MADRID / Alberto Miguélez: la belleza inusual de la voz de un contratenor
Madrid. Teatro de la Zarzuela. 4-I-2022. Ciclo Notas del Ambigú. Alberto Miguélez Rouco, contratenor. Teodoro Baù, viola da gamba. Pablo FitzGerald, laúd y guitarra. Obras de Torres, Corelli y Murcia.
Los Mackworth fueron una familia de notables políticos y militares británicos que labraron su fortuna a lo largo del siglo XVII. Humphrey destacó durante la Guerra Civil inglesa (perteneció al consejo privado de Oliver Cromwell y fue miembro de la Cámara de los Comunes) y su hijo, de igual nombre, fue gobernador militar de Shrewsbury durante el Protectorado, cargo que aprovechó para atesorar tierras en esa parte de Inglaterra y en el sur de Gales. Ya en el XVIII, sus descendientes se hicieron inmensamente millonarios con la explotación de minas de carbón en Gales. Uno de ellos, llamado Herbert (1737-1791), fue un gran melómano que compró una colección de cantatas profanas españolas de los primeros años de ese siglo (copiadas en Italia), la cual hoy se haya custodiada en la biblioteca del Departamento de Música de la Universidad de Cardiff.
Conocida como Manuscrito Mackworth, la colección contiene obras de Durón, Literes, Rabassa o Zanduey, entre otros. Pero si por algo destaca es porque en ella se encuentran doce magníficas cantatas de José de Torres, quien por ese entonces no había alcanzado aún la importancia en la vida musical española que tendría posteriormente (primero, como organista de la Capilla Real de Madrid; luego, como maestro titular de esa Capilla Real y como rector del Real Colegio de Niños Cantores), aunque ya había conseguido labrarse cierto prestigio gracias a fundar en 1699 la Imprenta de Música (única existente en España), de la que sería director hasta su muerte, acaecida en 1738.
El Manuscrito Mackworth se dio a conocer en 1973 y es, desde luego, una de las fuentes más importantes (si no directamente la más importante de todas ellas) para conocer la música profana que se hacía en aquel momento en España. Un momento clave en la vida la política del país, ya que Borbones y Habsburgos luchaban por el trono español, pero también en la vida musical, pues los compositores que llegaron aquí con ellos (en su mayor parte italianos, tanto en el caso de Felipe de Anjou como del archiduque Carlos) acabarían cambiando radicalmente el paisaje sonoro.
Para algunos, entre los que me incluyo, el descubrimiento del Manuscrito Mackworth fue consecuencia de un disco con obras de Torres publicado en 2004 por el sello Verso, el cual estaba protagonizado por la añorada soprano María Luz Álvarez (establecida definitivamente en Canadá desde más o menos aquel año) y un grupo llamado Gabinete Armónico, en el que figuraba, entre otros, el arpista compostelano Manuel Vilas, acaso uno de los intérpretes que ha buceado con mayor profundidad y entusiasmo en este manuscrito. El CD incluía cinco cantatas del compositor madrileño: Esfera de Neptuno, Venza la feliz flecha, Sobre las ondas azules, Pájaros que al ver el alba y Quién podrá.
El joven director y contratenor Alberto Miguélez Rouco (La Coruña, 1994), fiel al compromiso que ha autocontraído de recuperar la música española de ese periodo, ofreció ayer un recital en el ambigú del Teatro de la Zarzuela, en el que se pudieron escuchar cuatro cantatas de Torres del Manuscrito Mackworth: dos de las que cantó María Luz Álvarez en el referido CD (Esfera de Neptuno y Sobre las ondas azules) y dos nada frecuentadas: Yace a la fresca orilla y Trémula, tibia luz. A Miguélez lo acompañaron el violagambista italiano Teodoro Baù y el laudista y guitarrista madrileño Pablo FitzGerald, ambos igual de jóvenes que Miguélez y, como él, forjados en ese inagotable semillero de talentos que es la Schola Cantorum Basiliensis.
La música de Torres, al que solo en los últimos años se le está dando la importancia que realmente tuvo, es extraordinaria, por mucho de que estas cantatas de cámara del Manuscrito Mackworth disten no poco de la grandilocuencia de las escritas por él a partir de 1718. Torres, sin renunciar a su raíz castiza, fue uno de los compositores españoles que mejor supo asimilar aquellos aires italianizantes. Aquí se perciben menos que en sus obras postreras, pero ya suponen un giro decisivo en el aspecto estilístico.
Como indiqué recientemente a raíz de su intervención en la ópera haendeliana Partenope que William Christie dirigió en el valenciano Palau de les Arts, la voz de Miguélez es inauditamente bella comparada con la de buena parte de los contratenores de nuestros días. Y tal vez esa belleza radica en su naturalidad: su emisión en ningún momento es forzada; no tiene que desgañitarse para alcanzar las notas más agudas. Creo que esta es la pauta que están siguiendo algunos de los más destacados contratenores de esta última generación: esa misma bella naturalidad se constata en la voz del inglés Hugh Cutting, quien, junto a Miguélez, ha integrado el elenco de la Partenope que antes mencionaba (ambos figuran en la última edición de Le Jardin de Voix, la academia vocal para jóvenes valores que dirigen con carácter bienal Christie y Paul Agnew).
El acompañamiento de Baù y FitzGerald fue de lo más adecuado, si bien al principio se percibieron algunos pequeños desajustes, que no tardaron en subsanarse. Ambos brillaron en dos movimientos de la Sonata para violín op. V nº 3 de Arcangelo Corelli (en la conocida transcripción anónima para viola da gamba), y FitzGerald, por su parte, se descolgó a la guitarra con una brillante versión del endiablado Fandango de Santiago de Murcia contenido en el mexicano Códice Saldívar. Como fin de fiesta, los tres se lucieron (Miguélez, con castañuelas barrocas incluidas) en las seguidillas y fandango de la zarzuela de José de Nebra Vendado es amor, no es ciego, grabada, por cierto, bajo la dirección del propio Miguélez con su grupo (Los Elementos) y publicada en 2020 por el sello Glossa.
Eduardo Torrico