Lucas Macías: Del atril al podio
No es habitual que un instrumentista salte del atril al podio en el mejor momento de su carrera. Lucas Macías (Valverde del Camino, Huelva, 1978) optó por abandonar un puesto como solista de oboe en la prestigiosa Orquesta del Royal Concertgebouw de Ámsterdam, con 36 años, para iniciar una carrera como director de orquesta. Pero no ha dejado de tocar el oboe, un instrumento que enseña en la Hochschule für Musik de Friburgo de Brisgovia, y sigue tocando en la Orquesta del Festival de Lucerna. Atendió a Scherzo recién llegado de Hamburgo, donde había tocado como solista Grande aulodia de Bruno Maderna, bajo la dirección de Riccardo Chailly. Y este mes tocará y grabará el Concierto para oboe de Richard Strauss. Lo hará en la capital asturiana, donde asume su primera titularidad como director de orquesta al frente de la Oviedo Filarmonía, un conjunto que cumple veinte años con muchos proyectos por delante. Macías está centrado en una ascendente carrera como director de orquesta, tras dos años como asistente de Daniel Harding en la Orquesta de París, y una nutrida trayectoria como director invitado en muchas ciudades españolas. Habla de su evolución y sus influencias, en donde destaca la huella de Claudio Abbado, con quien trabajó estrechamente durante diez años hasta su fallecimiento, en 2014.
(…) Como oboísta, la coronación de su carrera fue quizá el nombramiento, en 2007, como solista en la Orquesta del Royal Concertgebouw. Pero antes había trabajado en varias formaciones sinfónicas y conquistado varios premios. ¿Cómo recuerda esa etapa?
Fue una etapa dura. Ya durante mis estudios con Holliger toqué en la Joven Orquesta Nacional de España (JONDE) y, años después, en la Gustav Mahler Jugendorchester (GMJO). Pero, tras obtener mi diploma en Friburgo, estuve un año tocando en la Stadtorchester Winterthur. Después fui admitido en la Academia Karajan de la Filarmónica de Berlín, en cuyo segundo año gané una plaza en la Orquesta de Cámara de Lausana con Christian Zacharias. Y, en todo ese proceso, seguí colaborando con otras orquestas o gané varias distinciones, como el primer premio del Concurso Internacional de Oboe de Tokio, de la Fundación Sony, en 2006.
También se hizo realidad su sueño de conocer y trabajar con Claudio Abbado, tal como reconoció en el diario El País tras su fallecimiento.
Por supuesto. Lo conocí en Bolzano durante la preparación de la gira de Pascua de la GMJO, en abril de 2004. Nos dirigió un programa mahleriano con la Novena sinfonía y el final de La canción de la tierra. Y ya el primer día quiso hablar conmigo. Me dirigí a él como “maestro”, pero me respondió: “Llámame Claudio”. Y me propuso tocar en la Orquesta Mozart que iba a fundar en noviembre de ese año. Desde entonces se creó entre nosotros un lazo de amistad y colaboración muy especial.
Imagino que la influencia de Abbado habrá sido determinante en su decisión de dar el salto desde el atril de la orquesta al podio de director.
Yo conocí muy bien su filosofía de hacer música tocando con él. Primero en la GMJO, después en la Orquesta Mozart y, a continuación, en la Lucerne Festival Orchestra. Recuerdo que terminábamos en Lucerna con él un sábado y el lunes me incorporaba al Concertgebouw. Y era como volver a una orquesta de provincias. La experiencia de tocar varias semanas con Abbado en Lucerna no podía compararse con tocar ni siquiera con la Concertgebouw o la Filarmónica de Berlín. Hizo que mi trabajo en Ámsterdam fuera menos interesante, por el nivel e intensidad con que trabajábamos en Lucerna. Y todo ello a pesar de que hubiera dos o tres semanas fascinantes al año en la Concertgebouw con Mariss Jansons, Bernard Haitink o Nikolaus Harnoncourt. Tras siete años tocando el mismo repertorio empecé a sentir cierta rutina en mi trabajo. Decidí separarme un poco de mi instrumento. Buscar otra relación con la música a través de la partitura general y no limitada a la parte del oboe. Y fue entonces cuando decidí estudiar dirección de orquesta.
¿Y cuándo tomó exactamente esa decisión?
Hubo dos acontecimientos, a comienzos de 2014, que me decantaron hacia la dirección orquestal. En primer lugar, el fallecimiento de Abbado, en enero. Y, en segundo lugar, el anuncio de Mariss Jansons de su salida de la Concertgebouw, en marzo. Fue entonces cuando comprendí que si quería ser director era entonces o nunca. (…)
Pablo L. Rodríguez
(Extracto de la entrevista publicada en el nº 355 de Scherzo, de octubre de 2019)
[Foto: Marco Borggreve]