MADRID / Queremos tanto a Lise
Madrid. Teatro Real. 7-I-2024. Lise Davidsen, soprano. Orquesta Titular del Teatro Real. Director: José Miguel Pérez-Sierra. Con Elissa Pfaender (soprano, Emilia). Verdi: Páginas de La forza del destino, I vespri siciliani, Un ballo in maschera y Otello. Strauss: Danza de los siete velos y Escena final de Salome.
Dos años después del recital de Lied con su compatriota, el pianista Leif Ove Andsnes, regresaba al Teatro Real la soprano noruega Lise Davidsen, la voz del momento. Lo hacía a lo grande, con orquesta y un programa operístico (algo rácano, pero exigente), su terreno natural, tan solo un día después de que Sondra Radvanovsky interpretase las tres reinas donizettianas en otro esperado recital. A falta de una ópera completa (¿para cuándo en el Real?), es lo que esperábamos los aficionados al canto y a las voces, porque la de Davidsen es una voz privilegiada, espectacular, de esas que surgen una cada varias décadas, y hay que escucharla en su salsa, cantando ópera.
Fue un recital de extraña estructura. Comenzó directamente con un aria (“Pace, pace, mio dio!” de La forza del destino), en vez de con la habitual obertura. Lise Davidsen abrió fuego exhibiendo su voz poderosa, de gran volumen, centro ancho, oscuro y carnoso. Los “Pace, pace” iniciales fueron sobrecogedores. Ligerísimamente defectuoso fue el ataque al Si bemol en pp sobre de “invan la pace”, pero remató su primera intervención con un impresionante Si bemol a plena voz en la última “Maledizione!”, que puso al teatro patas arriba. Y es que la de Davidsen es una voz de las de antes, de esas que llenan el teatro, corren por la sala y mueven las cortinas.
Siguió una obertura de I vespri siciliani ordenada, con buen fraseo de los chelos y violas poco presentes. Podría haber sido más transparente, pero la Sinfónica de Madrid, a las órdenes de José Miguel Pérez-Sierra, sonó pulcra, con menos pachanga que la que hemos escuchado otras veces en esta página. Regresó Davidsen al escenario con un sentido “Morrò, ma prima in grazia” de Un ballo in maschera, mostrando un gran control de la emisión, más admirable aún en instrumento tan caudaloso. En comparación con otras ocasiones, la noruega, otrora distante, un tanto fría, es ahora cálida y expresiva.
Cerró la primera parte un bloque dedicado a Otello. El ballet de la versión de París es música indigna de Verdi, intrascendente y sin conexión con la ópera. Una rareza que apenas se interpreta, y que evidenció su función de relleno. Muy bien acompañada (estupendas las maderas en la delicada introducción), Davidsen cantó una extraordinaria “Canción del sauce”, con un fraseo cálido, sonidos apoyados y rotundos (“Cantiamo!”, el tremendo “Addio, Emilia, addio!”) y espléndidas medias voces. La primera parte concluyó con un emocionante y anticlimático “Ave Maria” que supo a poco: ¿no hubiera sido más apropiado otro orden de piezas y acabar con el “Pace, pace, mio dio!”?
En la escueta pero enjundiosa segunda parte, cambio de tercio con la Salome de Richard Strauss. Es este un territorio más afín a la noruega, pese a su gusto por el repertorio italiano, que está decidida a frecuentar por salud vocal. Salvo error, era la primera vez que abordaba el terrible papel, que cantará completo este año.
La “Danza de los siete velos” fue muy estimable, con un sonido exuberante y sensual de la magnífica Sinfónica de Madrid. En los pasajes a tutti el sonido no fue todo lo limpio que cabe esperarse, pero había intensidad y tensión. Pérez-Sierra logró transmitir el misterio y exotismo del comienzo y el desenfreno de su desenlace. Un buen comienzo. La Escena final, que Davidsen cantó con partitura, fue apoteósica: mostró un claro dominio del difícil papel, con margen de mejora, variedad de acentos, un fraseo lleno de intención y agudos restallantes. Ni la nutrida orquesta sobre el escenario logró en momento alguno tapar esa voz torrencial. Davidsen incluso se marcó un Sol bemol grave en ” das Geheimnis des Todes” bastante potable. Tras aquella deslumbrante exhibición, se caía el Teatro Real, entregado.
Hubo dos propinas, un “Dich teure Halle” de Tannhäuser memorable (Davidsen es la mejor Elisabeth en décadas) y un sublime “Morgen!” de Strauss, cantado con legato, emoción, estilo (fantástica media voz), que contó además con la estupenda colaboración de la concertino Gergana Gergova en el solo de violín. De nuevo, un final anticlimático, quizá en sintonía con la personalidad de la noruega. El recital fue una auténtica exhibición, que nos recordó tiempos pasados y nos hace esperar con impaciencia la vuelta de Lise Davidsen al Teatro Real, preferiblemente en un título operístico.
Miguel Ángel González Barrio
(fotos: Javier del Real)