MADRID / Sondra Radvanovsky reina con Donizetti
Madrid. Teatro Real. 6-01-2024. Sondra Radvanovsky, soprano. Donizetti: Las tres reinas. Páginas de Anna Bolena, Maria Stuarda, Roberto Devereux. Con Gemma Coma-Alabert, Fabián Lara, Carles Pachón, Elier Muñoz, Ramón Farto. Orquesta y Coro del Teatro. Director: Riccardo Frizza. Propuesta escénica: Rafael Villalobos. Figurines: Rubin Singer.
No está de más recordar que el punto de partida para recuperar el repertorio ofrecido en esta velada madrileña lo marcó Maria Callas, de la mano de Visconti y Gavazzeni, interpretando Anna Bolena en la Scala milanesa en 1957. A la Divina la siguió Leyla Gencer, aunque fue años después Beverly Sills quien dio el empujón definitivo al interpretar a las tres soberanas Tudor, ejemplo seguido, con mayor o menor fortuna, por la propia Gencer, Montserrat Caballé y Joan Sutherland, y luego por otras como Weidinger o Gruberova. Ya instaladas las obras en el repertorio, Mariella Devia sumó al trío una Elisabetta más (que sigue en el olvido), la de Il Castello di Kenilworth.
En la actualidad, con parciales grabaciones discográficas incluidas de los finales de las obras, Diana Damrau y la protagonista de esta noche madrileña se hacen eco de tal trilogía regia. Quizás la soprano norteamericana (que ha cantado las tres óperas en Chicago), esté más capacitada que la alemana, por currículo y personalidad, para sacar a la luz todas las bellezas y posibilidades dramáticas de estas sabrosas personalidades, típicas del más representativo romanticismo belcantista.
Siguiendo el orden de su composición (de 1830 a 1837), Radvanovsky comenzó con Anna Bolena, con una escena amplia y muy descriptiva de los diferentes estados de ánimo de quien la protagoniza. La soprano, aunque esplendorosa vocalmente ya desde estos inicios, no pudo evitar cierta sensación de monotonía, pese a que intentó diferenciar los distintos pasajes (recitado, aria, remate). Y Frizza, con su experiencia donizettiana, podría haber aconsejado a la soprano que tras el recitativo prescindiera del inoportuno llantito con el que lo rubricó.
Aunque la voz siguió luciendo rica, extensa, hermosa y fluida, algunos agudos se acercaron al grito y varias notas graves no fueron precisamente logradas. En la extraordinaria plegaría de Maria Stuarda, con esas notas largamente tenidas, estuvo magnifica y muy bien equilibrada en su diálogo con el coro, que en todo momento estuvo a la altura de lo exigido.
Sin embargo, fue en el rol de Elisabetta (de Roberto Devereux) cuando Radvanovsky nos hizo entrar de lleno en la esencia del cosmos donizettiano. Su interiorizado Vivi, ingrato fue un modelo de canto y de penetración psicológica, cualidades complementadas luego en la intensa cabaletta. Sobresaliente lectura de tan oportuna y sabrosa página.
Un acierto contar con la batuta de Frizza, cuya relación con el compositor es sobradamente conocida y admirada. Acompañamiento impecable y particular relieve a las tres oberturas, teniendo en cuenta que recuperó la de Maria Stuarda, un añadido posterior del compositor que normalmente no suele tenerse en cuenta en las representaciones de la ópera.
Los cantantes que se repartieron los diez personajes concurrentes en los tres finales colaboraron adecuadamente con la solista, permitiendo así que su labor fuera más directamente efectiva. Por su parte, la propuesta escénica de Villalobos, de movimientos calculados y sencilla y eficaz exposición gracias a un uso inteligente de la iluminación, permitió que la sesión fuera algo más que un simple y distante recital. En ello colaboró también el vestuario de Rubin Singer, especialmente adaptado para cada personaje cantado por la soprano.
Fernando Fraga
(fotos: Javier del Real)