CULLEREDO / La música de hoy, el público del mañana
Culleredo. Conservatorio Profesional de Música. 24-XI-2022. Arxis Ensemble. Obras de Núria Giménez Comas, José María Sánchez-Verdú, Alberto Posadas, Rebecca Saunders, Gabriel Erkoreka e Igor C. Silva.
Recientemente, Luis Suñén se hacía eco en las páginas de SCHERZO de otro buen ejemplo de la efervescencia que la música contemporánea está viviendo en Galicia, por medio del vigesimoquinto aniversario de un Grupo Instrumental Siglo XX que, tras su mayor protagonismo en décadas precedentes, ha ido dejando el primer plano de la música actual gallega a agrupaciones como Vertixe Sonora o el Arxis Ensemble, un conjunto que, con Hugo Gómez-Chao y Noè Rodrigo en la dirección artística, nos está ofreciendo potentísimos programas desde la que fue su presentación, el pasado 1 de febrero, con el propio Noè Rodrigo deslumbrándonos en su celebración del centenario Iannis Xenakis: efeméride a la que Arxis ha prestado una gran atención en su primera temporada de conciertos.
Cierto es que, para que este buen momento de la música contemporánea en Galicia (situación a la que le podemos sumar el nombramiento de Baldur Brönnimann como titular de la Real Filharmonía) se convierta en algo sólido y con proyección de futuro, necesario será que las jóvenes generaciones de músicos hagan suyo un repertorio de tan importantes exigencias técnicas. Esto es algo que parece tener claro el director del Conservatorio Profesional de Música de Culleredo, Marcos Seoane, ya no sólo por haber programado el concierto del que hoy les damos cuenta, sino por acercar a sus estudiantes la música desde diversas perspectivas, como la propia crítica y la información musical: temas sobre los que versó el encuentro que el pasado 27 de octubre mantuvo nuestro compañero Luis Suñén con los alumnos de Culleredo, compartiendo con éstos la importancia de la reflexión sobre el hecho musical como forma de pensamiento.
En esa misma línea ha incidido la charla que, antes de su concierto, los músicos del Arxis Ensemble han ofrecido al alumnado cullerdense, presentando no sólo sus piezas desde los aspectos técnicos más relevantes de sus respectivos instrumentos, sino manifestando los vínculos que unen lo musical con las redes sociales y los flujos de información en este tercer milenio: proceso reflexivo y concientizador que hace más significativas estas partituras con respecto a la propia realidad de los jóvenes, como quizás con ellos hayan conectado de forma más directa las piezas que en el Auditorio Gustav Mahler de Culleredo han involucrado a la electrónica, por lo inhabitual de este medio en nuestros conservatorios, así como por el atractivo que, a nivel de percepción, supone tal motilidad del sonido espacializado en una sala de conciertos.
Este fue el caso de la partitura que abría el programa, Naissance des mots (2015), obra para violonchelo y electrónica de la compositora gerundense Núria Giménez Comas que se conforma como un espacio de hibridación entre técnicas extendidas derivadas de referentes históricos como Pression (1969), de Helmut Lachenmann, y la iridiscencia de los armónicos en páginas como Spins and Spells (1997), de Kaija Saariaho. Todo ello, con una electrónica que transforma lo tocado por la violonchelista Anna Grenzner con enorme criterio y precisión, algo de lo cual es un perfecto ejemplo su ataque o el modo de colocar el dedo índice sobre el arco en los pasajes en sobrepresión ralentizada: en la más pura estirpe lachenmanniana. Numerosos compases a dobles cuerdas, glissandi y pizzicati para recrear efectos percusivos amplían los recursos de una partitura generosa en tal sentido, pero que se conforma como un catálogo de técnicas y lugares comunes de la modernidad al que le falta algo de personalidad propia.
De personalidad no carece, en absoluto, el segundo compositor al que hemos escuchado esta noche, ni tampoco de un estilo propio: reconocible de inmediato en todas sus obras. Nos referimos a José María Sánchez-Verdú, de quien el acordeonista serbio Nikola Tanasković nos ha regalado una versión deslumbrante de Arquitecturas del silencio (2004), enfatizando las texturas, los ritmos y las energías que movilizan todo su instrumento a través de una densa armonía y de técnicas extendidas que, como la percusión o los arpegios de los botones, crean paisajes de una belleza propia y genuina, conformando esa suerte de silencio construido de carácter arquitectónico al que le título de la partitura se refiere: un silencio que se puebla de ecos, rugosidades y calidades del aire en el acordeón, ya en lo más agudo y concentrado (ese pálpito tan característico en Verdú), ya en los trazos más abiertos y obscuros, como esa extensión final del fuelle de un acordeón cuya respiración ha conectado el lenguaje de Sánchez-Verdú con algunas de las mejores líneas de pensamiento estético-musical europeo en lo que a este instrumento se refiere, como las de Salvatore Sciarrino, Franck Bedrossian, Gérard Pesson o Rebecca Saunders. Con el paso de los años, uno ya va acumulando muchas horas de escucha en vivo de piezas de José María Sánchez-Verdú, pero he de decir que pocas veces había disfrutado de una lectura tan precisa, expresiva y contundente como la que Nikola Tanasković nos ha ofrecido en Culleredo: un verdadero lujo.
