MADRID, ORTVE / Claridad, precisión y solvencia
Madrid. Teatro Monumental. 11-XI-2023. Orquesta Sinfónica RTVE; Olga Scheps, piano; Christoph König, director. Obras de María de Pablos, Beethoven y Rachmaninov.
Una de las cosas que más temen los solistas es quedarse en blanco o tener que parar el recital una vez empezada la obra. Anoche ocurrió algo de eso cuando la pianista ruso-alemana Olga Scheps dejó de tocar ya muy avanzado el primer movimiento del Concierto para piano nº 3 de Ludwig van Beethoven. No lo hizo, al parecer, porque se quedara en blanco, sino porque se sintió indispuesta. Se levantó de la banqueta mientras la orquesta seguía tocando, se acercó a Christoph König, el director titular de la Orquesta Sinfónica RTVE (ORTVE), y le susurró algo al oído. El maestro König paró la orquesta, Olga Scheps salió del escenario y, tras unas amables palabras de Christoph König excusando a la pianista, Scheps volvió a salir a escena mientras el público la arropaba con un aplauso. La orquesta volvió a comenzar da capo. Uno pensó que Olga Scheps no llegaría a terminar el concierto, pero no. Sí que lo terminó y lo hizo bastante bien, aunque obviamente no parecía estar en su mejor momento. No obstante, tuvo buenos detalles en los pianissimi y mostró potencia sonora y un gran virtuosismo. Luego regresaremos al concierto de Beethoven…
La primera obra de la noche fue el poema sinfónico Castilla de la compositora segoviana María de Pablos (1904-1990). La compuso con apenas 23 años de edad, en 1927, y con ella obtuvo el Primer Premio de Composición del Conservatorio de Madrid. María de Pablos era en aquel entonces la única mujer admitida en el conservatorio. Fue alumna de Conrado del Campo. Aunque tuvo una vida larga, una enfermedad mental le impidió seguir dedicándose a la música a los 25 años y pasó el resto de su vida recluida en un sanatorio de Madrid. Castilla es una página de carácter tonal y tema cidiano, es decir, que evoca las andanzas de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Melodías castellanas, para que nos entendamos. Dura algo más de veintidós minutos y está inspirada en el poema homónimo de Antonio Machado. La interpretación de la ORTVE fue de libro —es decir, solvente— y bastante aplaudida por el fiel público del Monumental.
Regresamos a Beethoven. Tras la obra de María de Pablos, se necesitaron unos ocho o nueve minutos para colocar el piano y las sillas con la nueva disposición de la orquesta para el concierto de Beethoven. Esta intermisión hizo que un servidor perdiera el hilo del concierto. Ya hemos hablado en alguna otra ocasión de la importancia de la liturgia del concierto. Estas son cosas que hay que tener en cuenta cuando se programan las obras. Olga Scheps salió al escenario seguida de Christoph König y sucedió lo que hemos narrado al comienzo de esta reseña. La interpretación de la orquesta fue, una vez más, solvente. Gustaron los distintos matices que Scheps imprimió con sus dedos en las teclas del piano en el primer movimiento: buenos picados ligados, expresividad y una lucida interpretación de la cadencia final. En el segundo movimiento, mucho más delicado y sereno, se notó que la pianista se encontraba más a gusto y sus dedos acariciaron las teclas para emitir unos pianissimi preciosistas. En el tercer movimiento, regresó la fuerza y el virtuosismo que desembocó en una estupenda cadencia y un final que provocó la ovación del público, suponemos que como recompensa al mal trago que pasó la pianista en el primer movimiento. Se oyeron bastantes «bravos» entre el público. La pianista correspondió con una divertida propina: hizo una parodia del momento en que tuvo que parar durante el primer movimiento y, seguidamente, interpretó una bella pieza que uno no pudo reconocer. El público volvió a aplaudir efusivamente y con esos aplausos nos fuimos al descanso.
La segunda parte del concierto la ocupó una de las páginas más interpretadas de Sergei Rachmaninov: Danzas Sinfónicas op. 45. La interpretación de la orquesta fue nuevamente solvente. El gesto del maestro König es muy claro y preciso, así que la obra de Rachmaninov resultó igualmente clara y precisa. En opinión de quien suscribe adoleció de falta de emoción, de esa vibrante emoción tan rítmica que suscita esta partitura. No obstante, el público aplaudió con mucho entusiasmo y volvieron a escucharse algunos “bravo”.
En definitiva, fue una noche en la que el oficio y extraordinaria calidad de los maestros de la ORTVE quedó patente. Discúlpenle a uno si no ha estado fino hoy con esta reseña. Todos tenemos un mal día.
Michael Thallium