MADRID / ORCAM: un estreno de reflexiva quietud

Madrid. Auditorio Nacional de Música. 13-XI-2023. Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid; Yoav Levanon, piano; Marzena Diakun, directora. Obras de Rachmaninov, Liszt y Fernández-Barrero.
Cuando un intérprete joven —y alguno no tan joven— se sabe muy capaz, a veces alardea de ello e incluso exagera el gesto para que cierto público —quizás mayoritario— se quede encandilado. Esa es la impresión con la que me quedé anoche en el Auditorio Nacional de Música de Madrid al escuchar al pianista israelí Yoav Levanon. Diecinueve añitos tiene. Toca muy bien, sí. Es uno de esos niños prodigio que llevan dando vueltas por el circuito internacional unos cuantos años. Además, su imagen y rasgos faciales evocan al joven Liszt: pelo largo, delgadez, elegancia… ¿Marketing o coincidencia? Lo ignoro, aunque las agencias artísticas internacionales no dan puntada sin hilo. Cuando anoche terminó la segunda propina que regaló al público antes del descanso, la Danza húngara nº 2 de Liszt, tenía a media sala sinfónica del Auditorio en pie ovacionándolo. Ya con la anterior propina, La Campanella de Paganini en versión pianística de Liszt hubo muchas personas que se pusieron de pie y el aplauso fue fervoroso, como igualmente lo había sido al terminar La danza de los muertos (Totentanz), de Liszt, pieza concertante para piano y orquesta. ¿Virtuoso? Muchísimo. ¿Toca con gusto? Sí. Uno, sin embargo, echó en falta claridad, menos emborronamiento de notas en esas vertiginosas carreras de arriba abajo por el teclado características de muchas obras de Liszt. No cabe duda de que Yoav Levanon tiene potencia sonora, nadie podrá decir que le falte sonido en los fortissimi con la orquesta a pleno pulmón. Potente mano izquierda, juguetona la derecha: tremendamente ágiles las dos. Y con respecto a su interpretación de la obra, uno se quita el sombrero: chapó. Ahora bien, quisiera uno verlo en directo con otro tipo de repertorio dentro de unos años…
El programa entero del II Ciclo Sinfónico-Coral de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid (ORCAM) tenía como protagonista a la muerte. Era un concierto especial por dos razones: un estreno absoluto, el Réquiem del compositor barcelonés Marcos Fernández-Barrero, y un estreno para la ORCAM, La isla de los muertos de Serguei Rachmaninov.
La noche comenzó con La isla de los muertos de Rachmaninov, inspirada en el cuadro homónimo del pintor suizo Arnold Böcklin y en la melodía medieval Dies irae. La estructura del poema sinfónico de Rachmaninov es peculiar: la primera mitad la domina un grupo temático en un inusual compás de 5/4 que alude al esfuerzo del remero en las oscuras aguas que rodean la isla de los muertos. Mediada la obra, aparece un nuevo tema secundario que desemboca en el Dies irae. La interpretación de la ORCAM, muy bien dirigida por Marzena Diakun, tuvo momentos magníficos: trémolos suaves, sonoridades fantasmagóricas, grandes contrastes y sonido muy controlado. Cabe destacar la intervención de la concertina Ann Marie North en un brevísimo pasaje, pero esencial. ¡Brava! El público aplaudió a la orquesta y a su directora.
Después hubo una interrupción de unos cinco minutos hasta que colocaron el piano en el escenario. Hace unos días —a propósito del concierto de la Orquesta Sinfónica RTVE— ya mencioné que esas pausas hay que tenerlas en cuenta cuando se programa. En La danza de los muertos de Liszt, la ORCAM acompañó magníficamente al pianista Yoav Levanon. Marzena Diakun sabe acompañar a los solistas tanto como sacar lo mejor de la orquesta. Y, por supuesto, Levanon se lució, sobre todo en la cadencia final. Ya lo hemos contado.
Tras el descanso, llegó la obra de estreno, que fue la última en interpretarse. Las obras nuevas suelen programarse en las primeras partes de los conciertos para evitar que el público se desbande tras los platos fuertes, es decir, las obras conocidas. Bien hizo la ORCAM al dar la relevancia que merece al Réquiem de Marcos Fernández-Barrero. Esta obra para coro y orquesta está basada en ocho poemas de Antonio Machado, alguno de ellos muy conocido. Fernández-Barrero compuso el Réquiem en memoria de su padre. Las ocho partes están engarzadas sin pausa entre una y otra. El lenguaje de Marcos-Barrero es actual, pero dentro de eso que podríamos denominar música tonal. Algunos instrumentos de la orquesta se tocan de forma especial, minimalista a veces, para obtener cierto tipo de sonoridades: piano percutido con palos, escobillas para el gong, arcos de violín para los platillos… Todo ello contribuye a crear unas atmósferas especiales. El Réquiem comienza con el sonido del xilófono al que pronto se une la sección femenina del coro. Es una obra muy bien compuesta desde el punto de vista orquestal y coral. Por poner una pega, hay algo que a uno le llama la atención. Los poemas tienen su propio ritmo, por eso se dice que el poeta canta, y más Antonio Machado. En opinión de quien suscribe, esa rítmica intrínseca del texto, se pierde en este caso con la música. No se corresponde el ritmo del texto con el ritmo melódico. Eso se nota sobre todo en un poema tan famoso como Caminante. Cabe igualmente destacar la intervención del tenor solista del coro en De vuelta al entierro – Duerme un sueño: una voz bella, bien proyectada. La orquesta muy bien conjuntada, creando atmósferas sonoras etéreas. El Réquiem acaba apagándose suavemente con las “estelas en la mar” de Machado. El estreno fue muy aplaudido por el público. Marcos Fernández-Barrero salió a saludar y a recibir el reconocimiento del público. También lo hizo el director del coro Javier Carmena. Para el coro fueron buena parte de los aplausos también.
Un buen concierto con virtuoso entretenimiento en la primera parte y reflexiva quietud en la segunda.
Michael Thallium