Haydn, el infrecuente

En la cosa de las músicas que se programan en los conciertos nunca llueve a gusto de todos. Y si hay algo que se repite con mucha frecuencia es la afirmación de que las programaciones de ciclos y orquestas son repetitivas y poco (o nada) abiertas a la novedad. A menudo escuchamos o leemos que en tal temporada nos ofrecerán ‘lo de siempre’. Hace algún tiempo, casi cuatro años, publiqué en otro foro una reflexión sobre el asunto del conservadurismo programador, algunos otros conservadurismos y las influencias que en todo ello tiene la dramática caquexia que la música padece en la educación de los jóvenes.
En aquella reflexión, comentaba, entre otras informaciones, un sesudo artículo que Miguel Ángel Marín había publicado en la revista Resonancias, también repasado en un reportaje de El País. Los datos parecían contundentes: apenas un 1,72 por ciento de los compositores eran autores del 53,3 por ciento de las obras interpretadas. En la lista ‘dorada’ de compositores más frecuentados, 33 en total, encontramos a los siguientes nombres (de más a menos interpretados): Beethoven, Mozart, Bach, Brahms, Schubert, Debussy, Ravel, Chaikovski, Shostakovich y Rachmaninov.
Una encuesta realizada más recientemente por el clarinetista José Miguel Barberá sobre más de 3.000 profesionales de la música y de la crítica de diversos países, en la que se solicitaba listar los cinco músicos preferidos, revelaba una sorprendente coincidencia: Bach, Mozart, Beethoven, Brahms y Mahler (en orden de más a menos menciones). Los siguientes cinco eran Chaikovski, Schubert, Verdi, Ravel y Shostakovich.
Los programadores, y muchos críticos, exclaman, en efecto, aquello de ‘lo de siempre’, y claman por mayor presencia de la creación contemporánea, e incluso defienden que parte de la crisis de público puede estar en que se han cansado de ese ‘lo de siempre’. Pero cuando uno ve la aceptación que tienen entre el público ciclos como el Universo Barroco del CNDM o programaciones más convencionales de ciclos sinfónicos bien populares (y no entro aquí a juzgar la calidad de las interpretaciones, sino la medida en que tienen aceptación del público), uno piensa que quizá el problema, o al menos parte del problema, no esté en ‘lo de siempre.
Recientemente leíamos que tras la pandemia mucho público no ha vuelto a los conciertos. No tengo datos españoles, pero sí hemos leído algunos datos preocupantes de fuera: una encuesta reciente en Estados Unidos revelaba que uno de cada cuatro asistentes a conciertos decía que no volvería tras la pandemia. En un evento tan popular como los Proms londinenses, la venta de entradas parece haber sido un fiasco. Según apuntaba Norman Lebrecht hace unos días, solo un 25 por ciento de las entradas se habría vendido, y el mismo Lebrecht (bien es cierto que con su conocida tendencia a los extremos) añadía poco después que probablemente esta sería la última edición de los Proms tal como los hemos conocido.
Con todo, no deja de ser curioso, sin embargo, que a veces, no se sabe muy bien si por escapar a ser señalado con ese ‘lo de siempre’ o por un imperdonable descuido (por ser suave en la calificación), nos estamos olvidando de compositores que han sido fundamentales en la historia y nos han regalado centenares de obras maestras, proporcionando impagables ratos de disfrute musical y artístico. Es más, autores sin cuyo conocimiento se entiende mal, o al menos, peor, el devenir de muchas formas musicales y de quienes después las progresaron. Autores que, si se pretende educar y atraer nuevos públicos, no pueden ser ignorados salvo que se quiera cometer un pecado de lesa historia musical.
Un caso tan paradigmático como sangrante es, en mi modesta opinión, el de Joseph Haydn. La música de Haydn es un tesoro de creatividad, imaginación, fantasía, energía vital, contrastes, sorpresas y una combinación de sensibilidad exquisita y buen humor que la convierte en una de las más disfrutables de la historia. Pero la obra de Haydn no sólo es de una belleza extraordinaria y de una dimensión enorme. Es, además, o más bien, sobre todo, un pilar esencial en el desarrollo de géneros como la sinfonía, la sonata o el cuarteto de cuerda, por poner los ejemplos más significados. He defendido, y hasta ahora no he encontrado razones para sostener otra cosa, que se entiende mucho mejor a Beethoven si se conoce bien a Haydn. Y eso vale para sus sonatas, para sus sinfonías y para sus cuartetos (y en cierta medida, también para los de Mozart). Las sinfonías de Haydn son además una magnífica herramienta de entrenamiento orquestal, como sabe bien algún maestro (Miguel Ángel Gómez Martínez) que en su día practicó una dieta haydniana intensiva con la Sinfónica de RTVE cuando desempeñó su primera titularidad en la formación televisiva.