Entre esos grandes nombres de la música europea del siglo XXI se encuentra otro español: el vallisoletano Alberto Posadas, de quien Sergi Bayarri nos dejó una lectura impresionante de otra obra tan difícil como Sínolon (2000), partitura para clarinete solo que lleva la escritura en multifónicos y la necesidad de una respiración circular a unos niveles sobrehumanos. Ejercicio de unidad en la multiplicidad (si tiramos de la etimología griega del término que da título a la partitura), Sínolon explicita algunas de las raíces musicales del propio Posadas, como las que, a través de Francisco Guerrero, lo conducen hasta Iannis Xenakis, con sus polirritmias, olas y temblores, tan abrasivos y proliferantes, aportando un deje ancestral que dialoga con una rotunda modernidad. Tampoco podemos dejar de escuchar ecos de Pierre Boulez y su Dialogue de l’ombre double (1985), con sus espejeos y multiplicidades; aquí, en un solo instrumento, lo que enfatiza la complejidad técnica y el virtuosismo de un Sergi Bayarri que, sin electrónica (sí la tiene la partitura bouleziana), consigue unos desdoblamientos y unas sombras en su propio instrumento realmente asombrosos. Todo ello, combinado con unos compases centrales desplegados por el clarinetista valenciano a modo de verdadero festín arcaico: evocación de esa antigüedad helénica en la que el instrumento conforma todo un coro en sí mismo, por medio de multifónicos, glissandi, microintervalos, trémolos y escalas bicromáticas, en pos de un desarrollo que, por acumulación sincrética de tal plétora de efectos, acaba tramando esa ‘sustancia filomórfica’ a la que Aristóteles se refería al utilizar el término ‘sínolon’.
También partículas matéricas y tímbricas discrepantes, dentro de una poderosa unidad conceptual en ritmo y estilo, son las que conforman el interludio para bombo de Dust (2017-18), partitura de una de las mejores compositoras de nuestro tiempo: la británica Rebecca Saunders. Noè Rodrigo dio una lección de técnica, fraseo, articulación y musicalidad a la altura del inmenso músico que es, además de adecuándose a la preparación más pertinente del instrumento, parche de piel incluido, para crear un sonido tan grave, timbrado y redondo como el escuchado en Culleredo. Sobre dicha membrana, todo un set de baquetas, super ball y bolas de plástico han dado forma a unos paisajes tímbricos arrebatadores: entre lo más poético, en las fricciones, y lo más violento, en unos tsunamis rítmicos de naturaleza post-xenakiana que Noè Rodrigo ha expuesto con gran cantidad de matices y perfiles dinámicos.
Con Duduk I (2000), de Gabriel Erkoreka, alcanzamos los confines de Europa en Armenia, de donde proviene no sólo el oboe que da nombre a la partitura, sino las escalas y los modos tradicionales utilizados por el compositor bilbaíno para recrear ese mundo ancestral, con sus cuartos de tono y su fusión de la voz con lo instrumental: procedimiento que, como en Sínolon, nos conduce a un mundo arcaico, a un canto chamánico que el saxofonista vitoriano Iñigo Setuaín dice ‘destimbrado’. Es así como un buen conocedor de los modos de actualizar el folclore vasco a través de la música contemporánea, como Gabriel Erkoreka, consigue enriquecer dichos procedimientos por medio de otros timbres y escalas armónicas, reformulando la horizontalidad de lo melódico a través de los multifónicos, para ganar en verticalidad y establecer una relación con el silencio que, además de muy bellamente construido vía reverberaciones de saxofón soprano, evoca los paisajes del Cáucaso, cual un músico que escuchase su propio eco en las montañas armenias. Construcción, por tanto, de un lenguaje universal desde el acervo local, a Duduk I se asoma, también, un halo de misterio y obscuridad tan querido por Erkoreka, en los densos multifónicos y en las microtonalidades de los compases finales, soberbiamente tocados por Iñigo Setuaín, mostrándonos que Arxis Ensemble tiene en este músico, como en los cuatro que antes habíamos escuchado, una plantilla de jóvenes intérpretes llamados a marcar unos niveles de excelencia como los que ya les conocimos en el Festival RESIS el pasado mes de mayo.
Dicho quinteto se reunió al completo en la partitura que cerró el programa, Smart-alienation (2016), obra del portugués Igor C. Silva, primer compositor residente del Arxis Ensemble. Como Duduk I, Smart-alienation reflexiona sobre la globalización, aunque desde otra perspectiva muy diferente: la de la tecnología, las redes sociales y las burbujas en las que cada uno de nosotros vivimos esta suerte de falsa o restringida libertad en las que nos movemos por internet. Con un quinteto amplificado para fusionarse más intrincadamente con una electrónica que en Smart-alienation se convierte en una auténtica apisonadora acústica, Arxis trabaja en paralelo con unas proyecciones de vídeo en las que se explicitan dichos vínculos entre redes sociales, música e intérpretes, llegando a una con-fusión abigarradamente densificada en la que destacan más poderosamente clarinete, saxofón y, especialmente, percusión, mientras que la gran labor de Anna Grenzner y Nikola Tanasković, en violonchelo y acordeón, queda más solapada por la avalancha de la electrónica, en un planteamiento que, en global, nos recuerda a propuestas tan de nuestro tiempo como las del belga Stefan Prins o las del danés Simon Steen-Andersen, cerrando un concierto apabullante: todo un ramillete de la mejor música de hoy, en Culleredo escuchada por el público del mañana.
Paco Yáñez