MADRID / El último alarde de Alard

Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 19-III-2022. Bach: Clavier-Übung III. Ciclo Bach Vermut. Benjamin Alard, órgano.
La grandiosa Fuga en Mi bemol mayor BWV 552/2 fue el mejor colofón posible a uno de los acontecimientos musicales más formidables que ha vivido Madrid en los dos últimos años: el Proyecto Clavier-Übung del Centro Nacional de Difusión Musical. Han sido seis conciertos en los que el clavecinista y organista francés Benjamin Alard ha explorado las cuatro partes del Clavier-Übung de Johann Sebastian Bach. Tras su prodigiosa interpretación del pasado jueves en la Sala de cámara del Auditorio Nacional de las Variaciones Goldberg, le tocaba ahora el turno, en la Sala sinfónica y en el impresionante órgano Grenzing, a la parte tercera de estas prácticas de teclado, la popularmente conocida como Misa alemana para órgano, de la que ya interpretó una selección, hace justo ahora un año (exactamente, el 21 de marzo de 2021), junto a los Seis corales Schübler BWV 645-650 y a las las variaciones canónicas Vom Himmel hoch, da komm ich her BWV 769.
Publicado en 1739, el Clavier-Übung III consta de nueve preludios corales para la misa luterana y doce para el catecismo, más cuatro dúos, todos enmarcados por un preludio y una fuga en Mi bemol. Apasionado de las matemáticas como era, Bach recurre en esta obra a un marcado simbolismo numerológico: el tres es un símbolo de perfección (en clara alusión a la Santísima Trinidad), la clave de Mi bemol tiene tres bemoles, y el Preludio y la Fuga tienen cada uno tres secciones principales y tres temas. No hace falta recordar aquí que nos encontramos ante una de las obras más complejas a las que se puede enfrentar un organista, pues explora todos y cada uno de los de los recursos técnicos del instrumento. Un auténtico tour de force, del que no todos logran salir airosos.
El objetivo de Bach en esta tercera parte del Clavier-Übung era cuádruple: un programa de órgano idealizado, tomando como punto de partida los recitales ofrecidos por él mismo en Leipzig; una traducción práctica de la doctrina luterana en términos musicales para uso devocional; un compendio de música para órgano en todos los estilos y modismos posibles, tanto antiguos como modernos; y una obra didáctica que presenta ejemplos de todas las formas posibles de composición contrapuntística y que va mucho más allá de todos los tratados anteriores sobre teoría musical.
Alard, como en él es costumbre, se sentó frente al instrumento y permaneció impasible aproximadamente medio minuto, quizá buscando la máxima concentración propia, quizá dando un margen al oyente para que se metiera de lleno en la mágica atmósfera que rodea a esta música… Empezó a sonar majestuoso el Preludio en Mi bemol mayor BWV 552/1 y Alard fue desgranando con insultante facilidad corales y preludios. Las cámaras colocadas en el órgano Grenzing daban fe de su absoluto dominio de la obra: cara relajada y hasta sonriente; dedos que flotaban sobre el teclado y que parecían acariciar más que pulsar, y pies que levitaban sobre el pedalero como si estuviera bailando claqué.
No vamos a insistir en que la acústica de un auditorio moderno de música no tiene nada que ver con la acústica de la Thomaskirche de Leipzig, ni en que el sonido de un órgano del siglo XX, por muy bien construido que esté (como sucede en el caso que nos ocupa) es muy diferente al de aquellos órganos Silbermann que tocaba Bach… Son detalles menores cuando quien se encarga de la interpretación es un artista de proporciones titánicas. Lo escribía hace un mes al hilo de su cuarto concierto de este ciclo y tengo que reiterarlo: Alard es el gran exégeta bachiano de nuestros días. Si Bach es el dios de la música, Alard es su profeta enviado a la tierra para enseñarnos el camino de la salvación.
Eduardo Torrico
(Foto: Rafa Martín)