoluta claridad. El gesto es tan nítido como cuidado. Los largos brazos se mueven con agilidad, fluidez y bien diferenciada intención, el derecho más dirigido a la marca y el izquierdo precisando matices y frases. Utiliza también el cuerpo con buen impacto (aunque, dado lo espigado de su complexión, a más de uno le parecerá su estética un tanto desgarbada; no es mi caso, desde luego), agachándose mucho para resaltar su demanda de matices piano (y cuando digo mucho quiero indicar que, para que se hagan idea, casi desaparecía tras el piano en el concierto de Beethoven, lo que, teniendo en cuenta su estatura, habla por sí solo). También su expresión facial contribuye a que el mensaje llegue con nitidez a la orquesta, que pareció entenderse con ella perfectamente.
Fue todo ello evidente en una Obertura de “Guerra y Paz” de Prokofiev con bien dibujada evocación y aprovechamiento de la orquestación brillante (aunque la música no tiene la trepidación de la escuchada recientemente para Iván el Terrible) con impecable respuesta de la orquesta. Se habló ya del estupendo acompañamiento para Piemontesi, con Mallwitz siempre atenta a un entendimiento con el solista que pareció en todo momento impecable. Cuidadísima también en él la respuesta orquestal, en la que brillaron todos los solistas, incluido el timbal exquisito de Guillem en la breve cadencia con el solista justo antes del final del Rondó.
La Sinfonía “Matías el pintor” es obra conocida pero no está, desde luego, todos los días en los atriles, y es, indudablemente, compleja para la orquesta. Es oportuno resaltarlo para valorar adecuadamente el resultado obtenido por Mallwitz, en lo que, creo, fue lo globalmente más logrado de la velada. Se mueve la germana con sólida convicción y muy buen conocimiento en estos pentagramas. Dotó de notable carga emotiva a la solemne música del tiempo inicial, con el himno de los vientos bien patente en la introducción, sobre el cuidado soporte de la cuerda, todo ello con dinámicas cuidadosamente planteadas. Tuvo también envidiable vigor el primer motivo, muy bien enunciado por violines y flauta, y llegó con gran belleza el majestuoso final, con brillante respuesta de los metales de la Nacional. Estupendo igualmente el dramático comienzo del segundo tiempo, Sepultura, con matices cuidadísimos y pausas debidamente resaltadas, que generaron la tensión deseable. Llegó con la apropiada tristeza el final, con unos últimos compases de bien conseguida congoja. Los seis primeros compases del último tiempo, La tentación de San Antonio, con la cuerda dibujando un regulador excelente en su inicio para crecer inmediatamente hasta el dibujo de estremecedor dramatismo, culminado en dos acordes contundentes con metales y percusión, ya dejaron claro hasta qué punto Mallwitz se acerca con convicción y maestría a esta música. Esos acordes rotundos, luego reiterados en más ocasiones a lo largo del movimiento, tuvieron sin duda un gran impacto, más allá de que algún ataque hubiera podido ser un punto más preciso. Pero Mallwitz y la Nacional consiguieron, en este movimiento, el más ambicioso de la partitura (de extensión mayor que los otros dos juntos), un clima de sobrecogedor dramatismo (qué bien logrado el dibujo de violas, violonchelos y contrabajos por debajo de un trino de los violines en el registro más agudo). Brillante toda la orquesta, con metales nuevamente de admirable redondez, en el solemne final de la obra.
La Valse, de Ravel, cerraba el programa. Es cierto que la indicación del francés no es especialmente orientadora en cuando a velocidad (Mouvement du valse viennoise, es, francamente, no decir demasiado), pero el carácter de la música indudablemente demanda una voluptuosa sugerencia que se encamina finalmente a un final casi enloquecido. Mallwitz se acercó con más acierto a lo segundo que a lo primero, y la interpretación pareció bien conseguida en cuanto a ejecución, pero algo precipitada, con cierta rigidez en cuando a ese vuelo de sensualidad que parece demandar más flexibilidad y más calmada expansión.
En todo caso, el balance global es el de un excelente concierto y un brillante debut en España de Mallwitz, a quien esperamos ver más por estos pagos. Para quien esto firma, la germana ha mostrado ser, entre las féminas, la mejor que ha pasado por el podio de la Nacional hasta ahora. El éxito fue grandísimo y la orquesta ovacionó también con calor a la espigada directora de Hildesheim, reconociendo así la calidad de su trabajo.
Rafael Ortega Basagoiti