GRANADA / Officium Ensemble: Preciosa polifonía ibérica en el mejor marco

Granada. Monasterio de San Jerónimo. 72 Festival de Granada. 25-VI-2023. Officium Ensemble. Dir: Pedro Teixeira. Obras de Vivanco, Lopes Morago, Magalhães, Cardoso y Victoria.
Del esplendor sinfónico escuchado anoche a la JONDE, volvemos a la serena solemnidad del templo renacentista de San Jerónimo. Si ayer lo disfrutábamos en los bellos sonidos del órgano del crucero del templo, en las hábiles manos de Benjamin Alard, hoy tocaba otro evento también coproducido por el CNDM: el protagonizado por el Officium Ensemble, centrado en la figura del abulense Sebastián de Vivanco (c.1551 o 1553?-1622), de cuya muerte se cumplieron cuatrocientos años el pasado año. Si ayer citaba a nuestro añorado Eduardo Torrico al hablar de Benjamin Alard, hoy he de hacer otro tanto al recordarle de nuevo, justamente con ocasión de su reseña de un concierto ofrecido por El León de Oro en octubre del año pasado, cuando recordaba que casi nadie se había ocupado de reivindicar la figura de (sus palabras) “otro gigante: Sebastián de Vivanco”. El aniversario ha ocupado también a otros conjuntos, desde El León de Oro a Stile Antico, pasando por las formidables grabaciones, también reseñadas desde estas líneas, de la Capilla Flamenca o el Ensemble Plus Ultra. Como suele ocurrir, más aún con músicos preteridos, las efemérides despiertan interés, y al muy especial demostrado por Salamanca, como ciudad donde fue catedrático y maestro de capilla, bien está que se añadan otras ciudades que permitan escuchar esta oportuna, aunque tardía, reivindicación. La música de Vivanco es, en efecto, bellísima, y hemos tenido ocasión de disfrutar de ella en la mañana de hoy, en el precitado marco del monasterio de San Jerónimo. Los interesados en la relevante figura de este contemporáneo de Victoria, harán bien en explorar el sabroso artículo que Michael Noone publicó en Scherzo en enero de este año (https://scherzo.es/sebastian-de-vivanco-catedratico-y-compositor-de-excelentissima-harmonia-gallardo-artificio-y-arte/).
Lo escuchado hoy de Vivanco lo ha sido en el seno de un programa sabiamente edificado por Pedro Teixeira, el director del conjunto luso Officium Ensemble, en el que, bajo el oportuno título genérico Magister Musicae, que ya ofreció en Salamanca, programado por el citado CNDM, y antes en Úbeda, en el FeMAUB de 2021, del que existe grabación (que pueden ver aquí: https://www.youtube.com/live/XXj7R5euF68?feature=share), el centro lo constituye la Misa compuesta por Vivanco sobre un motete a 5 voces, Assumpsit Iesus, ofrecido como pieza inicial del concierto. Las diferentes secciones de la misa (Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus, Agnus Dei) se ofrecieron intercaladas con motetes del propio Vivanco (Surge, Petre, O, Domine Iesu Christe, Quae es ista y Surrexit pastor bonus, los dos últimos tras el Agnus de la misa), de compositores portugueses relevantes en el género, como Filipe de Magalhães (c. 1571-1652), de quien escuchamos su Commissa mea, o Manuel Cardoso (1566-1650), autor de Sitivit anima mea, además de un compositor nacido en España aunque de niño trasladado a Portugal, como Estêvão Lopes Morago (c. 1575-d. 1641), de quien se nos ofreció el hermoso motete a 5 Montes Israel. El cierre de este interesante recorrido por la polifonía ibérica no podía ser de otro que el del contemporáneo de Vivanco y responsable indirecto e involuntario del oscurecimiento de su fama: Tomás Luis de Victoria, con su maravilloso O sacrum convivium.
Compuesto por 13 voces (4 sopranos, 3 altos, 3 tenores y 3 bajos), el conjunto portugués Officium Ensemble, fundado en 2000 por su director, Pedro Teixeira, y al que, además de en Salamanca y Úbeda con este programa, se le pudo escuchar en un monográfico de polifonía portuguesa en el FIAS madrileño, tiene una justamente destacada presencia en el ámbito de la música antigua. Voces bien timbradas, con excelente empaste y entonación generalmente precisa, manejadas con sabiduría y equilibrio por Teixeira que, sin caer en excesos que perjudiquen la severidad y recogimiento del género, dibuja inflexiones y matices con exquisita sensibilidad, de forma que la música llega en su oportuno carácter, sea éste el de la más extrovertida exaltación (buena parte del Gloria de la Misa, y especialmente su final, pero también el jubiloso Sanctus y el precioso motete Surrexit pastor bonus, además de la magnífica recreación del motete de Victoria que cerró el concierto) o el de la más austera y solemne intimidad (Et incarnatus y Crucifixus del Credo, motete O Domine Jesu, en el que los cantantes cerraron el semicírculo en el que cantaban para completar un círculo alrededor de su director; parte de sopranos y bajos quedaron así de espaldas al público y el efecto sobre el balance de las voces fue realmente singular).
Dentro de un sobresaliente equilibrio general, parecieron con más cuerpo y precisión sopranos y bajos que tenores y altos, pero algún mínimo momento de entonación menos firme de estos no debe empañar una magnífica prestación general y una dirección modélica por parte de Teixeira, que extrajo mil y un sutiles pero imprescindibles matices y acentos que ahondaron en la profundidad expresiva de una música de enorme belleza, en la que siempre quedó bien patente el tejido contrapuntístico, pero en la que jamás hubo atisbo alguno en el que la austera severidad devorara la expresión. El público, que llenaba el aforo del monasterio, así lo valoró, y el éxito fue muy grande.
Teixeira dirigió un par de breves parlamentos en perfecto castellano. En el primero explicó el origen español, aunque con vida realmente portuguesa, de Lopes Morago. En el segundo, tras agradecer los muchos aplausos recibidos, explicó la propina que iban a ofrecer, de un músico que siguió el curso opuesto a Lopes Morago: Esteban de Brito (o Estêvão de Brito, en portugués) nació en Serpa, hacia 1575, pero que ejerció y falleció en Málaga (1641). De él nos llegó un precioso motete para doble coro, O rex gloriae, en el que se lució con brillantez la exaltación expresiva por parte del conjunto portugués.
Quizá hubiera procedido alguna indicación (no la hubo) sobre la conveniencia de aplaudir solo cada bloque o, mejor aún, solo al final. La falta de la misma generó confusión, y lo que comenzó en conatos de aplausos más o menos desordenados culminó en alguno (el ocurrido tras el Et in spiritum sanctum de la Misa) que resultaba abiertamente improcedente. Cosas menores, porque lo que vivimos fue un estupendo concierto, en suma, con un programa de gran belleza, muy bien construido, e interpretado de manera sobresaliente, en un marco maravilloso y de inmejorable adecuación para una música como esta.
Rafael Ortega Basagoiti
(fotos: Fermín Rodríguez)