MADRID / La Vaghezza y los orígenes italianos del ‘stylus phantasticus’
Madrid. Real Monasterio de la Encarnación. 5-III-2023. Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS). La Vaghezza. Obras de Merula, Marini, Valentini, Falconieri y Bertali.
Se suele asociar el stylus phantasticus a una música que se hacía en ciertas partes de la Europa Central en la segunda mitad del siglo XVII (Austria y Alemania, principalmente), y cuyos más insignes representantes podrían ser Biber, Schmelzer, Westhoff, Walther, Weichlein y Buxtehude, sin olvidar que, posteriormente, Johann Sebastian Bach también se dejaría seducir por este estilo. Pero lo cierto es que el stylus phantasticus surgió bastante antes. Y no fue cosa de los germanos, sino de los italianos. La raíz de esta música sería, con todo el derecho del mundo, las tocatas y fantasías de órgano de Claudio Merulo, un organista de la Basílica de San Marcos de Venecia, cuyo ejemplo prendería luego en Roma gracias a Girolamo Frescobaldi y a un alumno alemán de este llamado Johann Jakob Froberger.
El polímata jesuita Athanasius Kircher, en su libro Musurgia Universalis, decía del stylus phantasticus que “se adapta especialmente a los instrumentos. Es el método de composición más libre y desenfrenado, no está ligado a nada, ni a ninguna palabra ni a un tema melódico. Fue instituido para mostrar el genio y enseñar el diseño oculto de armonía y la ingeniosa composición de frases armónicas y fugas”. Y en efecto, este estilo, cuya eclosión tuvo mucho que ver con la emancipación del violín como instrumento solista, está relacionado con improvisación y con una forma libre, como si de una fantasía clásica se tratara.
El joven grupo La Vaghezza, que hace justo un año (días 6 y 7 de marzo de 2022), se presentaba en Madrid, en la Fundación Juan March, regresaba a la capital de España (ahora, al Festival de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid), para centrarse en lo que fueron los orígenes italianos del stylus phantasticus y en compositores como Tarquinio Merula, Biagio Marini, Giovanni Valentini, Andrea Falconieri y Antonio Bertali. Llegados a este punto, hay que hacer una observación que sirve para entender mejor el salto del stylus phantasticus de Italia a Centroeuropa: Bertali fue contratado como músico de la corte de Viena por el emperador Fernando II; llegó a ser maestro de capilla en la ciudad imperial y, a su muerte, acaecida en 1649, le sucedió en el cargo Valentini, que también fallecería en Viena veinte años más tarde.
Integrado por los violinistas Mayah Kadish e Ignacio Ramal, la violonchelista Anastasia Baraviera, el tiorbista Gianluca Geremia y el clavecinista y organista Marco Crosetto, La Vaghezza es de esos grupos que no deja a nadie indiferente. Su forma de tocar impresiona desde la primera nota hasta la última. Impresiona escucharlos, sí, pero también verlos (Crosetto toca la mayor parte del tiempo de pie, por ejemplo, al igual que hace Geremia). Tras el primer bloque del programa, el madrileño Ramal explicó al público la filosofía del grupo, que encaja perfectamente con lo que se proponían aquellos compositores italianos de principios del XVII: “Nosotros entendemos que la verdad absoluta de la música está en las partituras, porque en aquel tiempo no todo se podía codificar. Por ello, nos permitimos una mayor libertad en nuestras interpretaciones”. Una mayor libertad que podría resumirse en grandes dosis de fantasía, de imaginación y de exploración en la búsqueda de esos afectos capaces de tocar la fibra más sensible de quien escucha esta música. Y, por supuesto, sin renunciar a la improvisación, que era otra de las virtudes que caracterizaba al stylus phantasticus.
La Vaghezza dividió el programa en cuatro bloques, dedicados respectivamente a Merula/Marini, Valentini, Falconieri y Bertali, con infinidad de improvisaciones no solo entre los bloques, sino también entre las piezas de cada bloque. El planteamiento es digno de encomio, por supuesto, pero se quedaría cojo si no fuera acompañado por unas lecturas descollantes a cargo de los cinco miembros de La Vaghezza, que no son sino el resultado de una técnica prodigiosa, de un perfecto conocimiento estilístico y de una imaginación desbordante. Si no los han escuchado aún, les recomiendo su debut discográfico (Sculpting the Fabric, se llama el CD), publicado en 2021 por el sello del Festival de Ambronay, como parte de la ayuda que reciben los grupos jóvenes que, como La Vaghezza, son incluidos en el programa EEEMERGING.
Eduardo Torrico