MADRID / L’Estro d’Orfeo y el violín del ‘Seicento’
Madrid. Basílica Pontificia de San Miguel. 6-III-2023. L’Estro d’Orfeo. Violín y directora: Leonor de Lera. Obras de Uccellini, Fontana, Bovicelli, Castello, Bassano, Guerrieri, Pandolfi Mealli y Frescobaldi.
Un programa que contenga únicamente sonatas da chiesa (de iglesia, vamos) y disminuciones puede parecer muy duro de digerir. Y tal vez lo acabaría siendo si quienes se encargan de la ejecución no solo son buenos músicos, sino también expertos conocedores de este género que, cómo no, alcanzó su cenit el siglo XVII italiano. Pero si concurren ambas circunstancias, un concierto de este jaez puede resultar una experiencia inolvidable. Tras el concierto del pasado domingo de La Vaghezza en el Real Monasterio de la Encarnación, en el que se exploraba el Seicento desde otro prisma pero siempre con el violín como protagonista, ayer fue el turno, en la Basílica Pontificia de San Miguel, de L’Estro d’Orfeo, grupo fundado y dirigido por la violinista Leonor de Lera, quien parece haberse consagrado en exclusiva a este fascinante repertorio (lleva grabados ya dos discos en el sello Challenge Classics e imagino que no tardará mucho en caer el tercero).
Hay veces que no es necesario saber demasiado de música para advertir que se está siendo testigo de algo excepcional… Basta con ver las caras de los asistentes y con constatar la absoluta atención que se presta a lo que se está oyendo y el silencio reverencial que se mantiene para darse cuenta de tan gran privilegio. L’Estro d’Orfeo abordó sonatas de Uccellini, Fontana, Castello, Guerrieri, Pandolfi Mealli y Frescobaldi, así como un par de disminuciones de Bassano (Tota pulchra es) y Bovicelli (Angelus ad pastores). Y lo hizo con un grado de concentración que para sí deseara un neurocirujano cuando opera. Ni un fallo, ni un despiste, ni una mínima desafinación… Se veía en las caras de los cuatro integrantes del grupo, pero sobre todo en la de la violinista, que ni siquiera se permitió las más mínima sonrisa de complacencia o satisfacción. La compenetración fue absoluta, casi inhumana podría decirse. Pero seguramente todo ello es lo que se requiere para conseguir un resultado tan sobresaliente.
De Lera no solo es elegante en el sonido, sino también en el gesto. Fue cabalmente secundada en todo momento por sus compañeros, con un soberbio Teodoro Baù a la viola da gamba, un certero y rotundo Josep Maria Martí a la tiorba y una vivaz Federica Bianchi al clave (magnífica, dicho sea de paso, en la Toccata seconda del libro segundo de Girolamo Frescobaldi, única pieza del programa que no requirió de acción colectiva). No sobró ni faltó nada, que creo que es lo mejor que se puede decir de un concierto. Tuvo el detalle De Lera, no sé si consciente o inconscientemente, de cerrar la actuación con la Sonata quarta op. 4, “La Biancuccia”, de Pandolfi Mealli, compositor que falleció hacia 1679 en la nunciatura papal de Madrid, a no muchos kilómetros de donde se halla la Basílica de San Miguel. Pero después, L’Estro d’Orfeo tuvo la gentileza de ofrecer, a modo de propina, la Canzona seconda detta “La Bernardina” de Frescobaldi, una auténtica hermosura para poner broche a una actuación ciclópea.
Eduardo Torrico