MADRID / La Tempestad y Eugenia Boix: lo breve, si bueno, dos veces bello
Madrid. Real Basílica de San Francisco El Grande. 3-X-2021. Eugenia Boix, soprano. La Tempestad. Directora y clave: Silvia Márquez Chulilla. Obras de D, Scarlatti, Facco, Porretti y Oliver y Astorga.
De la resonante generosidad de la cúpula de la Real Basílica de San Francisco ya hemos hablado en una anterior crítica, así que no ahondaremos en la reverberación… Que diga, en la reiteración: edificio monumental y bellísimo, con monumental resonancia que pone a prueba al músico más pintado. Sin embargo, cabe destacar que los de La Tempestad, un conjunto instrumental de siete músicos estupendos, supieron lidiar con maestría esta generosa resonancia de esta fabulosa cúpula de 33 metros de diámetro, ofreciendo un bellísimo recital de generosa sonoridad.
Asistimos al sexto y último concierto (hubo tres sesiones, esta reseña se refiere a la sesión de las 17:00 del domingo) de la serie Sabatini2021, comisariado por la pianista Marta Espinós y organizado por el Ayuntamiento de Madrid para conmemorar el tricentenario del nacimiento del arquitecto Francisco Sabatini. Torméntase el alma fue el título de un recital con el que se quería rendir homenaje al compositor Domenico Scarlatti (1685-1757) y a otros compositores italianos en la cámara de los Borbones durante la vida de Sabatini. Un programa exquisitamente elaborado y que, en palabras de la directora de La Tempestad, “viene muy al pelo con la figura de Sabatini”, incluido el murciano Juan Oliver y Astorga (1733-1830), el más joven y también más longevo de los compositores en el programa.
El recital comenzó con la Sonata en Sol menor K. 88 de Scarlatti en un magnífico arreglo hecho por Silvia Márquez, clavecinista y directora artística de La Tempestad, para este conjunto de siete brillantísimos músicos. De esta obra destacamos el íntimo y hermoso trío entre la violinista Sophie Wedell, el flautista Guillermo Peñalver y el violonchelista Guillermo Turina. Sirva de paso decir que las tres sonatas para tecla de Scarlatti que se interpretaron fueron arreglos de Silvia Márquez y, sinceramente, no solo hacen honor al compositor italiano, sino que lo enriquecen y, si se me permite el atrevimiento, lo mejoran sustancialmente.
Sin solución de continuidad, entró en escena la soprano aragonesa Eugenia Boix para interpretar el recitativo Torméntase el alma al naufragar y el aria Morir es vivir del compositor Giacomo Facco (1676-1753). Boix fue quien más tuvo que lidiar con la reverberación de esta impresionante basílica para que su esbelta y cristalina voz, solvente y afinada, como en alguna ocasión la ha descrito el crítico Arturo Reverter, se amalgamase con el conjunto instrumental. Su intervención fue muy aplaudida.
A continuación, llegó la Sonata en sol mayor K. 91 en cuatro movimientos, interpretada con mucho gusto y en la que destacamos las intervenciones del flautista Guillermo Peñalver, a quien es un auténtico placer escuchar. Seguidamente, llegó el tercer compositor italiano, Domenico Porretti (1704-1784), de quien se interpretó el aria Y por qué el acierto concibe. Boix volvió a dar lo mejor de sí controlando el volumen de su voz para que reverberase lo menos posible. Tarea nada fácil, pero salió del paso con buena técnica.
De la Sonata en trío nº 2 de Juan Oliver y Astorga —compositor que murió en la miseria a los 96 años— en tres movimientos (Moderato, Adagio y Presto), destacamos bellísimo diálogo entre el violín de Lorea Aranzasti, la flauta de Guillermo Peñalver y el violonchelo de Guillermo Turina. Una interpretación íntima y exquisita, muy aplaudida.
El recital concluyó con la Sonata en do menor K. 73 de Scarlatti, que se acortó por razones de minutaje, y con la cantata de cámara Piangete, occhi dolenti, en la que Boix, magistralmente acompañada por La Tempestad, se lució sacando su voz más dramática y sensible.
En total fueron unos 50 minutos de buena música, muy poco interpretada, con los que La Tempestad y Eugenia Boix demostraron que lo breve, si bueno, dos veces bello… (a pesar de la cúpula y sus generosas resonancias).
Michael Thallium