Sin embargo, Haydn parece, entre los más ilustres nombres del pasado, una especie de patito feo, un fenómeno cuyas raíces, francamente, se me escapan. En el estudio antes mencionado de Marín, Haydn está en la lista de los 33, sí, pero ocupando un modesto decimoséptimo lugar, tras (además de los diez listados antes) Schumann, Haendel, Richard Strauss, Mahler, Stravinsky y Britten. En la encuesta de Barberá, Haydn ocupa un lugar incluso más modesto: el 23 de los 24 con más menciones (solo Vivaldi es menos apreciado entre esos 24 primeros), por detrás, además de los diez citados en un párrafo anterior, de Richard Strauss, Debussy, Stravinsky, Rachmaninov, Puccini, Wagner, Chopin, Schumann, Monteverdi, Haendel, Prokofiev y Bartók.
En estas condiciones, quizá no sorprenda, aunque a algunos, el firmante entre ellos, les deprima, que aplicar el calificativo de raquítico a la presencia de Haydn en nuestros conciertos sea incluso generoso. He tenido la paciencia de analizar algunas cosas curiosas en el ámbito sinfónico y pianístico. Y el cuadro es bastante ilustrativo. He repasado las programaciones de la Orquesta Nacional, Sinfónica de RTVE y ORCAM, además de las temporadas de Ibermúsica, correspondientes a los periodos 19-20, 20-21, 21-22 y 22-23. Es cierto que la intervención de la pandemia habrá distorsionado el cuadro (el periodo marzo-junio del 2020 en especial, donde se paró todo), pero también lo es que, con la reanudación de la actividad y las plantillas reducidas, Haydn hubiera podido ser un bocado apetitoso en la programación.
Lamentablemente, y con alguna honrosa excepción, no ha sido así. Las sinfonías de Haydn han figurado, a lo largo de estas cuatro temporadas, de la siguiente manera: cuatro obras interpretadas por la ORCAM (nº 44, 45, 49 y 93), dos por la Sinfónica de RTVE (nº 39 y 96), otras dos por la Nacional (nº 104 y la única que se escuchará en la temporada 22-23, la nº 64), y ninguna en Ibermúsica (la Sinfonía concertante en la temporada 19-20 es, en realidad, un concierto para varios instrumentos). En cuatro temporadas, y con cuatro ciclos sinfónicos anuales repasados, ocho sinfonías. En todo caso, parece claro que no nos hemos indigestado de escuchar sinfonías de Haydn. Por cierto, ni una de las hermosas Sinfonías de París ni de las cuatro obras maestras que son las nº 88-92.
Tampoco parece para tirar cohetes el panorama pianístico. En los Ciclos de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, repasados desde 2018, sólo encontramos tres apóstoles de Haydn: Christian Zacharias (Sonatas Hob XVI: 21 y 39 en 2021), Sokolov (Sonatas Hob XVI: 44, 32 y 36, pero hay que remontarse a 2018) y Schiff (Sonata Hob XVI: 20, este mismo año). Hay que hacer fiesta mayor cuando se recibe una buena dosis de las preciosas sonatas del autor de La Creación, y por eso hay que recibir con vítores discos como el que recientemente ha dedicado a dichas obras uno de nuestros compatriotas, Josu de Solaun.
En todo caso, lo expuesto deja un regusto raro. Sin entrar a analizar si eso de ‘lo de siempre’ es intrínsecamente malo o, administrado en las dosis adecuadas, puede ser perfectamente conciliable con lo nuevo o desconocido, sí conviene meditar qué o a quienes incluimos en ‘lo de siempre’, no vaya a ser que, en realidad, estemos incluyendo… lo de casi nunca. Creo que Haydn merece una presencia constante en nuestras temporadas sinfónicas. Pero algo me dice que volveremos a las pautas de los aniversarios, y en 2032, cuando se cumplan los trescientos años de su nacimiento, entre unos y otros nos regalarán un atracón que hasta nos creará problemas digestivos. Y mientras tanto, la presencia será escuálida. Una sinfonía, o ninguna. Una sonata, o ninguna. Haydn, el infrecuente. Lo de siempre, que en realidad es lo de casi nunca. Maestro Haydn, espero que nos disculpe. Algunos querríamos escuchar su música con bastante más frecuencia.
Rafael Ortega Basagoiti
1 comentario para “Haydn, el infrecuente”
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