COLOMBIA / Bogotá es Francia en la Belle Époque
Hemos informado en esta revista sobre ediciones anteriores del Festival de música clásica de Bogotá, que en cada ocasión se torna más exigente consigo mismo. La apuesta de este año por un repertorio que no es el más habitual ni el más popular para un público melómano, ya formado o en ciernes, es índice del nivel que los organizadores se plantean para cada edición. Las dos primeras, Bogotá es Beethoven y Bogotá es Mozart (2013 y 2015), gozaron de un público muy numeroso. Las dos siguientes mantuvieron el atractivo, aunque en un grado algo menor, pese a superar la complejidad de la oferta estética: Bogotá es la música romántica rusa (2017) y Bogotá es Schubert, los dos Schumann y Brahms (2019). Siempre ha sido durante la Semana Santa, pero la edición de 2021 tuvo que aplazarse por las razones sanitarias mundiales conocidas; no era tiempo para grandes desplazamientos ni grandes convocatorias, de manera que Bogotá es el Barroco tuvo que aplazarse al otoño y reducirse en cuanto a conciertos y actividades paralelas.
Este año el Festival ha recuperado su pulso, que no había perdido más que en la medida en que se perdieron todos los pulsos de todas las actividades en el mundo a partir de marzo de 2020. Hay que hacer notar que este Festival no se reduce a conciertos, aunque los conciertos sean la actividad más amplia y fundamental; que tiene lugar en varias sedes en la ciudad, tanto en el centro como en la periferia urbana. Y que este año ha consistido en cuarenta y cuatro actividades en solo cuatro días (tres ballets, entre ellas). Un despliegue tal en tan corto espacio de tiempo supone una organización compleja e intensa que va más allá de la eficacia: es de esas veces en que la voluntad no es voluntarismo, sino certidumbre en la realización de objetivos. Desde luego, hacen falta muchos colaboradores (aliados, se dice allí), desde Air France hasta Caracol televisión, otras compañías aéreas, varias instituciones públicas como el gobierno nacional y la Alcaldía de Bogotá y, desde luego, la Embajada de Francia y el Instituto francés. La programación es lo bastante amplia como para que no sea posible dar detalle crítico de cada uno de los conciertos. Ni es lo más importante: qué puede importar decir que Marc-André Hamelin ofreció un insuperable concierto de inauguración, que Ute Lemper se salió genialmente del guion, como era previsible en ella y como aceptaron de buena gana tanto la organización como todos nosotros desde el patio de butacas del Teatro Mayor. En cambio, tiene interés que nos detengamos en alguno de estos conciertos por su significado para el público y, en especial, para los intérpretes colombianos. Tiene interés, desde luego, advertir del éxito en tres conciertos, día a día, de la única orquesta del exterior en este año, la Orchestre des Champs-Elysées, dirigida por el dinamismo, el arte, la juventud de Gabriella Theychenné. Lo tiene el descubrimiento (para el que escribe) de la voz portentosa de la soprano colombiana Betty Garcés, dentro de un fenómeno muy de esta edición: los músicos colombianos se impregnan de Francia en numerosos conciertos. Tiene sentido destacar de momento fenómenos así, dentro de lo que uno pudo ver y oír; este cronista podría dar un signo de queja por haber asistido, en cuatro días, a quince conciertos y dos conversatorios (conferencias en forma de entrevista), pero quejarse de un placer tan intenso, por mucho que te obligue a una austeridad en otros terrenos, no sería justo, y sería impertinente. Continuaré en otra entrega –inmediata- con algún detalle de estos conciertos y de otros que no se han mencionado en esta primera “carta bogotana”. Tan solo querría recordar que estos conciertos no olvidan que la época evocada, la Belle époque, no fue tan bella, pero que se recordó más tarde como tal debido a la fealdad y el horror que siguieron (desde 1914). El protagonismo en los conversatorios de Philipp Blom, historiador, ensayista, garantizó además que se situaran esos tiempos con el rigor necesario. No olvidemos que Blom es el autor del lúcido ensayo Años de vértigo. Cultura y cambio en Occidente, 1900-1914 (en España, Anagrama, traducción de Daniel Najmías). Es decir, un ensayo histórico que toca de lleno esa Belle époque que trataba de recrear el festival bogotano. Y no hay que olvidar que el propio Blom aportó una especie de continuación (si queremos verlo así), en otro ensayo amplio y apasionante, La fractura. Vida y cultura en Occidente, 1918-1938 (Anagrama y Najmías, de nuevo). El director del Festival, Ramiro Osorio, destacó la labor de la codirectora Yialilé Cardona, como el vínculo entre Europa y América para la presencia de personalidades como Blom en este festival.
El festival mismo es, además de un evento cultural y social de enorme importancia para Bogotá y hasta para toda Colombia, un esfuerzo dentro de la normalización de una urbe y una nación que han sufrido de manera brutal la carga de una especie de guerra civil (y digo especie porque fue violentísima pero sinuosa, no declarada entre dos poderes), la carga de un poderoso gobierno paralelo del narco, la carga de una violencia paramilitar, todo ello un triángulo infernal para el que hay mucho testimonio y mucha literatura (en esta página dediqué un breve recorrido a cierta narrativa de gran interés: https://scherzo.es/lamentos-y-baladas-colombianas-mataron-a-mi-papa/.) La música, el canto, el ballet, la conferencia: todo esto se da en medio de una voluntad de normalizar todo un país, Colombia, que no es solo una sociedad de economía dual y de coexistencia de etnias, sino un proyecto de paz y convivencia después de una historia violenta. La historia de lo que llamamos América Latina: intransigencia de las élites, a menudo depredadoras; violencia como reacción a esa intransigencia, que suele perder de vista el objetivo para convertirse en puro tumor social, puro crimen. Y, por cierto, nada estremece tanto cuando hablas con colombianos, que su relato horrorizado de los años en que reinaba el narco (que ahora se glamuriza en series irresponsables de ficción televisiva), en que el estado se vio contra las cuerdas, cuando el narco quiso convertir Colombia en un narco-estado, cuando asesinaban a todos los candidatos a la presidencia. La música no amansa las fieras, pero es síntoma de que las fieras (la barbarie) acaso estén en retroceso. ¿Es éste el principal mérito del Festival de Bogotá, de esta sexta edición, Bogotá es Francia, Belle époque?
Santiago Martín Bermúdez