En la muerte de Joaquín Martín de Sagarmínaga: un genio andaba suelto

La noticia acaba de llegar, durísima: ha muerto en Madrid Joaquín Martín de Sagarmínaga. Con él, el más excéntrico y agudo de los críticos, se va también una parte de la historia de SCHERZO —su primera colaboración llegaría muy pronto, en el nº 18, en octubre de 1987: Rita Streich: in memoriam—. Tuve el honor, la suerte y el orgullo de tenerle aquí cuando dirigía la revista y de —bastante antes— haber sido el editor de un libro que le hizo pasar a la verdadera historia de la crítica musical española, su ejemplar e imprescindible Diccionario de cantantes líricos españoles, una cima absoluta en su género. Sus centenares de críticas, siempre tituladas con ese sentido del humor personal e intransferible que le caracterizaba, dieron fe también de cómo les cuesta a determinadas personalidades jugar el juego de la notoriedad, del salto que en su caso no habría sido nunca en el vacío. Los grandes diarios se lo perdieron en aquella época en que la crítica musical aún tenía cierta importancia. Y es que Joaquín lució mucho menos de lo que merecía, entre otras cosas porque la feria de las vanidades no era precisamente lo suyo, con esa personalidad única que se manifestaba desde la timidez más conmovedora a lo que para él debía ser la mayor muestra de arrojo posible cuando irrumpía en una conversación que le interesaba tanto como para no resistirse a estar en ella.
Esa fragilidad de Joaquín —que había nacido en Bilbao hace sesenta y cuatro años— era también su arma imbatible cada vez que había que negociar algo con él. Desde la extensión de una crítica a cómo quedar para corregir las pruebas de su libro —casi siempre un viernes a la hora de cerrar la editorial y consiguiendo que allí siguiéramos hasta rematar la tarea que podíamos haber hecho en cualquier otro momento de la semana–, todo era el resultado de una forma personal e intransferible de ir por el mundo, a veces disfrazado de una engañosa ingenuidad, otras mostrando toda su sabiduría con una naturalidad desarmante. Una llamada suya para cualquier cosa era una alegría, por poder así saber de él pero también porque el motivo siempre era estimulante: desde la búsqueda de una vieja referencia, o el recuerdo a un texto tuyo que le había gustado especialmente —también sabía ser seductor a su manera— a una encuesta entre unos cuantos acerca de quién era nuestro pianista de jazz favorito o las voces de tenor más bellas.
Me he acordado mucho de Joaquín en los tiempos anteriores a este día tristísimo. He querido saber de él a través de sus amigos más cercanos, de alguno de los pertenecientes a ese grupo de fieles que lo rodeaban antes y después de los conciertos. Fieles de militancia, diríamos, diaria, aunque, a lo largo del tiempo y la distancia, lo fuéramos todos los que le conocimos y por eso lo admirábamos tanto. La última vez, hace sólo unos días, en Coruña, con otros fieles como Cristina García-Ramos o José Manuel Vázquez Cruzado nos hacíamos la promesa de que no pasara más tiempo sin darle un telefonazo. Pero hemos llegado tarde, nos ha ganado el paso de un tiempo que, finalmente, no le estaba siendo favorable: a él, a ese genio que andaba suelto, tan poco dotado para la vida práctica, tan tierno, tan vulnerable, y al que no vamos a olvidar nunca. Querido Joaquín.
Luis Suñén
(Imagen superior: Santiago Salaverri (a la izquierda) y Joaquín Martín de Sagarmínaga en la presentación del libro Mitos y susurros: 50 años de lírica en España en 2010.)
Caja
Todos los artículos publicados por Joaquín en esta web se pueden consultar en este enlace. Incluido el último artículo de dosier que escribió: Rivales y herederos de Enrico Caruso, dentro del dosier dedicado a Enrico Caruso en su centenario.