MADRID / Bach, Haendel, Corelli y Koopman, perfecto equipo navideño
Madrid. Auditorio Nacional (Sala sinfónica). 20-XII-2021. Ibermúsica 21-22. Amsterdam Baroque Orchestra & Choir. Ilse Eerens, soprano. Clint van der Linde, alto. Tilman Lichdi, tenor. Jesse Blumberg, barítono. Director: Ton Koopman. Obras de Bach, Haendel y Corelli.
El último concierto de Ibermúsica en este raro año 2021 que se despide con perspectivas víricas poco halagüeñas traía de la mano la presentación (en lo que a Ibermúsica se refiere) del Coro y Orquesta Barrocos de Ámsterdam, bajo la dirección de quien los fundó, respectivamente, en 1992 y 1979: el clavecinista, organista y musicólogo neerlandés Ton Koopman. Al aliciente de dicha presentación se añadía, además, un programa tan festivo como bien armado y con obras que, pese a la celebridad de sus autores, no son tan habituales como a priori podría pensarse.
Abría el menú el Magnificat en Re mayor BWV 243 de Bach, una partitura festiva y jubilosa, brillante, una de las páginas, como señala Álvaro Marías en sus notas, más luminosas, alegres y emotivas de la producción sacra del Cantor. Se optó en esta ocasión por la versión en Re mayor, de 1733, que por otra parte es la más habitual, aunque quizá hubiera tenido interés, dada la fecha en que se celebró el concierto, poder escuchar la que tiene el número 243a, diez años anterior, escrita en Mi bemol mayor y con cuatro himnos propios de la Navidad intercalados en el texto del Canticum Mariae (a saber, Von himmel hoch, Freut euch und jubiliert, Gloria in excelsis y Virga Jesse floruit). En línea con lo apuntado antes, hay que anotar que la obra solo ha aparecido anteriormente un par de veces en el ciclo de Ibermúsica, la última de ellas en el año 2004.
La segunda parte estaba ocupada por el más infrecuente Te Deum por la victoria de Dettingen HWV 283 de Haendel, partitura (no escuchada antes en este ciclo y nada frecuente en otros) que el de Halle escribió en julio de 1743, apenas un mes tras la batalla de los británicos y sus aliados frente a los franceses en la localidad alemana de Dettingen, saldada con la victoria de los primeros. La obra, como parte de un día público de acción de gracias, se compuso a la haendeliana velocidad de apenas quince días, y tiene un carácter en el que, aunque se mezclan lo religioso y lo marcial, casi (o sin casi) militar, se respira el muy haendeliano (y sobre todo muy británico) clima de solemne grandeza. La pompa y circunstancia en versión coral barroca o, como se ha llegado a decir, con bastante tino, un panegírico marcial. Significativo el hecho de que, pese al título latino, el texto entero está en inglés, y en realidad, se le podría conocer perfectamente con las palabras que abren el primer número: We praise Thee, O God.
A anotar también que las velocidades Haendelianas muchas veces eran posibles, aparte de por el extraordinario talento del sajón, por el cuidado reciclaje que hacía de su propia música, de manera que es muy posible que el inicio instrumental de All the earth doth worship Thee les suene familiar a quienes conozcan bien el aria de alto Their land brought forth frogs del oratorio Israel en Egipto. Por parecidas razones, habrá partes de la partitura del coro con trompetas Day by day we magnify Thee que sonarán, con razón, muy emparentados con el famoso The trumpet shall sound de El Mesías. Y lo mismo cabe apuntar del número final Oh Lord, in Thee have I trusted, igualmente cercano al final de este oratorio.
Decía antes que también HEandel reciclaba de la ajena. Mi querido colega Eduardo Torrico recogía en un artículo reciente de SCHERZO la extrema proximidad, por decirlo finamente, de este Te Deum handeliano con el del sacerdote franciscano Francesco Antonio Urio (fecha de nacimiento por determinar, muerte en torno a 1719), que puede escucharse en esta grabación del conjunto Música Antiqua Köln dirigido por su fundador, Reinhard Goebel. Otras partes de este Te Deum de Urio encontraron camino en distintos oratorios del sajón, incluyendo el precitado Israel en Egipto, SaUl o L’Allegro, il Penseroso ed il Moderato.
En medio de estas dos partituras corales, aparecía la única obra exclusivamente instrumental del programa: el Concerto grosso en Sol menor, octavo de los op. 6, de Arcangelo Corelli, que lleva el explícito subtítulo de “Fatto per la notte di natale”, página también alegre y luminosa, con hermoso diálogo en el esquema concertino-ripieno.
