MADRID / Maravilloso jardín de delicias haydnianas presidido por Antonini
Madrid. Teatro Real. 1-XI-2023. Emőke Baráth (Angelica), Renato Dolcini (Rodomonte/Caronte), Alasdair Kent (Orlando), Josh Lovell (Medoro), Krystian Adam (Licone/Pasquale), Natalia Rubis (Eurilla), Nuria Rial (Alcina). Il Giardino Armónico. Dirección: Giovanni Antonini. Haydn: Orlando Paladino Hob.XXVIII:11 (en versión de concierto). Estreno en el Teatro Real.
Dice el refrán que nunca es tarde si la dicha es buena. Y viene al pelo el citado, porque al fin (ya era hora) mereció el Orlando Paladino de Haydn los honores de ser ofrecido en el Teatro Real. Cierto es que el plato se presentó escueto, porque llegó solo en versión de concierto (sí, ya sé, los disparates escénicos que se ven un día si y otro también hacen a veces hasta deseable el formato, lo que no deja de ser un despropósito), en función única y, siguiendo la pauta habitual del Real en las óperas en versión de concierto, con un tríptico raquítico que pretendía, sin conseguirlo, ser el programa de mano, en el que no había siquiera espacio para la sinopsis argumental. Pero estamos en tiempos en que ya uno se consuela con poco, y teniendo en cuenta el sangrante abandono que la genial música de Haydn sufre en los programas, sobre la que el firmante ha escrito en ocasión previa (https://scherzo.es/haydn-el-infrecuente/), hay que recibir con el alborozo apropiado este oportuno aunque tardío estreno.
La música de Haydn, como comenté en el referido artículo, es un tesoro de creatividad, imaginación, fantasía, energía vital, contrastes, sorpresas y una combinación de sensibilidad exquisita y buen humor que la convierte en una de las más disfrutables de la historia. Orlando Paladino no es sino la confirmación, desde la misma obertura, de ese resumen. Maestro de la sorpresa, de la expectativa a partir de los silencios (pocos en la historia los manejan con este dominio), de los contrastes, la partitura, como tantas otras de este genio, tiene una luminosidad de las que eleva el espíritu. Como se señaló en el previo a esta representación publicado en Scherzo, el libreto de Orlando Paladino, de Nunziato Porta, está inspirado en último término en el poema épico Orlando furioso de Ludovico Ariosto, que a su vez fue la base de obras de Lully (Roland), Vivaldi (Orlando furioso) y Handel (Alcina, Ariodante y Orlando, esta última también presente en esta temporada del Real).
Es apropiado el subtítulo de “drama heroico-cómico” para esta música deliciosa, magistral combinación de elementos bufos y dramáticos, y uno no se sorprende de que la obra fuera muy popular (probablemente la más popular de su autor, en su momento). Lo que sorprende más bien es el relativo olvido posterior, aunque encendidos apóstoles haydnianos, desde acercamientos estéticos diversos y en momentos históricos diferentes, empezando por Dorati y terminando por Harnoncourt, hayan puesto todo su empeño en devolverle el lugar que merece.
Arias endiabladas como Non partir, mia bella face de Angelica se dan la mano con parodias sonrientes como Ho viaggiato in Francia, in Spagna, de Pasquale (con su fulgurante pasaje de canto sillabato, un genuino precursor de parodias posteriores de Mozart o Rossini) y con momentos de encantadora ternura como el aria de Orlando en el tercer acto, Miei pensieri, dove siete?. Para resumir: una maravilla de principio a fin, un auténtico jardín de delicias haydnianas que, como tantas de las suyas, es tan hermosa como endiabladamente difícil de ejecutar e interpretar a satisfacción.
El milanés Giovanni Antonini (1965), fundador del conjunto Il Giardino Armonico, era el responsable de llevar el asunto a buen puerto, precisamente al frente de su propio grupo. Antonini, embarcado ahora en la integral sinfónica haydniana para el disco (bajo el título “Haydn 2032”, el proyecto está viendo la luz con entregas periódicas y está previsto que culmine en ese año 2032, cuando se cumplan 300 del nacimiento del compositor), es un músico de extraordinaria solvencia, completo dominador de este repertorio, en el que se ha introducido con la misma energía, determinación y solidez de criterio que asombraron al mundo musical cuando hizo lo propio, en sus comienzos, con el de Vivaldi.
