GRANADA / Benjamin Alard: unas ‘Variaciones Goldberg’ para la posteridad
Granada. Auditorio Manuel de Falla. 27-VI-2023. Benjamin Alard, clave. Bach: Variaciones Goldberg.
El primero de los conciertos del ciclo —de los variados que articulan la programación del festival de Granada, por lugares, géneros o autores— titulado significativamente Solo Bach, comenzó con una de las obras fundamentales del Cantor y con uno de sus intérpretes más significados: nada menos que el tour de force de las Variaciones Goldberg BWV 988 interpretadas por Bejamin Alard (quien ya había protagonizado otro concierto previo en el Festival, una matinée de órgano en la iglesia de San Jerónimo, reseñada de forma muy interesante y precisa en esta revista por Rafael Ortega, y donde justamente aludía éste a cómo Bach constituía una de las señas de identidad del intérprete).
El concierto tuvo, además, algunas peculiaridades objetivas que lo hacían especialmente interesante. Cuando en el título he aludido a que fueron unas Variaciones para la posteridad era una afirmación literal. La sesión se grabó para constituir luego un disco (producido por Harmonia Mundi) dentro del ciclo que Alard está grabando de la música de Bach para teclado —fuimos por tanto testigos privilegiados de una grabación en vivo—. La segunda peculiaridad, no menos interesante, era el instrumento: en lugar de optar por un clave barroco, Alard interpretó las Variaciones Goldberg en el clave Pleyel de dos teclados (esto sí especialmente apropiado para esta obra, como pudo apreciarse en las variaciones que implicaban un diabólico cruce de manos, casi imposible sin estos, además de estar indicado en el título completo de la obra), Gran Modéle de concert, donado por Rafael Puyana, discípulo de Falla, a su fundación, y que además —esto no del todo claro— sería aquél perteneciente a Wanda Landowska y con el que se habría estrenado, por ejemplo, El retablo de Maese Pedro (y que, por cierto, también se utilizó para interpretar esta pieza en el concierto inaugural, tocado entonces por Juan Carlos Garvayo).
El instrumento, de hecho, se erigió en cierto modo en el quid del concierto. Con su sonoridad y sus características particulares determinó el devenir de la interpretación que, en ese sentido, adquirió cierta cualidad de experimento en vivo por parte del intérprete. Por una parte, no se le terminó de ver cómodo con los registros, con ciertas dudas y cambios, a veces brusco en la manipulación de los pedales. Por otro, se puede decir que, con su grandísimo sentido musical y su conocimiento de Bach y de la obra, Alard hizo de la necesidad virtud y, a partir de la poca sonoridad del instrumento, realizó una interpretación límpida y extremadamente precisa, de fraseo levísimo, con un virtuosismo fuera de toda duda (la variación decimocuarta, por ejemplo, resultó asombrosa en este sentido); también muy sobria, —se notó por contraste cuando, más relajado, ejecutó una propina, también de Bach pero que no pude identificar con precisión, mucho más expresiva—. Por lo demás, casi podríamos incurrir en la crítica enológica para destacar cómo, también a partir de un instrumento tan peculiar, Alard sacó sonoridades muy curiosas que conseguían extrañar las distintas variaciones y permitir una escucha novedosa: podríamos hablar de tonos cercanos al laúd (previsibles), pero otros menos, como los cercanos al arpa o, incluso, al órgano. Cuando por fin salga al mercado del disco, y al margen de la ingeniería sonora, podremos de nuevo evaluar con calma y perspectiva esta interpretación sin duda singular.
José Manuel Ruiz Martínez
(foto: Fermín Rodríguez)