Ton Koopman (Zwolle, 1944) es un músico de una sabiduría enciclopédica y de una personalidad tan atractiva como sencilla. Riguroso pero extrovertido, se mueve decididamente mejor en la música más luminosa, alegre y festiva que en las aguas más introspectivas o dramáticas, algo que puede apreciarse en sus registros de la obra coral de Bach, donde páginas como el ahora escuchado Magnificat o algunas de las cantatas más festivas encuentran lo mejor de su personalidad.
Planteó el neerlandés la interpretación con un contingente de cuerda suficiente (4/4/2/2/1, en el que por cierto hay que destacar la poderosísima sonoridad del contrabajista Michele Zeoli) más pareja de oboes (matrícula para Nienke van der Meulen en su parte de oboe d’amore en el Quia respexit) y flautas, fagot, tres trompetas, timbal y órgano (en realidad dos, puesto que el propio Koopman asumió el continuo en las arias, incluyendo un sonriente ornamento final en el Esurientes implevit), junto a un coro de veinte voces.
Koopman se acerca (como también hace desde el teclado) a la música con contagiosa vitalidad, y la tuvo su acercamiento bachiano, desde el principio. Matices, inflexiones y acentos quedaron dibujados con nitidez y acierto, en una interpretación que llegó con grandeza sin grandilocuencia, expresividad sin excesos, contraste y luminosidad. Tuvo también la apropiada solemnidad y grandeza, y hasta la necesaria marcialidad, su planteamiento de la obra de Haendel.
Respondió la orquesta con una prestación de excelente nivel, incluso las trompetas naturales en su nada fácil cometido (algún pequeño y esporádico roce, como el observado en coincidencia con la primera entrada del alto en el Te Deum, no empaña una labor de magnífico nivel), y en el que brillaron, además de los citados oboes, la pareja de flautas y una cuerda de impecable empaste y agilidad.
El irreprochable acercamiento a la obra de Corelli pudo haber tenido algo más del atrevido ímpetu y ancho contraste que grupos italianos (pienso en Il Giardino Armónico) han llevado a la partitura, pero la música nos llegó no obstante con lucidez y alegría suficientes.
El Coro Barroco de Ámsterdam es una formación sólida, bien conjuntada, aunque su empaque y agilidad no alcanzan el nivel de los conjuntos punteros como el Coro Monteverdi de Gardiner o el Collegium Vocale de Herreweghe. Su contribución en la obra de Bach bien puede considerarse más que notable, con momentos especialmente afortunados en los números inicial y final de la obra o en la precisa articulación y matiz del Sicut locutus est.
Teniendo en cuenta el mencionado empaque y volumen desplegado, creo que la partitura de Haendel, que como se apuntó tiene mucho de pompa, se hubiera beneficiado de un contingente algo mayor (no necesariamente mucho mayor). De hecho, los neerlandeses bisaron el último número, Oh Lord, in Thee have I trusted, y en esta ocasión los solistas (incluida la soprano que solo había tomado parte en el Magnificat bachiano) se incorporaron a la masa coral. Es significativo anotar que esa participación añadida se notó, y bastante, para bien.
El cuarteto solista, en fin, desplegó un nivel algo irregular, más correcto que brillante. Se produjo con solvencia la soprano Eerens en el Et exultavit, una voz de grato timbre, no grande pero suficiente, manejada con austero vibrato, precisa entonación y acertado matiz. Tampoco es grande la voz del alto van der Linde, que canta con gusto, pero cuya entonación tiende a pecar por baja, y se antojó tal vez el punto más flojo del elenco. Puede decirse lo contrario de Lichdi, el mejor de los cuatro, con una voz de presencia y volumen suficientes, y que dibujó con soltura y precisión la exigencia de su Deposuit potentes. Correcto sin más, con algún ataque de entonación no del todo precisa, el barítono Blumberg.
En resumen, precioso programa el planteado por Ibermúsica para estas fechas: una velada barroca con música maravillosa, estupendamente transmitida, como cabía esperar de este veterano y magnífico músico que es Ton Koopman. Lo entendió así el público que abarrotaba la sala del auditorio nacional y aplaudió con calor hasta obtener el ya mencionado regalo.
Aprovecho la ocasión de esta última reseña del año por parte de quien esto firma para desear feliz Navidad a todos los lectores de SCHERZO.
Rafael Ortega Basagoiti
(Foto: Rafa Martín – Ibermúsica)