Aunque se mueve en coordenadas históricamente informadas, el milanés no hace ascos a dirigir orquestas modernas (sin ir más lejos, la Filarmónica de Berlín, en línea con lo que hiciera en su día Harnoncourt, y después otros muchos, de Koopman a quien recientemente también se apunta a ello, como Riccardo Minasi, para desesperación de fundamentalistas del historicismo), pero en esta ocasión lo hizo con su grupo. La plantilla (cuerda de 4/4/2/2/1, más trasverso, parejas de oboes, fagots y trompas, timbal y clave) bien pudo parecer algo corta en lo que a la cuerda se refiere, especialmente para un teatro de 1700 localidades. En todo caso, la prestación orquestal, incluyendo unas trompas naturales excelentes y un clavecinista de lujo, que brilló en los recitativos (Matteo Messori), fue espléndida, respondiendo con precisión, agilidad y exquisitos matices, colores y acentos a las variadas demandas de su director.
Antonini es maestro, como tantos colegas hoy en día, de los que no usan batuta, y como tantos compañeros del historicismo, tampoco es de técnica gestual especialmente ortodoxa, pero sus modos son de una elocuencia e implicación extraordinarias, y es difícil no identificar y conectar con facilidad su diáfana intención. El italiano sabe perfectamente extraer el mejor partido de todo lo descrito anteriormente para esta música: acentos, contrastes, matices, silencios, tensiones… todo estuvo y todo se destacó con lógica para construir un discurso lleno de vitalidad, energía, sensibilidad y vibración, salpicado siempre de sonrisas, de un humor y un entusiasmo contagiosos. Un discurso que arrastra a músicos y a público por igual, y que de principio a fin constituyó una auténtica lección magistral de cómo interpretar a Haydn.
La partitura, ya lo apuntamos, es temible, también para las voces. Y el reparto presentado ofreció una solidez encomiable. Magnífica la húngara Emőke Baráth, a la que hemos admirado en el repertorio barroco en otras oportunidades (el Giulio Cesare de Handel, sin ir más lejos). Lució su hermosa voz, con sobrada presencia, estupendos matices y envidiable agilidad a lo largo y ancho de la interpretación, con apenas algún mínimo atisbo de fatiga en el tramo final. Estupenda igualmente la polaca Natalia Rubis, que tiene una voz de precioso color, precisa y redonda emisión, sobresaliente agilidad y envidiable gracejo. Su Eurilla llegó con luminosa vitalidad y engarzó con extremo acierto con el Pasquale de su compatriota Krystian Adam.
El tenor polaco posee una voz de atractivo timbre y volumen poderoso, impactante, pero la maneja con inteligencia y sensibilidad. Ágil y con buena extensión, es además un formidable actor. Su encarnación de Licone (este, un papel pequeño) y Pasquale fue musicalmente estupenda y sencillamente descacharrante. Era realmente difícil evitar no ya la sonrisa, sino la risa franca, ante la irresistible comicidad con que dibujó su personaje, que por otra parte está planteado por Haydn de manera genial.
Con excelente presencia y más que correcta prestación vocal, el barítono-bajo milanés Renato Dolcini, y con elegancia y sensibilidad, más convincente en la parte más dolce de su personaje que en la más heroica, esta quizá un punto corta, el canadiense Josh Lovell. El tenor estadounidense Alasdair Kent fue probablemente el punto más débil del reparto. La voz tiene volumen y presencia, y ofrece finos matices, pero hay en la misión un vibrato un tanto eléctrico y de no corta amplitud, un punto de destemplanza que perjudica algo la precisión de la entonación, y que hace que suene especialmente forzado en la zona alta. Canta y matiza con gusto, como quedó patente en su aria mencionada del tercer acto, pero los problemas descritos lastran una interpretación de mejor intención que resultados. La manresana Nuria Rial, por su parte, lució su bonita voz y elegante línea, aunque el texto pedía quizá algo más de contraste, de intensidad, un tono más imperativo en momentos en los que el texto se leía más amenazante que lo que llegaba del canto.
En todo caso, una magnífica interpretación, con un reparto que se movió entre lo más que correcto y lo indudablemente sobresaliente, y con una dirección magistral de intensidad y estilo. Un jardín de delicias haydnianas que estuvo maravillosamente servido.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Javier del Real)